, el capitán Ferragu
ado de sus expediciones anteriores para el avituallamiento de las tropas aliadas; conocía su nombre, y le miró como un juez que se interesa por el acusado. Había recibido d
de eso,
ivamente á tales preguntas; le sería difícil al alemán probar sus afirmaciones; pero prefirió decir la verdad, con la sencillez del que no in
con sonrisa melancólica, como un magistrado que no pierde
Mediterráneo... Pero cuando el capitán espa?ol contó cómo había sido él una de las primeras víctimas, cómo había
ntro con el espía en
. Ese hombre me denuncia para vengarse. Reconozco que mi ceguera amorosa me arrastró á un delito que no olvidaré
a, intuitiva, pasional, atenta á sentimientos que apenas tienen valor en otros tribunales, juzgando por los movimientos de la conc
r una mujer. ?Quién no tenía en su historia algo semejante?... ??Ah, las mujeres!?, repitió el francés, como si lamentase la más terrible de las escl
hemos hablado queda entre los dos: es como una confesión. Yo me entenderé co
iscretamente y no le perdían de vista hasta convencerse de su completa inocencia. Per
navío le vió una vez de lejos, saludándole
los industriales que necesitaban las tropas de Oriente. Este viaje no lo hizo Ferragut por el deseo de ganan
resurrección del antiguo amor: esto resultaba imposible... Pero el remordimiento se la hacía ver idealizada por la dist
os; hacerse perdonar todo lo pasado; que ella no le mirase
ras no existían. Eran un tropel de sombras que apenas si se marcaban en su memoria como espectros daltonianos, de visible contorno, pero sin color. En cuanto á la última, aque
ó lo mismo que al partir, con las dos sobrinas sentadas á sus pies, fabricando blonda
án á esta vivienda de monástica calma fu
encia. Quiso borrar además sus malas palabras, inspiradas por el dolor: el recuerdo de aquella escena de rebelión en la que se había levantado como una acusadora iracunda contra el padre. Y Ferragut, durante algunos días, creyó vivir lo mismo qu
las noches el ejercicio de sus derechos. Un sentimiento de tristeza y de vergüenza fué el obligado final de sus caricias. Su es
hijo se incrustaba entre los dos, dejando apenas en el pensamiento
zase, siempre se interpondría entre ambos el irremediable pasado. Su destino era vivir en un buque, pasar el resto de sus días sobre las
eciendo, como un desocupado, en los cafés. Seguía con los ojos la corriente humana de las Ramblas, en la
t fué la visible disminució
Las alemanas, con trajes vistosos y disparatados, se besaban al encontrarse, hablando á gritos. La lengua germánica, confundida con el catalán y el castellano, parecía pertenecer al país. En los caminos y las monta?as se ve
hile, que habían pretendido volver á su país en los primeros momentos de la guerra, quedando aislados en Barcel
extra?a. Todos se aglomeraban á la vista del mar, con la esperanza de ser los
nriquecidas por el comercio se habían alojado en los hoteles. Los pobres que trabajaban en el Nuevo Mundo como agricultores ó dependientes de tienda se acuartelaban en un
ín. Y los refugiados alemanes, convencidos finalmente de que la espera iba á ser larga, se esparcían por el interior de la nación, buscando una existencia más amplia y barata. Los que habi
inadas cervecerías para leer los periódicos de su patri
gados con los de Barcelona por la francmasonería del comercio y del interés patriótico. Pero todos eran germanos, y ello bastaba para que el capitán recordase inmediatamente á su hijo, imaginando sangrientas venganzas. Deseó á veces tener en su bra
dos muros de flores recién cortadas que guardaban aún en sus corolas el rocío del amanecer. Cada mesa de
chillaban miles de pájaros con la tenacidad ensordecedora de las cigarras, persiguiéndose de tronco en tronc
matinal recién salida del sue?o y refrescada por este ambiente de jardín. En Ferragut, el deseo de la mujer predominaba
texto para entablar conversación. Tal insistencia no podía enorgullecerle. Era una hembra cuarentona, de pecho prominente y sueltas ancas, una
a con sus sonrisas y las miradas de sus ojos c
un capitán de barco al
sterio. Una se?ora muy hermosa deseaba verle... Y le dió las se?as de una ?torre? situada al pie de
a mirada de dulce promesa-.
