tro enrojeció a tal extremo, que parecía que iba a estallar. Mi mami estuvo a punto del colapso, pero nuevamente algo despertó dentro de su raciocinio. Me cubrió con una manta y, cogiendo el
mo enloquecida, llorando
pude dormir un poco. Siguiendo su instinto, Mercedes estando un poco calmada, en un sitio iluminado; limpió el caudal de moco que obstruía mis vías respiratorias y, desesperada, "chupó" el que había en el interior de mi nariz y garganta, lo que me permitió respirar con menor dificultad. La tos que me había robado la calma, se hu
ue yo estaba demasiado enfermo y necesitaba que me atendieran prioritariamente. El joven en cuestión se enalteció de tal manera, que gritó endemoniadamente a mi mami, alegando que todos
te aquel triste suceso. Casualmente, en el momento cuando el grosero elemento le gritaba los improperios inauditos a mi mami, un señor de mediana edad, ataviado de blancos ropajes en su totalidad; salió del recinto a d
zado nuevamente el episodio de tos), la tomó delicadamente de la mano, ayudándola a ponerse de pie. Con mucha paciencia y extremada ternura, se dirigió con nosotros hacia la sala donde sería atendido. En verdad mi estado era delicado. Mis vías respiratorias se congestionab
nto de mi nacimiento. Introdujo una manguera de muy poco grosor por mi nariz. Tras aquel detestable procedimiento, un sonido espantoso denotaba la espeluznante sensación de que me estaban succionando el alma. Luego de que esa endemonia
recién nacido y me dolió demasiado; después supe que era una inmunización para protegerme de una enfermedad grave. Escuché que le decían vacuna, creo que B.C.G o algo así. Al poco rato, un grupo de personas me rodearon colocando sobre mi pecho, un aparato con el cual escuchaban algo una y otra vez. Miraban el reloj mientras escuchaban ese algo precisamente en mi tórax. Tras recibir un pape
bir asistencia médica, la historia hubiese sido otra. El resultado de laboratorio recién obtenido, mostraba una cifra aterradora. El nivel de oxígeno en mi cuerpo estaba excesivamente bajo los límites de la normalidad. Te
ico; no existiera un equipamiento adecuado. No había siquiera guantes, gasas, jeringas y una larga lista de elementos esenciales para enfrentar los tantos casos que ha diario eran aten
e sin saber de dónde vendría alguna respuesta. Salió del hospital ensimismada en sus propios pensamientos y se sentó en una banca que estaba cerca de la puerta de entrada. Lo único que podía hacer era elevar una plegaria al creador; él sabría ayudarla, de seguro. Ya eran aproximadamente las seis
ra el infortunio que había llegado de manos de una enfermedad, al igual que todos los que estaban en aquel hospital de especialidades pediátricas, otrora centro asistencial ejemplo de excelencia a nivel nacional;
ntes, en un país donde el desabastecimiento ya comenzaba a hacerse sentir en todos los rubros, especialmente en los insumos hospitalarios y alimenticios. Y el comercio asquerosamente ventajoso, precisamente de medicament
nosotros; en aquella bendita República colmada de paisajes esplendorosos, pletóricos de bellezas naturales en donde pululan bellezas en grandes cantidades; precisamente en esas tierras que nuestros padres soñaron para nosotros, existiera aquella tremenda desidia que mataba a muchos seres inocentes que habían cometido el grave pecado de ser pobr
a cubrir de amor y felicidad a una mujer que tanto lo había necesitado. En realidad nunca dejé de ser un ángel. Los pensamientos le gritaban a mi madre, el suplicio que estaba viviendo en aquel trágico momento: "Mami, me siento terrible. Me cuesta mucho trabajo respirar. Tengo mucho miedo mami. No me dejes solo por fav
de la familia. El caballero recibió la llamada telefónica y de inmediato le dio el recado a mi abuelito. Resultaba muy extraño que el Sr. Manuel se presentara tan temprano en la casa de alguien, por lo tanto aquella inusual visita les causó mucha extrañez
ión nacida de su corazón, la cual denotaba en su sobrada vocación profesional. El licenciado decidió quedarse a mi lado todo ese tiempo, anotando constantemente algunos datos surgidos de aquel aparato que no cesaba de hacer un ruido perturbador. Me miraba detenidamente y anotaba en un papel. Acariciaba mi cuerpo y me hablaba con palabras dichas en un tono tan suave, que nadie las podía percibir; a pesar
bo hecho cuando era yo un angelito. Habían salvado mi vida, gracias señor Jesucristo. Mi mami, en una silla que dispuso para ella el licenciado Jesús, se sentó justo a mi lado y me tocaba constantemente. Ella, guardando un sepulcral silencio, recordaba cada instante de mi vida. Mientras me contemplaba con aquella ternura infinita que siempre habré de re
l de la región. Tenía contacto muy directo con el centro pediátrico donde estaba yo recluido; el mismo, estaba situado en una población un poco alejada. La mayoría de sus colegas eran, además de ello, amistades desde hacía varios años. Asimismo existía un gran detalle, ella y el licenciado Je
etió regresar el préstamo a la brevedad posible. De su propio peculio adquirió unos enseres que se necesitaban. Pidió el apoyo al gendarme que hacía guardia en el nosocomio y este, presuroso, se dirigió al establecimiento que distaba algunas cuadras de allí. Era un ges
taba de "coqueluche", una pertinaz infección a la que también se le ha denominado tosferina. Ya a la llegada del alba había mejorado un poco, aunque la dificultad para respirar persistía. Tenía mucha hambre, pero desafortunadamente no podía
ón denotaba el gran amor sentido. Sin que Mercedes pudiera oponerse, de manera obstinada mi abuelita decidió que tan pronto estuviese bien, nos iríamos a vivir juntos como la familia que conformábamos. En realidad ella tenía mucha razón, ya que resultaba una verdadera osadía habitar de manera aislada
El resultado era inequívoco. Se trataba de Tosferina, una muy contagiosa enfermedad producida, según dijo el médico, por un microorganismo llamado Bordetella pertussis. La cosa era más peligrosa de lo que se suponía. En los episodios de esa tos endemoniada, en muchas ocasiones se presentan períodos sin oxigenación, y si alguno de esos ep
me comenzaron a dar alimentos. Sufrí mucho durante aquel terrible desbarajuste de mi salud. Las crisis de tos se repetían constantemente, sobre todo por las noches. Aquello fue horroroso, al presentarse l
pirar. Mercedes, en su desespero, me cargaba agitándome por los aires; cosa que según los doctos en la materia es contraproducente. Ella no sabía más que hacer, además, el miedo la hacía actuar de manera violenta
coterapia administrada. A las tres semanas estaba curado y me llevaron a la casa de mis abuelos. A partir de ese día nos quedamos viviendo juntos, como debió ser desde siempre. El día que me dieron de alta, tanto mi doctora Francelina como Jesús nos acompañaron
nerme en el viaje, movía temblorosamente su pierna derecha haciendo que me divirtiera mucho, creyendo que iba cabalgando un brioso corcel. Yo le daba las gracias de inmediato haciendo unos infinitos "gorgoritos" que él recibía con en
l Creador por el milagro de que mi doctora Francelina y Jesús estuvieron junto a mí en todo momento, preocupados por mi salud y abocados en mi atención de manera desmedida. Me siento muy afortunado por eso. Puedo notar ese bello sentimiento en la manera como me tratan
to. Gracias mami, gracias por existir y entregarme tu amor así como lo haces. Nunca vayas a olvidar, pase lo que pase conmigo, que te amo. Jamás olvides que por toda la eternidad te