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Chapter 10 No.10

Word Count: 18552    |    Released on: 06/12/2017

entó en el paseo lejos de la música

un golpe con la satisfacción del deseo. Mejor hubiese sido creerla. Todo el edificio fantástico elevado en el curso de sus diálogos se habían

y serenarse, un gesto suyo de resignación, un adiós humilde, habían dado a entender a Fernando que no se hacía ilusiones acerca del porveni

e la comida, mientras Fernando quedaba solo en el paseo, con visible propósito de aislarse de todos, Mina emprendió con el peque?

seo, la has hecho convencerse una vez más de su miseria física, que ella tenía olvidada... Y de todo esto has sacado un remordimiento y la vergüenza de tener

mujer junto a él y vio que un bulto se interponía entre sus ojos medio cerrados y las

sando!... Tal vez está usted

e hablaba. Lo primero que alcanzó a ver fue su boca, de un rosa húmedo, con los dientes agudos,

con una sonrisa esta confusión, considerándola como un homenaje a su

sted no quiere ser mi amigo... Le he mira

da indiferencia de Fernando-de la que él no s

ervar un recuerdo para que mis amigas sepan que he viajado con el se?or Ojeda, un poeta de Espa?a. Todas las ni?as tiene

ipio mantúvose erguida; pero lentamente se recostó, hasta quedar con las pie

a no había pensado en adquirir este volumen, que mostraban con orgullo muchas se?oritas de a bordo. Pero le pediría al comisario del buque un cuadernillo en blanco de apuntaciones o un simple pedazo de papel. L

ás hermosa e interesante: estaba dispuesto a declararlo en verso. Pero ?cómo acercarse viéndola secuestrada por

o, se?or, que yo detesto a los muchachos. ?Gente egoísta e insufrible! Me gustan más los ho

ovocación, para que no tuviese dudas sobre la

ro de Mrs. Power. Hasta la imagen de Teri, que se agitaba en su memoria como un remordimiento, perdió algo de su belleza al ser comparada con esta muchacha... Era un hermoso animal exuberante de vida, de fuerza voluptuosa,

iéndose con un bostezo amoroso, sintiendo repentinos abrasamientos que hacían salir la lengua de su encierro para pasearse por los labios; sus dientes de devoradora que parecían temblar con el fulgor de un acero pronto a hundirse en la carne... No podía explicarse esta buena fortuna; pero era indiscutible que Nélida, abandonando a su tropa de adoradores, se aproxim

ue él marchase sin compromisos por el mismo camino que otros habían frecuentado antes? ?El mar era... el mar.? Estaban aislados del mundo, en medio de la soledad, como si la vida hubiese concluido en el resto del planeta, olvidados de sus leyes y preocupaciones. Cuando volviese a tier

una de sus manos. Hablábanse sin mirar a los que transcurrían junto a ellos, sin reparar en sus ojeadas de sorpresa y sus cuchicheos de comentario. Algunas matronas se erg

bandonado a su escolta y está con el doctor e

da como la personificación del pecado, s

ído ese se?or tan serio que hace ve

ta del revoloteo de los curiosos y sentía orgullo p

No se habían cruzado entre ellos verdaderas palabras de amor. Sólo había osado él algunas

pedazo de mundo que flotaba sobre el Océano, y todo el sexo masculino debía girar en torno de su persona. Aquel a quien ella hiciese un gesto, un leve llamamiento, tenía que venir forzosamente a arrodillars

ía un novio en Berlín que ansiaba casarse con ella, pero los negocios de papá habían roto de pronto su di

n: aún no había cumplido diez y ocho a?os. La vida es corta y hay que aprovecharla. Nada le importaban las murmuraciones; todo se arreglaría al fin casándose, y ella estaba segura de encontrar en América un marido tan pronto como lo creyese nec

dez con que se sucedían en ella las impresiones y la fran

peleas y rivalidades; no le inspiraban interés. Faltaba algo en su vida, sin que ella se diese cuenta de lo que pudiera ser. Tal vez por eso había cometido tantas ligerezas y travesuras en

o él, mientras experimentaba

iento no era más que un capricho de su carácter tornadizo. Pero aun así, sentí

do mucho viéndole con ciertas mujeres-y la atrevida muchacha tomaba un aire pudibundo al recordar los amoríos de él en el buque-. Odiaba a la se?ora norteamericana, tan estirada y orgullosa, que nunca había contestado a sus saludos; odiaba también a aquella fea mal trajeada

e le inspiraban todas sus cosas; cómo ella, que no ponía atención en la vida de los demás-pues bastante tenía con los asuntos propios-, había sido

mirando, tosiendo, haciendo esfuerzos para que Ojeda reparase en él

he preguntado muchas veces por este se?or... diga si no me he quejado

lase de juramentos. Y al decir esto, sus ojos iban hacia Fernando, gozándose

a!... ?

