n. Cada pliegue de los labios de esa hermosa mujer están plasmados en el techo, el rojo
Ahora su primogénito está a pocas habitaciones de distancia, y lo único que se han dicho no ha sido muy grato. Además, las vacaciones d
hubiese leído la mente-. Ya debe estar de vuelta
l camisón rosa arrugado, y su sonrisa no es la que lo hace sentir de verdad. Por
anoche -dice con u
go que congela la habitación. Le falta lo que ella tiene. Diandra. Él sac
niño ya no son un problema amor
ero creyó que esperaría para hacerlo. Él pasa de ella y abandona la situación, una brisa fría l
ristal se escuchan con claridad. Tredway esquiva los restos de un florero en el suelo, llega a la puerta y la abre. En primer lugar, ninguno reacciona. Ia
tebrazos con las manos para mantener el calor. Él hace amago de abrazarla, per
ando el brazo-. Apúrate, si no terminas de entra
pla, haciend
cocina -profiere ella desde el pasillo-. Su d
frenar los impulsos de esa mujer. Es muy quisquillosa. Pocas cosas lo
un aroma que le trae recuerdos. Huele a panqueques, carame
e Ian, engullendo su de
ver a Tredway. Tiene motivos para portarse así, per
piando el mesón-. Cánada y tú pueden acompañarnos -e
prueba la comida. La textura perfecta se diluye en su boca, el calor se extiende por sus extremidad
da nos dejó congelándonos treinta minutos en el patio
laración. Son palabras muy conoc
arse -le sugiere
cho gracia. Es más probable que ella misma los devuel
acioso -e
ca al verlos Desayunando, rueda los ojos y se sienta junto al hombre. Ella pega su costado al de él,
llegado al rancho -mur
roto, Tredway se incli
hablaremos esta noche -le adviert
oja un beso, y vuelve a irse, dejando una nube de incomodid
dmite entre dientes-. Qu
Ian lo mir
s de la ciudad -se frota el rostro con una mano-, y en vista de que mi o
sas. Eso fue lo que hizo cuando «conversaron». Mas ninguno da su opinión. En sus rostro
, Ian -la mujer le pellizca una
riz, pero acepta la propuesta. Tredway hace el mismo gesto con la nariz. Nadie es
ra un jet privado, y tampoco que el terror le congelara el cuerpo entero. El vacío e
udeza de la exigencia de Cánada rebota en i
media, y Cánada dice todas las barbaridades que se cruzan por su mente. Tredway se ha dedicado a
No le ha sido posible hablar con él, y ojalá no lo hubiese intentado, pues Cánad
ras -Diandra lo consuela, girándose hacia él-. Treinta min
, deposita un beso en su c
n el avión. Diandra se esfuerza por apartar la vista de la ventanilla. Es como si en cualq
llos piensan, comparten un pensamiento. Y ese es que por nada del mundo, l
r el dinero
*
e desvían en la pista de aterrizaje, y después de caminar varios minutos para encontrar por donde entrar, alguien del personal del aeropue
nencias-. Vinimos con el señor Langdon en su... -no completa la oració
alguien o que nos
ón en su voz, le eriza los vellos a su madre-. Pero
encias, y muchas de esas
esde que vio a su padre de nuevo. Es muy cierto que sigue siendo un hombre cauteloso. Mas
ia Ian, sacándola de su mochi
epta, y se detiene en uno de los puestos de comida que adornan el corredor. El ligero bullicio de las personas en el aeropuerto a las sei
y captura a su madre en fotos. La sonrisa de Diandra se nota relajada, tan natur
con un hombre que no reconoce al principio. Ella tiene las manos recogidas sobre su pecho, está inclinada ha
iandra a sus costados, le alisa el cuello de
in ver, nada del otro mun
n cierra la mano alrededor de su muñeca. Ella está suda
e la última vez que vio a su mad
e zafa cuidadosamente del agarre de su
el ruido. La voz de Cánad
-susurra aferrándose a la cámara en su c
a, hijo -Diandra reaccion
la madre de Eugenio aparece en su cam
muchacho escapa de las garras d
nte que tiene en los ojos, y la mueca de desagrado que aprieta
trada, síganme -informa el hombre uni
misma forma Tredway los mira a ambos desde su auto. Su novia/esposa y
n sus bolsillos. Asiente hacia su novia, y ella entra al au
rme que están paseándose por el m
antes de arti
pareció después. -Langdon exhala por la n
replicar, y recibe una mirada ap
os ojos color avellana le dan un repaso. Observando
apoyándose del auto-. Eres solo la que cuida de mi h
que alguien puso esas ideas en su cabeza. Él no podr
té bien, Langdon -entrelaza las manos en su e
te de quince años vuelve a tu vi
a, está ocupada par
n del hombre. Por un segundo pierde el hilo, pero se recupera. Pone un
tenga que soportar tus pretensiones, me aseg
ándose del calor que emana su cuerpo. Traga saliva, se aleja de él, y con una sonr
be sufrir por sus reg