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Chapter 10 EN BARCELONA

Word Count: 14565    |    Released on: 06/12/2017

, el capitán Ferragu

ado de sus expediciones anteriores para el avituallamiento de las tropas aliadas; conocía su nombre, y le miró como un juez que se interesa por el acusado. Había recibido d

de eso,

ivamente á tales preguntas; le sería difícil al alemán probar sus afirmaciones; pero prefirió decir la verdad, con la sencillez del que no in

con sonrisa melancólica, como un magistrado que no pierde

Mediterráneo... Pero cuando el capitán espa?ol contó cómo había sido él una de las primeras víctimas, cómo había

ntro con el espía en

. Ese hombre me denuncia para vengarse. Reconozco que mi ceguera amorosa me arrastró á un delito que no olvidaré

a, intuitiva, pasional, atenta á sentimientos que apenas tienen valor en otros tribunales, juzgando por los movimientos de la conc

r una mujer. ?Quién no tenía en su historia algo semejante?... ??Ah, las mujeres!?, repitió el francés, como si lamentase la más terrible de las escl

hemos hablado queda entre los dos: es como una confesión. Yo me entenderé co

iscretamente y no le perdían de vista hasta convencerse de su completa inocencia. Per

navío le vió una vez de lejos, saludándole

los industriales que necesitaban las tropas de Oriente. Este viaje no lo hizo Ferragut por el deseo de ganan

resurrección del antiguo amor: esto resultaba imposible... Pero el remordimiento se la hacía ver idealizada por la dist

os; hacerse perdonar todo lo pasado; que ella no le mirase

ras no existían. Eran un tropel de sombras que apenas si se marcaban en su memoria como espectros daltonianos, de visible contorno, pero sin color. En cuanto á la última, aque

ó lo mismo que al partir, con las dos sobrinas sentadas á sus pies, fabricando blonda

án á esta vivienda de monástica calma fu

encia. Quiso borrar además sus malas palabras, inspiradas por el dolor: el recuerdo de aquella escena de rebelión en la que se había levantado como una acusadora iracunda contra el padre. Y Ferragut, durante algunos días, creyó vivir lo mismo qu

las noches el ejercicio de sus derechos. Un sentimiento de tristeza y de vergüenza fué el obligado final de sus caricias. Su es

hijo se incrustaba entre los dos, dejando apenas en el pensamiento

zase, siempre se interpondría entre ambos el irremediable pasado. Su destino era vivir en un buque, pasar el resto de sus días sobre las

eciendo, como un desocupado, en los cafés. Seguía con los ojos la corriente humana de las Ramblas, en la

t fué la visible disminució

Las alemanas, con trajes vistosos y disparatados, se besaban al encontrarse, hablando á gritos. La lengua germánica, confundida con el catalán y el castellano, parecía pertenecer al país. En los caminos y las monta?as se ve

hile, que habían pretendido volver á su país en los primeros momentos de la guerra, quedando aislados en Barcel

extra?a. Todos se aglomeraban á la vista del mar, con la esperanza de ser los

nriquecidas por el comercio se habían alojado en los hoteles. Los pobres que trabajaban en el Nuevo Mundo como agricultores ó dependientes de tienda se acuartelaban en un

ín. Y los refugiados alemanes, convencidos finalmente de que la espera iba á ser larga, se esparcían por el interior de la nación, buscando una existencia más amplia y barata. Los que habi

inadas cervecerías para leer los periódicos de su patri

gados con los de Barcelona por la francmasonería del comercio y del interés patriótico. Pero todos eran germanos, y ello bastaba para que el capitán recordase inmediatamente á su hijo, imaginando sangrientas venganzas. Deseó á veces tener en su bra

dos muros de flores recién cortadas que guardaban aún en sus corolas el rocío del amanecer. Cada mesa de

chillaban miles de pájaros con la tenacidad ensordecedora de las cigarras, persiguiéndose de tronco en tronc

matinal recién salida del sue?o y refrescada por este ambiente de jardín. En Ferragut, el deseo de la mujer predominaba

texto para entablar conversación. Tal insistencia no podía enorgullecerle. Era una hembra cuarentona, de pecho prominente y sueltas ancas, una

a con sus sonrisas y las miradas de sus ojos c

un capitán de barco al

sterio. Una se?ora muy hermosa deseaba verle... Y le dió las se?as de una ?torre? situada al pie de

a mirada de dulce promesa-.