madero. Como de costumbre, dejó que se repitiera muchas veces sin pr

da que valga la pena... Alguna intriga de

lando en alta voz para atraer su atención, fingiendo luego que contemplaban el mar mientras aguzaban el oído queriendo sorprender algunas palabras de su diálogo... Iba

con aire belicoso, se detuv

smo vuelvo... Piense que me dará un disgusto

dice de su diestra. Al quedar solos Fe

ndalo han dado ustedes esta noche. N

, ?por qué?... Una simple conversación, como tantas otras

uya, en vista de ciertos hechos recientes. Por eso al verles juntos de pronto, cuan

iempre con sus libros o escribiendo... y de pronto se lanzaba a "flirtear" sin recato alguno...

aproximarse a esta muchacha. Era ella la que

iba a ocurrir. Ya que usted no iba a ella, ella vend

esto interrogante:

matronas más austeras, y lo que es mejor aún, figura como el más ?distinguido? entre los hombres serios de a bordo. Tiene también su poquito de leyenda misteriosa. Le suponen grandes amores en el viejo mundo, relaciones con duquesa

prestigio novelesco q

tanto la atención como los de esa muchacha. Ella y usted son los dos primeros amorosos de a bordo. Y Nélida no puede sufrir rivalidad alguna... ?Un hombre que se

interés, preguntándole por su vida anterior. Aquella noche, después de la comida, se había peleado con los jóvenes de su banda en el

ue la habían dejado las mujeres por sus travesuras anteriores, volvería a buscarlos forzosamente, por tedio y ansia de diversión. Pero Nélida había

hablado del escándalo que da Nélida al exhibirse al lado de usted, y la

familia no debía inspirarle inquietud; lo peligroso era la banda, todos aquellos jóvenes habituados al trato de Nélida, unos como am

en sus fiestas, se llevaba el objeto de sus alegrías. ?Ojo, Fernando! Había que mirar con cierto cui

todas horas. Ha perdido su trato con las mujeres; las más atrevidas sólo la saludan con un movimiento de labios, y al falta

nde estaban los dos amigos. Al ver a Ojeda inmóvil en su sillón, mov

e aproximaba, I

omprendo que esto

mpre con miedo a lo que diría la gente y hablando de virtud. ?Y si ella repitiese lo que había oído a ciertas criadas viejas traídas de América, que servían a su madre desde el principio de su matrim

de que eran las once. Insultó luego en voz baja a los antiguos adoradores, que rondaban cerca de

é-dijo éste-. Yo no quiero que

siar con irresistible deseo todo lo contrario. ?Ay, si no temiese estorbar a papá, que estaba jugando al poker con unos amigos! Sería suficiente una palabr

orden de que me vaya a dormir... Y tendré que obede

er. Habría de ganarse la simpatía de aquella se?ora cobriza, luchando además con la mala intención de los de la banda... Y todo ello

itar una promesa de verse al otro día en lugar menos público que la cu

.. Le espero

cierta compasión. ?Y afirmaban todos que Ojeda tenía talento!... A las doce de aquella noche; y en cuanto a lugar par

titubeaba antes de formular una proposición, rebuscando palabras para hacerla

dio detalles de su instalación. Ocupaba sola un peque?o camarote; en otro inmediato estaba su hermano; más allá sus padres, en uno más gr

écil!... ?La orden

a Ojeda con voz balbuciente, mirándolo como a un pers

ión. Parecía más alta, como si su cuerpo se dilatase de los t

ada de las cosas lindas que me

conquista, la inquietud de algo desconocido que iba a revelarse en breve, el orgullo de desobedecer a todos imponien

nada más. Era el mismo día en que había entrado por primera vez en el camarote de la Eichelberger. ?Y é

do esto por la ma?ana, al levantarse, habría reído incrédulamente. Contaba con los dedos, para reconstituir en su memoria los sucesos de los últimos días. El domingo, víspera del paso de la línea, Maud. El lunes, la derrota y la burla que le hacían odioso el recuerdo de Mrs. Power. Al otro día, Mina, la melancó

nas, por más que se busquen, pasan al día muchas horas sin verse, habría necesitado cuatro meses, o tal vez más, para llegar a este resultado. Aquí todo era

r. Las recomendaciones de Isidro le hicieron pensar con cierta inquietud en los jóvenes de la banda. Parecía disuelta esta noche al faltarle la presencia de la se?orita Kasper, que era en ella el eje central, el polo de atracción. Al

ja con grandes redondeles, en cuyo centro se ostentaba el nombre del buque. De algunas puertas surgían furiosos ronquidos. Creyó que sonaban detrás de él leves roces, como si alguien le siguiese.

