ficio de adobe con un altar de madera vieja. Allí veló a su hijo, cantando en
sa grande, en un claro del bosque que solo ella conocía. Recogió las cen
ndro. Era el único que entender
bía viajado a la Ciudad de México para un tratamiento médico. Su ve
ba s
esolución era fría como las cenizas de su hijo. S
visto, alertado por una extraña premonición. Su rostro, ya surcado por
hija?" preguntó,
ró hacia la casa grande, donde Ricardo e Isa
ano, intentando levantarse de su silla
que me ate aqu
necio, un ciego, pero esta hacienda, todo lo que hemos c
ndo con una fuerza desesperada. "Te salvé una v
dro vio en sus ojos algo más que gratitud. V
ndió ella, su voz suave pero inquebrantable. "La deuda está pagada
del anciano. "Ahora me voy. Y me