ás. Lo único que pudo entrever en sus evasivas fué que la pers

abeza. Su astucia estaba habituada á burlar persecuciones, y sin que Ferragut pudiera darse cu

imero que se dijo U

re dos viajes, sin pasión alguna, por su curiosidad de vagabundo ansioso de novedades. Tal vez una de ellas le había visto en la Rambla, enviándole á esta intermediaria para

molestia inútil acudir á esta entrevista, para encontrar

se repitió su promesa de no acudir á la cita empezaron á hac

us escritorios ó pasear por la Rambla. ?Por qué no ir?... Tal vez se enga?aba, y la entrevista fuese interesante. De todos modos,

anvía, que le condujo á los nuevos

s domingos y hacer alarde al mismo tiempo de su prosperidad. Las había góticas, árabes, griegas y persas. Los más patriotas se confiaban á la inspiración de ciertos arquitectos que habían inventado un arte catalán, con oji

su primer estirón. Miraba las fachadas de las ?torres?, hechas de bloques de cemento imitando la piedra de l

lo deseaba ver la casa exteriormente. Tal vez esto le ayud

ura de castillete feudal, que hacía presentir un interior semejante á los salones de las cervecerías, vió

usted,

e á los ojos maliciosos y la s

s de tama?o de bastones y armas viejas adornando las paredes. Varias estampas reproduciendo cuadros modernos de Munich alternaban con estos

pesada introductora con la ligereza de un ser inmaterial, como tragada por la pared. El marino empezó á sentirse i

nriente mujer con el mismo

ted, don

gut, al avanzar, sintió que esta

él, con la lanza en alto y la cabellera flotante, sobre un caballo negro que expelía fuego por las narices.

ento que la hizo chocar contra el pecho del capitán. Antes de que el abrazo femenino se cerrase sobre él, vió una boca suspirant

balbuceó él, e

tremecimiento de la sorpresa; una

er, intentando abarcarlo

ió á repetir el ma

Fr

enos consejos, que hablaba en su cerebro en los instantes críticos y ahora había perdido

...

dole órdenes: ??Duro!... Nada de miramientos. Esta hembra es de revólver.? Y pegó como si su e

e hicieron iniciar un segundo golpe, temiendo un ataque de ella, querien

Ay

n lado á otro, lo mismo que si estuviese ebria. Se doblaron sus rodillas, y cayó con la blandura de un paquete de ropas, chocando su cabeza primeramente con el d

en tarde por quejidos de dolor. Freya gemía

ra caída. Estaba satisfecho de su brutalidad; había sido un desahogo oportuno; respiraba mejor. Al mismo tiem

ado en los pendientes de ella; tal vez se había rasgado en un alfiler perdido en su pecho. Chupó la sangr

ya todos los objetos claramente. Sus ojos abarcaron á Freya co

. Sus ojos entreabiertos tenían una aureola de momentáneas arrugas; la nariz había tomado el lívido afilamiento de los moribundos. El casco de sus cabellos, roto bajo el pu?etazo, se esparcía en mallas doradas y ondulantes. Algo n

aso sobre el cuerpo tendido, buscando la puerta. ?Por qué continuaba allí?... To

iró una voz doliente-. ?óye

emidos, y este movimiento aceleró la salida de su sangre... E

Sus ojos se fijaron en un alto tubo de cristal que subía desde el suelo con la boca repleta de flores. De un zarpazo esparció sobre l

cabeza del cojín. Ella se dejó lavar la herida con un abandono de criatura enferma,

ándose en la sien una mancha roja de

estar á tus pies. Soy tu esclava... tu c

ndo hacia él los labios con un b

no!.

esta caricia, se puso

aba poco á poco sus sentidos. Al cesar el chorr

pensamientos, sintió

gado... ?y no me he defendido! No me defenderé aunque vuelvas á golpearme... De s

cuerpo descansando sobre los talones. Tendía los brazos al hablar con una voz

; he aguardado cerca de tu casa; muchas veces te he visto á la puerta de un café y he tomado la pluma para escribirte; pero temí que no acudieras al conocer mi letra, ó que despreciaras una carta de otra mano... Esta ma?ana, e

il, con la mirada perdida

ecidida. Eres un hombre solo, y desafías, sin saberlo, á una organización grande como el mundo... El golpe aún no ha caído sobre ti, pero caerá de un mo

o, como siempre que le hablaban de peligros aconseján

sordamente-. ?

odo el mal que pueda, pero existe una excepción: ?tú!... Todos mis deseos de felicidad son para ti; mis ensue?os sobre el porvenir tienen siempre como centro tu persona... ?Quieres que permanezca indiferente al verte en peligro?... No, no miento... Tod

os le temblaban, impacientes. Iba á marcharse; no quería oírla más... ?