simplemente con un kimono azul, el mismo que Fernando le había visto comprar en Tenerife. Unos brazos blancos y fuertes, completamente desnudo

onquecida al notar su vacilación-. ésos andan por

de muchos puertos tiran de la marinería ebria brazos d

as últimas brumas de su sue?o. Hizo un rápido cálculo de días. No, no era domingo. Además, la música sonaba alegremente una especie de diana de caballería que no podía confundirse con el solemne coral luterano. A continuación de

o sus ojos. Era un obsequio al pasajero de al lado, un alemán que pasaba las noches jugando en el café hasta que apagaban las luces. Sin duda, los amigos le habían dedicado

primero que le salió a

música?-preguntó

enterado. Sí; era en honor de un vec

esos chicos, que están furiosos por la traición de

Al espiar a Ojeda en la noche anterior y enterarse de su buena suerte, habían tenido un conciliábulo en el fumadero, despertand

e un amor nuevo. Pero Isidro rio de su indignación. ?Qué había de malo en aquello?... Podían seguir dedicándole obsequios de tal clase, si era su gusto, mientras él continuaba t

se con él. Media hora antes la había visto en el paseo mirando a todas pa

elto a su camarote para adecentarse un poco. Tiene hambre de verle. Pero ?qué diabólico

vestirse un traje nuevo; se movía con menudos pasos empinada sobre altos tacones; adivinábase en toda ella una preocupación por embellecerse y agradar. Su rostro, bajo una c

irada interrogante... ?Contento? él sonrió con la gratitud de un buen recuerdo, s

se sin despedirse de ellos. Nélida, al verse sola, se

i dios!... ?

con un orgullo de varón satisfecho de su persona. Acordábase de Mrs.

ullecerla. Pasaron ante ?el banco de los pingüinos? y ante sus vecinas ?las potencias hostiles?, con repentino malestar de Ojeda, que deseaba retroceder, pero no se atrevía a decirlo. A

n Zurita de espaldas al mar. El doctor lo

ada día con una... ?y a su edad! Porque él n

cual si presintiera un peligro. Pasó mirándolos con ojos de provocación, pero todos parecieron ocupados de pronto en importantes reflexiones que le

a!... Y ella le escuchaba con asombro y satisfacción. ?Habría sido capa

nte, sin jactancia, con sencillez

. ?Lástima que estemos aqu

Fernando con ojos dulces y protectores, como si un presentimiento le hiciese adivinar la realidad y lo considerase ya de la familia. El se?or Kasper, que hasta entonces sólo había cambiado con Ojeda algunas palabras de cortesía,

hombre. Así deseaba quedar para siempre, mirándose en los ojos de Fernando, oyendo la voz del se?or Kasper, una v

, pero también las gentes sin conciencia que estaban a la espera de los recién llegados para abusar de su ignorancia. él sabía que Fernando llevaba capitales para emprender allá algo importante. Maltrana le había hablado de esto. Y por a

llegaremos a hacer algo

an arrancado de su tranquilo retiro de Europa, no porque necesitase trabajar

ola detrás de su talle, la oprimía con invisibles apretones. A ella no le interesaban los negocios; podía hablar papá con su voz reposada y musical todo lo que qui

... ?Mi dios

a estas palabras con

cación, libertando a sus distraídos oyentes. Le esperaban

os me reclaman. Tiempo nos qu

contemplase en él un socio futuro de las

. ?Nélida... Nélida...? Ahora era la madre la que salía a su encuentro para hacerla varias recomendaciones sin importancia. Fernando adivinó un pretexto para aproximarse a él. ??Buen día, se?or!? Sus ojos

su madre. Por detrás de la cabeza de ésta hacía se?as a Fernando; le hablaba con el movimiento silencioso de sus labios. ?Vámonos: déjala.? Pero

muy hacendosa, ?sabe, se?or?... Y el día de ma?ana, cuando se case y siente la cabeza, s