ás. Lo único que pudo entrever en sus evasivas fué que la pers
abeza. Su astucia estaba habituada á burlar persecuciones, y sin que Ferragut pudiera darse cu
imero que se dijo U
re dos viajes, sin pasión alguna, por su curiosidad de vagabundo ansioso de novedades. Tal vez una de ellas le había visto en la Rambla, enviándole á esta intermediaria para
molestia inútil acudir á esta entrevista, para encontrar
se repitió su promesa de no acudir á la cita empezaron á hac
us escritorios ó pasear por la Rambla. ?Por qué no ir?... Tal vez se enga?aba, y la entrevista fuese interesante. De todos modos,
anvía, que le condujo á los nuevos
s domingos y hacer alarde al mismo tiempo de su prosperidad. Las había góticas, árabes, griegas y persas. Los más patriotas se confiaban á la inspiración de ciertos arquitectos que habían inventado un arte catalán, con oji
su primer estirón. Miraba las fachadas de las ?torres?, hechas de bloques de cemento imitando la piedra de l
lo deseaba ver la casa exteriormente. Tal vez esto le ayud
ura de castillete feudal, que hacía presentir un interior semejante á los salones de las cervecerías, vió
usted,
e á los ojos maliciosos y la s
s de tama?o de bastones y armas viejas adornando las paredes. Varias estampas reproduciendo cuadros modernos de Munich alternaban con estos
pesada introductora con la ligereza de un ser inmaterial, como tragada por la pared. El marino empezó á sentirse i
nriente mujer con el mismo
ted, don
gut, al avanzar, sintió que esta
él, con la lanza en alto y la cabellera flotante, sobre un caballo negro que expelía fuego por las narices.
ento que la hizo chocar contra el pecho del capitán. Antes de que el abrazo femenino se cerrase sobre él, vió una boca suspirant
balbuceó él, e
tremecimiento de la sorpresa; una
er, intentando abarcarlo
ió á repetir el ma
Fr
enos consejos, que hablaba en su cerebro en los instantes críticos y ahora había perdido
...
dole órdenes: ??Duro!... Nada de miramientos. Esta hembra es de revólver.? Y pegó como si su e
e hicieron iniciar un segundo golpe, temiendo un ataque de ella, querien
Ay
n lado á otro, lo mismo que si estuviese ebria. Se doblaron sus rodillas, y cayó con la blandura de un paquete de ropas, chocando su cabeza primeramente con el d
en tarde por quejidos de dolor. Freya gemía
ra caída. Estaba satisfecho de su brutalidad; había sido un desahogo oportuno; respiraba mejor. Al mismo tiem
ado en los pendientes de ella; tal vez se había rasgado en un alfiler perdido en su pecho. Chupó la sangr
ya todos los objetos claramente. Sus ojos abarcaron á Freya co
. Sus ojos entreabiertos tenían una aureola de momentáneas arrugas; la nariz había tomado el lívido afilamiento de los moribundos. El casco de sus cabellos, roto bajo el pu?etazo, se esparcía en mallas doradas y ondulantes. Algo n
aso sobre el cuerpo tendido, buscando la puerta. ?Por qué continuaba allí?... To
iró una voz doliente-. ?óye
emidos, y este movimiento aceleró la salida de su sangre... E
Sus ojos se fijaron en un alto tubo de cristal que subía desde el suelo con la boca repleta de flores. De un zarpazo esparció sobre l
cabeza del cojín. Ella se dejó lavar la herida con un abandono de criatura enferma,
ándose en la sien una mancha roja de
estar á tus pies. Soy tu esclava... tu c
ndo hacia él los labios con un b
no!.
esta caricia, se puso
aba poco á poco sus sentidos. Al cesar el chorr
pensamientos, sintió
gado... ?y no me he defendido! No me defenderé aunque vuelvas á golpearme... De s
cuerpo descansando sobre los talones. Tendía los brazos al hablar con una voz
; he aguardado cerca de tu casa; muchas veces te he visto á la puerta de un café y he tomado la pluma para escribirte; pero temí que no acudieras al conocer mi letra, ó que despreciaras una carta de otra mano... Esta ma?ana, e
il, con la mirada perdida
ecidida. Eres un hombre solo, y desafías, sin saberlo, á una organización grande como el mundo... El golpe aún no ha caído sobre ti, pero caerá de un mo
o, como siempre que le hablaban de peligros aconseján
sordamente-. ?