?qué has hecho?-siguió dicie

que trabajaban por la mayor gloria de Alemania. El marino Von Kramer, desde su encierro, había

denunciado á Von Kramer anónimamente, sin que él supiese de quién partía la acusación... Has

s: su procedimiento era el mejor. Lo único que lamentaba era que este a

. Ignoramos si la sentencia se ha cumplido; pero lo van á fusilar de un momento á

lo repetían en aquellos momentos los batallones civiles de hombres y mujeres encargados de trabajar por el triunfo germánico. Los comandantes de los submarinos se pasaban informes acerca

ises?... ?qué has h

verdadero interés por su persona, un miedo eno

nganza. ?Huye! No sé adónde podrás ir para

ada. Se indignó al pensar que aquellos extranjeros podían perseguirle en su patria: er

jo-. Me gustaría

o si fuesen á surgir de las paredes esto

La doctora sabe que te amo lo mismo que antes, á pesar de la cólera que ella siente contra ti. Los otros hablan de tu ?traición?, y yo protesto, porque no puedo tolerar esta mentira... ?Por qué traidor?...

n su memoria, y sintió la nec

el servicio de ?informaciones?... Al principio me entretuvo tu entusiasmo amoroso. Representabas una diversión interesante con tus galanteos á la espa?ola, esperándome fuera del hotel para asediarme con tus promesas y juramentos. Me aburría durante la

ró la voz de Ferragut descend

inas para convencerme de que me esperabas en la calle. ?Allí está mi flirt; allí está mi novio.? Tal vez habías dormido mal pensando en mí. Y yo sentía mi alma rehecha, un alma de veinte a?os, de muchacha entusiasta y candorosa... Mi primer impulso era bajar para unirme á ti, yéndonos por las orillas del golfo, como dos enamorados de novela... Luego surgía la reflexión. Mi pasado se desplomaba en mi memoria como una campana vieja que se desprende de una torre. Había olvidado este pasado, y al caer, me aturdía con su p

trada. Presintió la explicación de muchos actos incomprensibles. Una

trabajos... Decía verdad: estaba enamorada. Lo reconocí la ma?ana en que tuve el deseo imperioso de ir al Acuario. Llevaba muchos días sin verte; vivía fuera del hotel, en casa de la doctora, para no tropezarme con mi flirt. Y esa ma?ana me levanté muy triste, con un pensam

o sus ojos hacia él para apre

do de no verte más. La noche en que me irritaste con la furia de tus deseos, y yo me defendí estúpidamente, como si fueses un extra?o, concentrando en tu persona el odio que me inspiran todos los hombres, esa noche lloré al verme sola en mi cama. Lloré pensando en que te había perdido para siempre, y al mismo tiempo me sentí satisfecha, porque así te librabas de mi influencia... Luego llegó

omo si paladease este período de sus re

s. ?Mi marino adorado, mi tiburón amoroso, va á llegar... ?va á llegar!? Y lo que llegó de pronto, cuando aún lo creíamos lejos, fué el golpe de la guerra, separándonos rudamente. La doctora maldecía á los italianos pensando en Alemania; yo los maldije pensando en ti, viéndome obligad

ut. Quería abrazarse á ellas, y no osaba hacerlo por miedo á que él la

ntonces la odio. Celebró el suceso, pasando indiferente sobre tu nombre. Tú no existías ya para ella: no podía utilizarte... Yo lloré por ti, por tu hijo, al que no

ojos. Un gesto de amor humilde embel

oy la verdadera culpable: son los otros. Yo he sido enga?ada lo mismo que tú... ?Vendrá, y seremos felices otra vez...? ?Ay! ?si pudiese hablarte esta habitación... este diván en el que he so?ado tantas veces!... Siempre que arreglaba unas flores en ese vaso, me hacía la ilusión de que tú ibas á llegar; siempre que me embellecía con un poco de tocador, me imaginaba que era para ti... Vivía en tu país, y era

o fruncido, como si le dominase una i

stá la do

torno de él como si aguardase la aparición de la imponente dama. S

án ó en Cádiz. Sale con mucha frecuencia; tiene amigos en todas

nía de ordenarle trabajo alguno: ella misma lo ejecutaba todo, evitando intermediarios. Lo ocurrido á Von Kramer la h