si le ofreciese esta dicha perpetua esperando

de casa y el deseo de verla madre de familia la hacían encogerse de hombros y contraer e

ad, adivinando de pronto lo

. Las viejas estorbamos

a y cari?osa, como si bendijese con lo

excusarla, avergonzada de

todos sus pensamientos van a parar a lo mismo. Apenas me ve con un hombre, cree que deb

ealmente ingenua, como si le propusiesen

da. Su seriedad y sus a?os le inspiraban respeto. Además, tenía la convicción de que aquel se?or jamás le convidaría a champán y cigarro

e cabeza, sin la más leve emoción. Ojeda la miró también con indiferencia. Su figura arrogante apenas despertaba en él una remota vibración. Era

ellos lo mismo que antes. Pero la madre siguió su camino tirando de él, sin volver la cabeza, con la mirada perdida para no tropeza

y tal alarde tranquilizaba a Mrs. Power, que veía borrarse con él definitivamente todos los recuerdos. También alejaba a Mina, temerosa de la insolencia de Nélida. Unas cuantas horas de atrevida exhibición habían ba

ocupaban la misma mesa de sus padres, con un visible deseo de aproximarse a ella. Después de breve eclipse asomó el rostro a una ventana inmediata al lugar donde estaban Ferna

entes deslizábanse discretamente hacia sus camarotes. Sonaban ronquidos en las sillas largas del paseo. Los duros varones, insensibles al voluptuoso aniquilamiento tropical, dirigíanse hacia la popa en busca de las tertu

No tienes más que ara?ar la p

asomaba como un pétalo de rosa entre los labios súbitamente abrasados. Arremolinadas por la br

az de insaciables deseos. Pero tuvo buen cuidado de disimular su inquietud por orgullo sexual. ?Dentro de media hora-repitió ella

pionaje. Y cuando llevaba mucho tiempo en el camarote de Nélida sobrevino la más penosa de sus aventuras de a bordo: una escena

por el temblor de la cólera: ??Abre... abre!?. Empujaba la puerta como si quisiera echarla abajo. Por un resto de p

e furia contra el hermano imbécil. ?Y no habría una buena alma que lo matase, para quedar ella tranquila?... Adivinó que eran

mente, mientras reparaba el

diese en aquella pieza tan peque?a?... Pero la muchacha le empujó rudamente, mi

os de Nélida, y acabó por introducir su respetable personalidad debajo de un diván de exigua altura. Luego

quedó acoplado en tal in pace, sintió que le dolían todas las articulaciones y que su pecho se aplastaba contra el entarimado como si fuese a romperse. Una cólera homicida se apoderó de él. ?Ah, no! ?

necedades!... Estaba en lo mejor de su sue?o y venía a interrumpírselo con sus historias disparatadas. ?Mira bien, zonzo... Abre los ojos, animal... ?Dónde está el hombre, idiota?...? Y lo

ena hermana no le dejó partir con tanta facilidad. Primeramente, al abandonar su brazo, le soltó dos buenos pellizcos retorcidos, y luego, junto a la salida, una bofetada sonora: ?Para que

salió a luz el doctor Ojeda, pero despeinado, sudoroso, con la f

mpo que arreglaba amorosamente el desorden de

que me lo han de ver!... él, tan buen mozo,

uvo una ma

eque?os, ?verdad?...

ímpetu sobre él con

no lo repitas. ?Por Dios te

ricias, para disipar el mal recuerdo y recom

o?, como ella le llamaba, que vivía en la Argentina, y era el único hombre capaz de inspirarla miedo. La amenazaba el hermano menor frecuentemente con revelar al otro todas las aventuras d

que no me guardas rencor por lo de mi her

en la hora que todavía pasó allí, le fue imposible desechar el mal recuerdo del escondrijo y la torturante posición que había sufrido en él... No volvería

esperaba la proposición. Tenía deseos de visitarlo. Era indudablemente mejor que el suyo: un

ré, después de las doce.