odo el mal que pueda, pero existe una excepción: ?tú!... Todos mis deseos de felicidad son para ti; mis ensue?os sobre el porvenir tienen siempre como centro tu persona... ?Quieres que permanezca indiferente al verte en peligro?... No, no miento... Tod
os le temblaban, impacientes. Iba á marcharse; no quería oírla más... ?
?qué has hecho?-siguió dicie
que trabajaban por la mayor gloria de Alemania. El marino Von Kramer, desde su encierro, había
denunciado á Von Kramer anónimamente, sin que él supiese de quién partía la acusación... Has
s: su procedimiento era el mejor. Lo único que lamentaba era que este a
. Ignoramos si la sentencia se ha cumplido; pero lo van á fusilar de un momento á
lo repetían en aquellos momentos los batallones civiles de hombres y mujeres encargados de trabajar por el triunfo germánico. Los comandantes de los submarinos se pasaban informes acerca
ises?... ?qué has h
verdadero interés por su persona, un miedo eno
nganza. ?Huye! No sé adónde podrás ir para
ada. Se indignó al pensar que aquellos extranjeros podían perseguirle en su patria: er
jo-. Me gustaría
o si fuesen á surgir de las paredes esto
La doctora sabe que te amo lo mismo que antes, á pesar de la cólera que ella siente contra ti. Los otros hablan de tu ?traición?, y yo protesto, porque no puedo tolerar esta mentira... ?Por qué traidor?...
n su memoria, y sintió la nec
el servicio de ?informaciones?... Al principio me entretuvo tu entusiasmo amoroso. Representabas una diversión interesante con tus galanteos á la espa?ola, esperándome fuera del hotel para asediarme con tus promesas y juramentos. Me aburría durante la
ró la voz de Ferragut descend
inas para convencerme de que me esperabas en la calle. ?Allí está mi flirt; allí está mi novio.? Tal vez habías dormido mal pensando en mí. Y yo sentía mi alma rehecha, un alma de veinte a?os, de muchacha entusiasta y candorosa... Mi primer impulso era bajar para unirme á ti, yéndonos por las orillas del golfo, como dos enamorados de novela... Luego surgía la reflexión. Mi pasado se desplomaba en mi memoria como una campana vieja que se desprende de una torre. Había olvidado este pasado, y al caer, me aturdía con su p
trada. Presintió la explicación de muchos actos incomprensibles. Una
trabajos... Decía verdad: estaba enamorada. Lo reconocí la ma?ana en que tuve el deseo imperioso de ir al Acuario. Llevaba muchos días sin verte; vivía fuera del hotel, en casa de la doctora, para no tropezarme con mi flirt. Y esa ma?ana me levanté muy triste, con un pensam
o sus ojos hacia él para apre
do de no verte más. La noche en que me irritaste con la furia de tus deseos, y yo me defendí estúpidamente, como si fueses un extra?o, concentrando en tu persona el odio que me inspiran todos los hombres, esa noche lloré al verme sola en mi cama. Lloré pensando en que te había perdido para siempre, y al mismo tiempo me sentí satisfecha, porque así te librabas de mi influencia... Luego llegó
omo si paladease este período de sus re
s. ?Mi marino adorado, mi tiburón amoroso, va á llegar... ?va á llegar!? Y lo que llegó de pronto, cuando aún lo creíamos lejos, fué el golpe de la guerra, separándonos rudamente. La doctora maldecía á los italianos pensando en Alemania; yo los maldije pensando en ti, viéndome obligad
ut. Quería abrazarse á ellas, y no osaba hacerlo por miedo á que él la
ntonces la odio. Celebró el suceso, pasando indiferente sobre tu nombre. Tú no existías ya para ella: no podía utilizarte... Yo lloré por ti, por tu hijo, al que no
ojos. Un gesto de amor humilde embel
oy la verdadera culpable: son los otros. Yo he sido enga?ada lo mismo que tú... ?Vendrá, y seremos felices otra vez...? ?Ay! ?si pudiese hablarte esta habitación... este diván en el que he so?ado tantas veces!... Siempre que arreglaba unas flores en ese vaso, me hacía la ilusión de que tú ibas á llegar; siempre que me embellecía con un poco de tocador, me imaginaba que era para ti... Vivía en tu país, y era