ca del Sur, parásitos de las ciudades de la costa ó vagabundos de las selvas del interior. Al frente de ellos, como p

ntusiasmo patriótico que se reunía todas las tardes en cierto café del puerto. Freya tenía la certeza de que trabajaban en el aprovisionamiento de los subma

n momento favorable. ?Quién sabe si te habrán seguido hasta

vantar los hombros con

spiro un poco de compasión, si no te soy co

emanda le produjo una impresión de asombro y escándalo. ?Huir con ella, que tanto da?o

sición, que el capitán s

siento sobre mi cabeza... De nada puedo servirles; ya no les inspiro confianza y sé muchas cosas. Poseo demasiados secretos para que me abandonen, dejándome en paz;

stas súplicas, rompiendo a

te conmigo, haciéndome intervenir otra vez en los enredo

entre los adversarios de Alemania. Lamentaba su antigua ceguera y estaba satisfe

de vuestro espionaje. ?El capitán Ferragut es un tonto enamorado-os habéis dicho-. No hay mas que hacer un llamamiento á su caballerosidad...? Y tú quieres vivir con

ntó un brazo y un pie; iba á golpear y aplastar á la mujer arrodill

ises...

a martirizaban los remordimientos al pensar en lo que llevaba hecho. Se estaba realizando en su conciencia la saludable transformación de las mujeres arrepentidas que fueron antes

es con madres, con esposas, con hijas; y su alma de mujer se horrorizaba al pensar en los combates y las matanzas

ro el medio de ganar mi existencia y estoy habituada á vivir bien. La miseria me inspira más miedo que la muerte. Tú me mantendrás; contigo aceptaré lo

nrió con una

uivocas; no sirvo para eso. Hay que tener una predisposición especial, cierto talento para fingir lo que no se siente... Yo he inten

longaba su sonrisa

?Todo mentira! No te esfu

jos de Ferragut. Este vió su sien izquierda con la piel desgarrada: la mancha del golpe se extendía en t

averiguaciones en nuestra época feliz. Quería guardar en secreto mi vida anterior... ?olvidarla! Ahora

charla. Protestó por anticipa

mentiras! ?Cuándo ter

, mi nombre de aventuras. Talberg fué el profesor á quien acompa?é á los Andes, y que tampoco fué mi mar

ón no interes

ijo-. ?Otra novela!

bre su cabeza, retorciéndose con los dedos entr

.. ?Qué juramento podré hacerte para

tilidad de estos extremos. No había juramento que pudi

ato, no queriendo insistir con

... Además, le inspiraban un entusiasmo ciego los Imperios germánicos. Era de

grandes establecimientos bancarios y haciendo antesala en los ministerios. Eternamente en vísperas de combinaciones sorprendentes que debían

n conocido la existencia de aparato en los ?Palace?, ni tampoco los apuros para liquidar la nuev

hombre, acababa secando sus lágrimas, empolvando su rostro y adornándose con sus perlas y sus blondas de problemático valor. Luego descendía al magnífico hall, lleno de perfumes, de susurros de conversaciones y gemidos discretos de violines, pa

con otras ni?as vestidas y adornadas como mu?ecas lujosas

.. Me he tuteado con grandes millonarias que hoy son, por sus casamientos, duquesas y hasta princesas de sangre real. Muchas han

aparato para sus futuros negocios. La vida en los hoteles más caros, el automóvil por meses, los trajes de grandes costureros para la mujer y la ni?a, los veraneos en las playas

vida. El deshonor, la muerte, todo lo creo preferible á la miseria...

ta que vive entre hombres, de hotel en hotel, algo masculina en sus ademanes; la virgen á medias, que lo sabe todo, no se asusta de nada,

ue sus trajes y unas cuantas joyas artísticas

eniendo por única fortuna el conocimiento del piano, del baile y de unos cuantos idiomas... Entregamos nuestro cuerpo como si cumpliésemos una func

no escapan las hembras más frías y positivas. Había creído enamorarse de un oficial holandés, un Apolo rubio que patinaba con ella en Saint-Moritz. Este había sido su único esposo. Al fin le a

osterior de sus muslos en alto y el triángulo blanco de sus enaguas tendidas sobre el asiento. Eran semejantes á las rameras de los grandes puertos que esperan á la puerta de sus tugurios. ?Cómo las dejaban vivir allí?... Sin embargo, los hombres se inclinaban ante e

cuentran de mal carácter, discutidora y nerviosa. Tal vez he nacido para ser

educadas, si sentían miedo á la miseria, no tenían otro recurso que la prostitución. Les faltaba la do