r y los recursos del due?o de la casa. Nélida le miró con ojos suplicantes. ??No quieres que vaya?...? Si era por miedo a que la sorprendiesen, no d

vo el sacrificio tantas veces repetido. ?Ven; te esperaré.? Y después de esto procedieron a la

bó suavemente, como un ojeador que indica el sendero, y Fernando abandonó el camarote apresur

rio influenciado por aquella vida de a bordo, que retrogradaba las gentes a la ni?ez!... El miedo al ridículo despertó su con

resultaba irremediable, y cada vez iría en aumento mientras no abandonase este ambiente. Era esclavo del ?gran ten

adivinar sus pensamientos más recónditos, le abru

as durante la siesta!... ?Qué color! ?qué ojeras!... Coma mu

s amabilidades, adivinando su malicia, aban

?pero lo que se ha echado encima!... Antes del término del viaj

jeros: una comida igual a todas, pero con un discurso del comandante y otro del ?doktor?, que en nombre de los alemanes y extranjeros agradeció, con lenta fraseología semejante a un crujido de maderas, las grandes bondades q

l pueda dedicar el día de ma?ana al arreglo y cierre de equipajes. Esta noche es la última de gran ceremonia, y las se?oras van a guardar sus vestidos y joyas. La etiqueta del Océa

y a las se?oritas que se habían presentado con mejores disfraces en la fiesta del paso de la línea. Después de

o dramático los versos franceses recitados por una de sus hijas. Además, unas ni?as brasile?as se preparaban para tocar a cuatro manos una sinfonía; las artistas de opereta contribuirían con varias romanzas; uno de los norteamericanos pensaba disfrazarse de negro para rugir su música con acompa?amiento de ruidosos zapateados; y hasta fraulein Conchita, cediendo a los ruegos de varias se?oras entusiastas

Maltrana-. Comprímete aquí: échale agua a tu baile.

ajeros. Y terminaba por declarar modestamente que él también ?aportaría su concurso? inaugurando el concierto con un discursito en honor de las

tranita al abate de las confe

tanto canto de aficionado en el estrecho salón, entre un público abaniqueante y sudoroso.

a fiesta con toda su familia: ?un verdadero tormento! pero esperaba que Fernando ocuparía una silla cerca de ella. Y al saber que no entraba en el salón, casi lloró de contrariedad. ?Al menos no te vayas lejos; asómate de vez en cuando. Que yo te vea; que yo sepa que estás cerca de mí...? Durante el concierto, los o

paso entre las sillas para ir en busca de las artistas, inclinándose ante ellas con su ?saludo de tacones rojos?, dándolas el brazo pa

ios formulados por las damas según los términos admirativos de cada país. En su declamación dulzona las había abarcado a todas, jóvenes y viejas, alcanzando sus elogios hasta a las sotanas que figuraban entre ellas, lo que le dio motivo para ensalzar la religión, representada allí por sacerdotes de t

aludando a las se?oras que habían intervenido en el concierto, sonando en su coro de alabanzas los más estupendos embustes. Todas ellas aceptaban sin pesta?ear la afirmación de que en caso de pobreza podían ganarse la vida con su talento musical. Mrs. Lowe, escoltada por su marido, que lleva

tas las canciones, aunque ellos no habían entendido gran cosa... ?pero el baile! ?aquella danza serpenteante, con unos brazos que parecían hablar!... Do?a Zobeida sonreía,

a gustado más a los se?ores... Ya lo decía mi finado el doctor, que

de grupo en grupo, aceptando como algo propio los requi

ncontrarse con Fernando tuvo el gesto petulante de un cómico que

tro hombre. Parecen arrepentidos de haberme tratado hasta hace poco como un insigni

s que se quedaban en Río Janeiro; pero por el éxito re

la opereta, que me han oído desde puertas y ventanas sin entenderme seguramente, pero ahora me contemplan c

cía bien. Aquella fiesta era igualmente para despedir al barón belga y a otros amigos suyos que se quedaban en el Brasil. En el aturdimiento de su gloria hab

ó... Por cierto que el hombre lúgubre no se ha dejado ver en todo el día. Debe estar temblando con la idea de que pasado ma?ana llega

ropios asuntos cual si fuesen de otra persona. Los hechos anteriores a su embarque eran para él como sucesos de una existencia distinta, ocurridos en otro planeta, y de los que sólo guardab

solente y triunfadora saludaría la belleza de Teri, de un esplendor m

a... Tal vez perdiera a Teri para siempre, después de haber osado ocultar su imagen. ?En amor hay tantas afinidades misteriosas, tantos choques inexplicables a través del tiempo y la distancia!... Pero estas preocupaciones de hombre imaginativo, trastorna

ndo y fumando. El interés de la lectura se apoderó de él al poco rato. Né

ve ruido en el inmediato corredor; menos que un ruido: un roce, las ondulaciones del ai

bien, saltó, con la alegría de un gimnasta que llega al final de una carrera de obstáculos. Sacudía en torno de la frente el manojo de sierpes de su cabeller