o fruncido, como si le dominase una i
stá la do
torno de él como si aguardase la aparición de la imponente dama. S
án ó en Cádiz. Sale con mucha frecuencia; tiene amigos en todas
nía de ordenarle trabajo alguno: ella misma lo ejecutaba todo, evitando intermediarios. Lo ocurrido á Von Kramer la h
ca del Sur, parásitos de las ciudades de la costa ó vagabundos de las selvas del interior. Al frente de ellos, como p
ntusiasmo patriótico que se reunía todas las tardes en cierto café del puerto. Freya tenía la certeza de que trabajaban en el aprovisionamiento de los subma
n momento favorable. ?Quién sabe si te habrán seguido hasta
vantar los hombros con
spiro un poco de compasión, si no te soy co
emanda le produjo una impresión de asombro y escándalo. ?Huir con ella, que tanto da?o
sición, que el capitán s
siento sobre mi cabeza... De nada puedo servirles; ya no les inspiro confianza y sé muchas cosas. Poseo demasiados secretos para que me abandonen, dejándome en paz;
stas súplicas, rompiendo a
te conmigo, haciéndome intervenir otra vez en los enredo
entre los adversarios de Alemania. Lamentaba su antigua ceguera y estaba satisfe
de vuestro espionaje. ?El capitán Ferragut es un tonto enamorado-os habéis dicho-. No hay mas que hacer un llamamiento á su caballerosidad...? Y tú quieres vivir con
ntó un brazo y un pie; iba á golpear y aplastar á la mujer arrodill
ises...
a martirizaban los remordimientos al pensar en lo que llevaba hecho. Se estaba realizando en su conciencia la saludable transformación de las mujeres arrepentidas que fueron antes
es con madres, con esposas, con hijas; y su alma de mujer se horrorizaba al pensar en los combates y las matanzas
ro el medio de ganar mi existencia y estoy habituada á vivir bien. La miseria me inspira más miedo que la muerte. Tú me mantendrás; contigo aceptaré lo
nrió con una
uivocas; no sirvo para eso. Hay que tener una predisposición especial, cierto talento para fingir lo que no se siente... Yo he inten
longaba su sonrisa
?Todo mentira! No te esfu
jos de Ferragut. Este vió su sien izquierda con la piel desgarrada: la mancha del golpe se extendía en t
averiguaciones en nuestra época feliz. Quería guardar en secreto mi vida anterior... ?olvidarla! Ahora
charla. Protestó por anticipa
mentiras! ?Cuándo ter
, mi nombre de aventuras. Talberg fué el profesor á quien acompa?é á los Andes, y que tampoco fué mi mar
ón no interes
ijo-. ?Otra novela!
bre su cabeza, retorciéndose con los dedos entr
.. ?Qué juramento podré hacerte para
tilidad de estos extremos. No había juramento que pudi
ato, no queriendo insistir con
... Además, le inspiraban un entusiasmo ciego los Imperios germánicos. Era de
grandes establecimientos bancarios y haciendo antesala en los ministerios. Eternamente en vísperas de combinaciones sorprendentes que debían
n conocido la existencia de aparato en los ?Palace?, ni tampoco los apuros para liquidar la nuev
hombre, acababa secando sus lágrimas, empolvando su rostro y adornándose con sus perlas y sus blondas de problemático valor. Luego descendía al magnífico hall, lleno de perfumes, de susurros de conversaciones y gemidos discretos de violines, pa
con otras ni?as vestidas y adornadas como mu?ecas lujosas
.. Me he tuteado con grandes millonarias que hoy son, por sus casamientos, duquesas y hasta princesas de sangre real. Muchas han
aparato para sus futuros negocios. La vida en los hoteles más caros, el automóvil por meses, los trajes de grandes costureros para la mujer y la ni?a, los veraneos en las playas
vida. El deshonor, la muerte, todo lo creo preferible á la miseria...
