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as salas de juego. La abuela, flanqueada por nosotros, sus nietos, se dirigió a uno de los salones laterales con la seguridad de quien ha nacido para ello. En absoluto cohibida, saludó tanto a hombres como a mujeres. ¿De qué conocía a esa gente si acababa de llegar de Cuba? Allí se sucedían los grupos que charlaban distendidamente sentados alrededor de veladores o mesas algo más amplias; o bien, de pie. Mis padres y los tíos nos rodearon en cuanto se percataron de nuestra presencia. Mientras mi padre se mostraba
que te presente
an quince años. Noté que la abuela se giraba para poners
a, Alba. El señor Alejo Noguera, barón de Roa
correspondientes, mi madre iba a aña
istracciones a los veraneantes - indicó el s
me exhibiera como un caballo y mis padres no lo ignoraban. Los cuerpos bien alimentados de ambos pretendientes no dejaban lu
. Todos los años participo en el
que adjudican al deporte. Me limito
Le gustan los caballos? -avent
oce algún establo donde da
a contemplar las carreras o los concursos d
ientes-, no siempre vas a poder practicar un deporte comdescuide sus obligaciones. ¿No les parece, señores? Los tiempos cambia
muy diferente a la que había imaginado. No obstante, no hubo ocasión para respuestas, como era habitual en la
rarlo en plena forma y repues
eñor Guzmán con la mano extendida. El conde lo saludó cortés, aunque dejó entrever un g
chea, conde de Amurrio
n se hizo con la conversación con gran habilidad. E
encuentre excesivamente provincianos -se dirigió a la abuela-. Mientras ustedes hablan de política y de amistades comunes, ¿me pe
uela por mí-. Alba, acompaña al caballer
e la abuela, excepto el sarcasmo que subyacía en las
y enlacé el brazo que me ofrecía el conde de Amurrio. Al menos, mi
ios. Durante los tres bailes que compartimos, no dejó de saludar a diestra y a siniestra, sobre todo a muje
le parece si buscamos un refresco y salimos