trar, con risa triunfa

chosa. Encendió todas las luces del camarote para examinarlo mejor. Tocaba los libros apilados en el diván, en la mesita y hasta en el lavabo; revolví

e traes de Europa guardado en tus maletas!... Ensé?ame t

e el diván para sentarse en el alféizar de ella, sacando parte de su cuerpo fuera del buque. Un grato escalofrío hizo temblar su espalda: estremecimiento de frescura por el viento que levantaba el buque en

se todo. Y Nélida agradeció su miedo como una manifestación de amor, acar

la-. Por pronto que se enterasen en el buque e hicieran alto, pasaría mucho tiempo. Pero tú te echarías al agua detrás de mí, ?no es cierto, mi viejo?... Vendrías a

temente, tirando hacia afuera, como si en realidad

ellas aguas negras que pasaban y pasaban junto al flanco de la nave. Sería un chapuzón en el misterio y el olvido; una caída sin esperanza. Nadie podía verla; la muerte era segura.

Dios! baja d

antenían sus brazos. ??Ah... ah... ah!? Y echaba el cuerpo atrás, en el vací

as de cabeza para salvarme...

o así pudo conseguir que abandonase la ventana, estre

. Repítelo viejito rico, que yo l

ue entraba por la ventana, volvió a llamar a Ojeda ?viejito? y ?negro?, dos palabras amorosas del nuevo hemisferi

tristeza y miedo. Contaba los días que faltaban para la llegada a Buenos Aires. ?Cuán pocos eran!... Recordaba a su hermano mayor, el rudo estanciero,

a a contar no sólo lo de Alemania, sino lo del b

temblaba con sólo el recuerdo de este hermano, al que había podido apreciar en

, todos hemos de pasar por ella. Pero me amenaza con algo peor. Me quiere cortar la cara, me la quiere

e para ella que la muerte, no dudando un instante de

a, escuchándola, se imaginaba el tipo. Era un homicida, al que había faltado una ocasión para el desarro

ojos-. Tú que eres capaz de echarte al mar por mí, podías hacerme feliz

hacia Buenos Aires como un animal que va al degolladero. Aún estaban a tiempo los dos para ser dichosos. Bajarían en Río Janeiro, se esconderían, dejando que par

cuando aún no había llegado al término de su viaje? Sólo podía admitir esta p

ida por la extra?eza q

sois lo mismo. Muchas promesas, y luego retroce

uropa, un pasado del que iba a pedirle cuentas ?el gaucho? vengador. Sólo llevaban dos días de amores, y se extra?aba de verse desobedecida, como si los hombres no

mato, me marcharé sola. Yo te juro que

ís para mujeres como su madre. Buenos Aires aún podía tolerarse; pero ellos iban

es por otro; sin hablarse, dirigiéndose miradas, lo que allá llaman afilar, y sin atreverse a un saludo. Luego, el encierro en casa todo el

onia, urbe corrompida, inventora de malas costumbres... ?Ay, Berlín! Tal vez las parisienses fuesen más elegantes, más finas que las otras; pero en Berlín todo era grande. Los cafés y los teatros, más enormes que los de París. Los establecimientos nocturnos copiaban los títulos de Montmartre; pero si en

brevenido como resultados del triunfo. Y la mestiza de alemán y de criolla hablaba con nostalgia de la vida noct

ces poco el idioma. No sabes lo que es la vida allá.

e casarse. Este acompa?amiento no las impedía cenar con ricos se?ores de la industria y de la Banca que celebraban un buen negocio. Los due?os de los establecimientos las atraían y las halagaban a ellas y a otras de su clase. Eran se?oritas, con un encanto superior al de las otras mujeres. Sabían mantener sus aventuras en un término prudente, con más bullicio y atrevimiento que las profesionales, pero si

e vive. ?Y tú no quieres llevarme? ?Tan dichosos

desconcertante. Era inútil exponer razones de honor, hablar de su dignidad, q

oponían a su plan. ?Qué iba a hacer él en Berlín? ?De qué podían

ntonces lo tenían en abundancia, o al menos jamás se preocupaban visiblemente de su carestía. ?Un hombre sin dinero!..

demás de esto, tenía sus peque?as alhajas, regalos de amistad, que llevaría con ella. No necesitaban de grandes cantidades para llegar a Berlín, y una vez allá, todo les sería fácil. Contaba c