ta que vive entre hombres, de hotel en hotel, algo masculina en sus ademanes; la virgen á medias, que lo sabe todo, no se asusta de nada,
ue sus trajes y unas cuantas joyas artísticas
eniendo por única fortuna el conocimiento del piano, del baile y de unos cuantos idiomas... Entregamos nuestro cuerpo como si cumpliésemos una func
no escapan las hembras más frías y positivas. Había creído enamorarse de un oficial holandés, un Apolo rubio que patinaba con ella en Saint-Moritz. Este había sido su único esposo. Al fin le a
osterior de sus muslos en alto y el triángulo blanco de sus enaguas tendidas sobre el asiento. Eran semejantes á las rameras de los grandes puertos que esperan á la puerta de sus tugurios. ?Cómo las dejaban vivir allí?... Sin embargo, los hombres se inclinaban ante e
cuentran de mal carácter, discutidora y nerviosa. Tal vez he nacido para ser
educadas, si sentían miedo á la miseria, no tenían otro recurso que la prostitución. Les faltaba la do
é ingratos. El doctor Talberg, á la vuelta de América, la había abandonado para casarse con una joven fea y rica, hija de un negociante, senador de Hamburgo. Otro
ándose al pensar que los necesitaba para vivir y nunca podría libertarse
detrás de mí, deseando á la hembra y riéndose de la artista. Además, ?la vida de los b
Estado, ser un funcionario secreto, laborando en la sombra por su grandeza. Además, le sedujo al principio lo novelesco del trabajo, las aventu
iores, por ser irredimible. Había conseguido apartarse con facilidad de su vida de viajera amorosa y de mujer de teatro; pero el que entraba en el ?servicio secreto? ya no podía salir de él. Se aprendían demasiadas cos
eder en mi existencia, como si aún estuviese en los diez y ocho a?os y me viera cortejada por primera vez!... Además, tú no eres egoísta. Te das con noble entusiasmo. Creo que, de conocernos en la primera juventud, no me habrías abandonado para ser rico casándote con otra... Me resistí á ser tuya porque te amaba y no quería ha
vantar las manos para colocarlas sobre sus
r el mundo, á través de vergonzosas aventuras, y sabría librarse por su propio esfuerzo, sin necesidad de compl
Cada vez que nos vemos me cuentas una nueva historia... ?Quién eres
lando de su porvenir angustiosamente, como
: tengo miedo á mi pasado. Cualquiera de mis haza?as anteriores bastaría para que me fusilasen: no merezco menos... Además, me inspira temor la venganza de los míos. Conozco los procedimientos del ?servicio? cuando necesita deshacerse de un agente incómodo que está en tierr
su desesperación. El mundo es grande: pod
ía pensado lo mismo; pero le d
ene seguros á causa de nuestro pasado, sólo da lo necesario para vivir con cierto desahogo. ?Qué voy á, hacer en a
irable almohadilla de su pecho, las gruesas esmeraldas de sus orejas, los brillantes que chisporroteaban fríamente en sus manos. Ella
hotel se humanizan y sonríen ante su brillo. Quien las posee no inspira desconfianza, aunque tarde en pagar la cuenta de la semana... Los empleados de las fronteras se muestran galantes: no hay pasaporte más poderoso. Las se?oras altivas se ablandan con su centelleo á la hor
s recibían sus golpes. Ella arrostraba todos los peligros y sufrimientos antes que despojarse del casco y el escudo, símbolos de su estirpe superior. El traje de más de un a?o, las botinas fatigadas, la ropa interior con desgarrones mal compuestos,
ignorancia del marino, que se at
do. Las gentes se los imaginan numerosos y apretados como las piedras de un pavimento, pero sólo un buque entre m
e su cuello con un apasionamiento que equivalía á un abrazo. Su boca, al hablar, se ap
?No te acuerdas ya de nuestro p
de una carne bien oliente, despertando su memoria sexual. El contacto de las ocultas redondeces, tibias y firmes, que se apretaban contra su pecho sin perder la turgente dureza, evocó en l
sonrió triunfadora, pegando su boca á la de él. Estaba segura de su poder... Y reprodujo el beso
sintió repelida, disparada por un manotón brutal, semejante al pu?etazo
ntre los dos, á pesar de que e
brantes de un placer sin límites, vió de pronto la cara de Esteban difunto, con los ojos vidriosos fijos en él. Más allá vió igualmente una
no!.
