n. Entonces les di un beso en cada mejilla y volvimos a bailar. PodrĂa decir que fue una especie de paraĂso estar en mi lugar en ese momento. Mi boca se sentĂa hinchada de tanto besar, con
nĂa y me llevaba a donde querĂa. Puse la compra en el maletero y entrĂ©, intentando sintonizar la radio. En cuanto pude escuchar algo de mĂşsica country, abrĂ mi barra de chocolate y la disfrutĂ© tranquilamente, cerrando los ojos y absorbiendo cada matiz de su sabor. Mientras masticaba lo Ăşltimo, encendĂ el auto y comencĂ© a conducir hacia mi casa. No estaba muy lejos, asĂ que no tardĂ© mucho en parar en el garaje. Era una casa donde vivĂa con mi padre y mi madre. TambiĂ©n habĂa estado en la familia desde que tengo uso de razĂłn, ya que mi padre habĂa crecido allĂ, y despuĂ©s de que mis abuelos fallecieron nos mudamos allĂ. Era sencillo, un piso, dos dormitorios, sala, cocina y un baño, pero lo que me encantaba era el patio trasero, que recordaba atravesar corriendo mientras jugaba con mi abuelo, escuchando a mi abuela pelear con Ă©l, diciendo que estaba Demasiado mayor para andar por ahĂ con un niño. SalĂ del auto con una sonrisa en mi rostro cuando tuve este recuerdo. Aunque yo era muy joven cuando se fueron, todavĂa los extrañaba mucho. Debido a que estaba inmerso en recuerdos tan agradables, no notĂ© el auto estacionado cerca de la puerta. Y serĂa muy difĂcil no fijarse en uno de esos, grande y probablemente muy caro en un barrio como el que yo vivĂa. EntrĂ© con las bolsas de la compra y cerrĂ© la puerta detrás de mĂ con el pie. - Papá, ya estoy aquĂ - anunciĂ© mientras me quitaba los zapatos sucios en la entrada. Me dirigĂ a la cocina y coloquĂ© todas las bolsas en el fregadero. - Papá, Âżquieres que empiece a preparar la cena? Me lavĂ© las manos allĂ mismo en la cocina y comencĂ© a desempacar todo. Pero antes de que pudiera continuar con la actividad, mi padre llegĂł a la puerta de la cocina interrumpiĂ©ndome. - Giovanna, hoy tenemos visita. DejĂ© lo que estaba haciendo, volteándome hacia Ă©l, ajustándome las gafas en la nariz con la punta del dedo. - Lo siento papá, no lo vi. Me girĂ© para secarme las manos con una servilleta y estaba lista para saludar a quien fuera, tan pronto como me di vuelta hacia la puerta. HacĂa mucho tiempo que no veĂa a ese hombre. RecordĂ© las raras veces que lo habĂa visto en su gran mansiĂłn en un barrio exclusivo de la ciudad, con su auto grande y elegante. Era el antiguo jefe de mi padre, para quien siempre trabajĂł como conductor, un CEO muy poderoso. Siempre escuchĂ© historias de