-protestó

el viaje, ni ella, con la movilidad de sus fugaces impres

eos. Luego las fuertes pisadas se alejaron hacia la popa, acompa?ando una

as gentes pasean por todo el buque ante

ncia amorosa. Sus besos de despedida fueron glaciales. Fr

permitiese acompa?arme en mi fuga, y tú parece que estás arrepent

siguiente. Pero ella, adivinando la falsedad de sus palabras, no quiso oírle. ??Adiós!? Le empujó par

que la suya... ?Muchacha loca, adorable por una hora e insufrible por toda una noche!... Reía francamente al recordar las extra?as proposiciones de Nélida. ?A

ensamiento a la vulgarizada frase del dramaturgo escandinavo. Siempre que una contrariedad amorosa le impulsaba a separarse de una mujer, se decía lo mismo: ?El hombre aislado es el más fuerte...?. ?Ay! Fácil era aislarse cuando el organismo parece crujir de fatiga y la hartura quita todo encanto a

bierta era muy tarde. Muchos esperaban el toque de mediodía para entrar en el comedor. Adivinó Fernando en las mi

lones le seguían con cierta admiración. Parecía haber crecido en una noche. Era otro, con la mirada grave, la frente pesada, los brazos cruz

que h

erio, y se llevó a su amig

usted una caja de pi

presa... ?Pistolas de desafío?... ?Es que ?por casualidad? viajaban las gentes con una caja de ellas en el equipaje?... Maltrana se ex

ndiente a bordo, y los adversarios, así como los otros testigos, me han hecho el honor

durante las pocas horas que el buque permanecería anclado, y él tenía que estable

epetición, con balas blindadas, que llevaba para su estancia. Pero todas eran armas vulgares, prosaicas, de última hora; armas sin tradición, que no podían servir por falta de títulos para que dos caballeros se matasen. él necesitaba espadas o pistolas antiguas que se cargasen por la boca, como ordena el ceremonial del honor, armas poéti

nes. Quería saber el motivo del du

la madrugada. Al cerrarse el fumadero habían subido a la cubierta de los botes para terminar el jolgorio en el camarote del belga, que iba a separarse al día siguiente de la honorable sociedad. Llevaban a pr

fondo se odiaban sin saberlo. Inútil decir a usted quién es el verdadero culpable... ?Quién ha de ser?... Nélida. Y lo más gracioso del caso es que ninguno de los dos la nombró, pero ambos l

su mutua presencia, acabando por cansar a Nélida en fuerza de rivalidades y celos. Y este odio silencioso que los dos llevaban en su pensamiento había estallado en la madrugada con la rapidez y la

No se necesitaba más para volver a ser amigos... Pero el belga entiende las cosas de otro modo. Saca a colación su baronía, y además creo que ha sido subteniente de no sé qué guardia nacional o re

e excusó m

a el pan), y me miran con tanto respeto como si fuese de la Tabla Redonda... Además, ha influido igualmente mi triunfo oratori

gunta a otros pasajeros de distinción, y si éstos no tenían ?por casualidad? una caja de pistolas, arregla

recato alguno, las huellas del choque nocturno. La banda se había dividido según sus opiniones y afectos, quedando un grupo en torno del alemán y otro

enir hacia él pasando ante el grupo que formaban el barón y sus amigos en la terraza del fumadero. Todos la consideraron con indiferencia, y ni siquiera volvieron los ojos para s

nto. Iba buscándole desde una hora antes por todo el buq

res de la ma?ana en el comedor y que me encontraste a la una. él

había cerrado la puerta al notar su salida, guardándose la llave. Inútiles los ruegos de Nélida cuando, al volver en la madrugada, intentó ablandar a su hermano llamando a la puerta de su camarote. Se f

. Simple asunto de cambiar las horas, asegurando que estaba allí desde mucho antes. Todos lo

? Pero Nélida sobrevino como una fiera, y hubo que arrancar al ?zonzo? de entre sus manos. Aquel bandido se había aprovechado de una corta salida suya por exigencias

a ofrecer un testimonio más importante: el doctor Ojeda, que la había encontrado a la una y media, cuando él s

eflexionaba como un rey justiciero, acariciándose las barbas. ?Prudencia! Había que pesar bien las cosas para ser equitativo. La ni?a ofrecía pruebas, y el tonto únicamente sabía insistir

mible que la esperaba al término del viaje. ?Y aún se resistía Fernando cuando ella le hablaba de huir, como si le propusiese algo disparatado?