n rugido de bestia herida, un aullar seco d
entó aproximarse otra vez á él, enlazarse de n
o!... ?am
epelerla, pero tan violentamente, que fué á
ue hizo abrir sus dos hojas á la vez
en el dolor de la caída. Su ligereza sólo le pudo servir para ver c
!... ?Ul
earse, rompiéndose luego en el suelo con ruidoso desmenuzamiento, varios obj
e con una mirada hostil... ??Nadie!? Su deseo era encontrarse con los enemigos de que hablaba aquella mujer, para desahogar la cólera qu
de frente con ojos de reto. ?Sería alguno de ellos el encargado de matarle?... Luego seguía adelante, arrepentido de su provocación, seguro de que eran mercaderes de la Amér
bó por reírse de las r
es para interesarme y que la l
or, Tòni se acercó á él con aire misterios
de popa, el segundo habló en v
inventar nada mejor. De ella iba sacando los canturreos con que animaba sus largas permanencias en el puente. Además, había el coro femenil, brillantemente vestido y con las piernas libres; las
asesinarle. Creyó ver gentes que se ocultaban detrás de un montón de mercancías al oír sus pas
buque, casi junto á la proa. Sólo tuve que dar unos cuantos saltos
palidecido, pero de sorpresa y de cólera.
trarse temerario y despreciador del
a mí. ?Qué enemigos tengo yo? ?Quién puede querer mal á un pobre piloto que no ve á
osa guardada como un secreto, relacionándolo todo con la nocturna agresión. Pero ni su voz ni s
guien lo
aba furiosamente. El hombre de guardia había oído los tiros, imaginándose que eran de una pelea de marinero
o parte á la
eos, que nunca se acuerdan de la autoridad en momentos de peligro y sólo con
das horas mientras estuviese en Barcelona. ?Ay del que tirase sobre él, si es que no
tado. Amaba el golpe en silencio, el arma blanca, prolongación de la mano, con un cari?o anc
oca en que era patrón de barca: una hoja brillante que reproducía los rostros
s anteriores paseaban lentamente por el muelle examinando el buque, espiando á los que entraban
nó Ferragut-. Yo me
ecieron alemanes. Se unió á la acometividad de su carácter una indignación de propietario que se ve atropellado dentro de su c
ongado y metálico. Esperaba el anochecer para realizar cierta idea que se le había fijado
hagas locuras, Ferragut; no busques al ene
n buques destinados al naufragio y le empujaba hacia el pelig
Querer asesinarme cuando estoy en mi tierr
esca y vagabundos del puerto. Un gramófono sonaba continuamente, lanzando cánticos chillones que los concurrentes coreaban á gritos. Cuando se recibían noticias de la guerra favorables á los Imperios germánicos, redoblaban las canciones y el copeo hasta media noche y la caj
Hindenburg debajo de su mostrador... Quería ver este est
l bar, con un impulso irresistible que se b
que manejaba el picaporte con demasiada fuerza, y el capitán acabó
ras eléctricas que acababan de encenderse, y hombres que estaban de espaldas ó frente á él en torno de varias mesas. El gramófono gangueaba como
capitán Uli
uentos orientales, que dejan en suspenso la vida de una ciudad entera, quedando
ban enfrente permanecieron con los ojos fijos en el que entraba: unos ojos agrandados por la sorpresa, como si no pudiesen creer lo que veían. El gram
un andaluz peque?o y vivaracho, que sus andanzas habían traído á Barcelona. Servía con indiferencia á la clientela, sin que le interesasen sus palabras y sus himnos. ?El no se metí
aban frecuentemente y eran muchos los que deseaban verle. Podía darle
ará-dijo
trayéndole al poco rato
Unos permanecían inmóviles, presentándole el dorso; otros tenía
cida la primera sorpresa, parecían dispuestos á levantarse, cayendo sobre el recién llegado. Pero alguien que estaba de espalda
