o una, para colmo, carecía de fuentes fiables sobre su apariencia, salvo complicadas imágenes que nos mostraban durante la clase de educación para la salud y que insinuaban
s y terribles tratados de castidad. Algunos se nos instalaban de golpe y porrazo en el cerebro y nos hacían temer
pero que muy pronto, le llenaba a una de angustia y temor. Resultaba agobiante imaginar que aquella "cosa" pudiera alcanzarte. Todas las "cosas" y sus misterios pecaminosos nos acechaban en cualquier lado. Podían esperarnos en algún callejón
mera vez que vi
o del cansancio y contemplando el caserío desde lo alto. Estaba atravesado por una calle de piedra que se extendía de punta a punta y de la cual se pegaban las casas como si fueran peces en una carnada. Había una placita pequeña en el centro y abundancia de plantas en el lugar, pero no eran árboles de gran altura, sino más bien arbustos y rosales. Más allá, detrás de las casas, surgían inf
: ¿Qué es lo que veo sino al señor Faustino, el dueño de la tienda de abarrotes? El señor Faustino vivía en una de las casas más acaudaladas de la aldea, muy cerca de la placita central y tenía una pequeña bodega con pocos productos, los cuales solíamos robarle en las tardes cuando se quedaba dormido sobre su sillón, a un costado del mostrador. En el patio central de su casa, que se veía perfectamente desde mi posición, el señor Fa
"cosa". Contemplándolo, no podía moverme. Estaba como hipnotizada. De pronto, un calor extraño y molesto empezó a encenderse en mi estómago y a extenderse hacia mis extremidades, haciéndome sentir como si mis piernas quisieran flaquear. Inmóvil, me atacó una
contesta
a tan avergonzada y culpable, incluso violentada, a pesar de que el señor Faustino no estaba enterado del asunto. No me atreví a decirle nada a Yule, ni a nadie. Jamás lo habría hecho. Era una pecadora. Ya