tú. Hazlo, mi viejo; sé buenito. Allí lo tienes, cerca del fumadero, hablando con el

mandato de una mujer, siguió este impulso, dirigiéndose en busca del se?or Kasper. ?Qué de embustes y enredos con

or Kasper odiaba las repúblicas, gobiernos de pelagatos con levita, de parlanchines hambrientos. Los pueblos debían ser regidos por hombres a caballo, con deslumbrantes uniformes. Y satisfecho de que a él le hubiese tocado esta suerte al nac

usca del tercer aperitivo de la ma?ana, y al quedar solos, fu

ballero distinguido y serio. Eran querellas entre muchachos; una genialidad de su hijo menor, que le proporcionaba muchos disgustos. La sangre de los abuelos criollos despertaba en sus venas..

diciéndolo él todo, como si estuviese mejor enterado que nadie por el solo testimonio de Nélida. Y acompa?aba sus palabras con tales sonrisas, que Fernando acabó por se

a hablar de los negocios de América, tema en el que insistió hasta el to

de algo importante. Los pupitres de los salones y del fumadero estaban ocupados por hombres y mujeres que escribían y escribían, teniendo ante ellos un montón de cartas cerradas con las direcciones puestas.

anos. Todos habían sentido de pronto la necesidad de escribir. Al día siguiente llegaba el Goethe a puerto, y las gentes despertaban de su ensue?o azul que había durado diez día

virgen, no sabiendo cómo reanudar sus ideas. Las mujeres parecían más graves y silenciosas, poseídas de súbito ascetismo. Rehuían las conversaciones, como si fuesen peligros

ora para llenar pliegos, sin que se trasparentase la verdad! ?Qué de juramentos de eterno recuerdo, cuando los pobres recuerdos de tierra no habían salido de los equipajes y en ellos permanecían encogidos, cual prendas sin uso, mientras e

n la víspera de la llegada a Tenerife. Pero ?ay! su carta era ahora un trabajo literario y reflexivo. Los recuerdos venían a

no era el mismo que de todo corazón lanzaba sobre el papel los apasionados juramentos de la pareja wagneriana. ?Alejados el uno del otro, ?quién nos separará?...? Estas palabras hacían levantarse en su recuerdo, como testimonio

a desvanecer esta embriaguez voluptuosa del Océa

radora del remordimiento. Y este remordimiento parecía a?adir un nuevo incentivo a su amor. Era algo semejante al sac

erés nuevo al amor. Son como salsas picantes que renuevan el gusto de un plato conocido...? ?Ah, pobre Teri enga?ada, que tal vez no se enteraría nunca de estas infidelidades! él iba a expiar sus delitos adorándola con may

días antes y esta carta igual a la que había enviado desde Tenerife. Pero no era el mismo; veíase obligado a reconocerl

con su sonrisa audaz, sin miedo a la curiosidad de las gentes. Tosía para indicar su impaciencia; movía lo

uerdo de Teri, pero esto no le impedía, por costumbre o por ?honradez profesional?, e

r apartarse de la ventana, yendo hacia el avante d

o con cierta emoción. Hacía días que el buque costeaba su amado continente, pero de muy lejos. Ahora se aproxima

jo! Para ella, todos los hombres eran simpáticos. Debía haber sido en su juventud un buen mozo. Su hijo mayor también lo era. Lástima gra

?Interesante la muchacha!... Pero él tenía su familia a bordo, sus ni?as y cu?ad

vaga de Nélida, que no entendía gran co

l distinguir la primera isla... La alegría con que Rodrigo de Tr

nte de Nélida. Además, su triunfo oratorio había desarrollado en él un dese

ualmente casi todo el mundo. Ni el que descubrió primero la tierr

tió el Rodríguez en Rodrigo, y a?adió el Triana por haber vivido en dicho barrio. Entre la gente de mar era muy frecuente la desfiguración de nombres por apodos y por el lugar de nacimiento. Además, Ju

ía visto una luz ?como una candelica subiendo y bajando?, y que esta luz procedía de la isla. Hay que tener en cuenta que el Almirante estaba entonces a unas catorce leguas de la isla, y ésta es completamente baja, sin una colina. Imposible verla

dose en la curiosidad del doct

ibuyó dicha suma, fundándose en lo de ?la candelica?. Pinzón, que podía atestiguar la verdad, acababa de morir; y el pobre Rodríguez Bermejo, al verse injustamente despojado por el grande hombre, si

urita estab

nuestro hemisferio empieza por una injusticia, por

maliciosamente, como si después de saber esto

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