dirigirse en un local donde todos rehuían sus miradas y su contacto. En la mesa inmediata había un periódico con ilu
abertura del bolsillo, pronta á armarse en caso de ataque. Al poco rato estaba arrepentido de esta postura excesivamente confiada. Iba
lgo que provocaba sus burlas. Aún le pareció poco esto, y levantó sus ojos p
os húmedos, que bebían con fruición, preocupándose únicamente del contenido de sus vasos. Hindenburg, volviendo el fuerte dorso á su clientela, leía en el mostrador un periódico de la noche. El andaluz, se
espantado á toda aquella gente que inspiraba terror á
arcadas de los antiguos edificios vecinos al puerto desfilaban grupos de trabajadores de los establecimientos marítimos. Barcelona, deslu
os de los fugitivos del cafetucho podían estar cerca de él, dispuestos á seguirle. En vano esparció sus mi
ventura del bar. Además, le pareció un digno final de su haza?a ofrecer á los enemigos, si es que le seguían, la ocasión favora
largos almacenes, metiéndose entre monta?as de mercancías. Primeramente encontró peque?os grupos que
barcos y otras callejones de fardos, colinas de carbón. El agua negra reflejaba las serpientes rojas y verdes de las luces de los buques. Un trasatlántico
verbero, brillando el ca?ón de su fusil. Otros estaban como en acecho en
egado á un montón de fardos, y vió á unos hombres que avanzaban en su misma dirección, pasando rá
esar de ello, tuvo la certeza de que
más desierto á aquellas horas. ?Has h
udad se hallaba más lejos que el vapor, y sus enemigos caerían sobre él tan pro
?adelante!?, gr
mientos y prudencias de la vida civilizada. La noche le envolvía con todas las asechanzas de una selva virgen, mientras brill
les. ??Adelante! Sólo las mujeres deben pedir apoyo...? Además, tal vez
epción del jabalí que presiente la jauría intentando cerrarle el paso. A su derecha tenía el agua; á su izquierda trotaban hom
lanzarían en su persecución. Una cacería humana iba á desarrollarse en la noche, y él, Ferragut, sería el gamo acosado por la canalla del bar. ??Ah, n
e en esta zona del puerto obstruída por montones de fardos, temiendo que se ocultase. Le e
e-. Si he de morir, que sea
. En este momento el perro de á bordo empezó á ladrar furiosamente
o por un terreno descubierto. Concentraba toda su vo
lados del muelle, seguidas de estampidos. Fué un tiroteo de combate; á sus espaldas tiraron igualmente. Sintió var
sos. Y sin saber por qué lo hacía, cediendo al ins
Luego se hizo el silencio. únicamente en e
e sus enemigos, destacado del grupo para examinarle de cerca. Dejó qu
arada fugaz le hizo ver un rostro conocido... ?Era verdaderamente Karl, el dependiente de la doctora?... La segunda explosión ayudó á su memoria. Sí que era K
él, y se levantó de un salto. Después corrió y corrió, enco
erseguidores dudaron unos segundos, desorientados por la obscurida
agut pasó entre las balas, por el borde del muelle, á lo largo del Mare nostrum. Su salvación era obr
bre que avanzaba sobre él con algo reluciente en una mano. Era
temió una e
on voz sofocada por la
buque recobró instantán
voces de alarma, ruido de carreras. Los carabineros y guardianes se llamaban y agrupaban p
la plancha!-o
de acudir, retirando apresuradamente la pasarela
en brazos. Un resto de su cólera le hizo levantar la diestra, armada todavía, apuntando al grupo. Luego volvió á
e popa jadeando tod
derramaba sobre la mesa una lámpara colg
ngre
rasgu?o. La prueba es q
dificultad, sintiendo la pesad
ido esto... Creo que no les
sativo un
onto de este puerto... Ve á ver á nuestra ge
orosa del cocinero. Venía al salón sin que nadie le llamase, ansio
esperación se expresó co
correr á la cocina en busca de algodones y vendas. El
ptaba sus servicios,
remente-. Me contentaré con lo que