é ingratos. El doctor Talberg, á la vuelta de América, la había abandonado para casarse con una joven fea y rica, hija de un negociante, senador de Hamburgo. Otro

ándose al pensar que los necesitaba para vivir y nunca podría libertarse

detrás de mí, deseando á la hembra y riéndose de la artista. Además, ?la vida de los b

Estado, ser un funcionario secreto, laborando en la sombra por su grandeza. Además, le sedujo al principio lo novelesco del trabajo, las aventu

iores, por ser irredimible. Había conseguido apartarse con facilidad de su vida de viajera amorosa y de mujer de teatro; pero el que entraba en el ?servicio secreto? ya no podía salir de él. Se aprendían demasiadas cos

eder en mi existencia, como si aún estuviese en los diez y ocho a?os y me viera cortejada por primera vez!... Además, tú no eres egoísta. Te das con noble entusiasmo. Creo que, de conocernos en la primera juventud, no me habrías abandonado para ser rico casándote con otra... Me resistí á ser tuya porque te amaba y no quería ha

vantar las manos para colocarlas sobre sus

r el mundo, á través de vergonzosas aventuras, y sabría librarse por su propio esfuerzo, sin necesidad de compl

Cada vez que nos vemos me cuentas una nueva historia... ?Quién eres

lando de su porvenir angustiosamente, como

: tengo miedo á mi pasado. Cualquiera de mis haza?as anteriores bastaría para que me fusilasen: no merezco menos... Además, me inspira temor la venganza de los míos. Conozco los procedimientos del ?servicio? cuando necesita deshacerse de un agente incómodo que está en tierr

su desesperación. El mundo es grande: pod

ía pensado lo mismo; pero le d

ene seguros á causa de nuestro pasado, sólo da lo necesario para vivir con cierto desahogo. ?Qué voy á, hacer en a

irable almohadilla de su pecho, las gruesas esmeraldas de sus orejas, los brillantes que chisporroteaban fríamente en sus manos. Ella

hotel se humanizan y sonríen ante su brillo. Quien las posee no inspira desconfianza, aunque tarde en pagar la cuenta de la semana... Los empleados de las fronteras se muestran galantes: no hay pasaporte más poderoso. Las se?oras altivas se ablandan con su centelleo á la hor

s recibían sus golpes. Ella arrostraba todos los peligros y sufrimientos antes que despojarse del casco y el escudo, símbolos de su estirpe superior. El traje de más de un a?o, las botinas fatigadas, la ropa interior con desgarrones mal compuestos,

ignorancia del marino, que se at

do. Las gentes se los imaginan numerosos y apretados como las piedras de un pavimento, pero sólo un buque entre m

e su cuello con un apasionamiento que equivalía á un abrazo. Su boca, al hablar, se ap

?No te acuerdas ya de nuestro p

de una carne bien oliente, despertando su memoria sexual. El contacto de las ocultas redondeces, tibias y firmes, que se apretaban contra su pecho sin perder la turgente dureza, evocó en l

sonrió triunfadora, pegando su boca á la de él. Estaba segura de su poder... Y reprodujo el beso

sintió repelida, disparada por un manotón brutal, semejante al pu?etazo

ntre los dos, á pesar de que e

brantes de un placer sin límites, vió de pronto la cara de Esteban difunto, con los ojos vidriosos fijos en él. Más allá vió igualmente una

no!.

n rugido de bestia herida, un aullar seco d

entó aproximarse otra vez á él, enlazarse de n

o!... ?am

epelerla, pero tan violentamente, que fué á

ue hizo abrir sus dos hojas á la vez

en el dolor de la caída. Su ligereza sólo le pudo servir para ver c

!... ?Ul

earse, rompiéndose luego en el suelo con ruidoso desmenuzamiento, varios obj

e con una mirada hostil... ??Nadie!? Su deseo era encontrarse con los enemigos de que hablaba aquella mujer, para desahogar la cólera qu

de frente con ojos de reto. ?Sería alguno de ellos el encargado de matarle?... Luego seguía adelante, arrepentido de su provocación, seguro de que eran mercaderes de la Amér

bó por reírse de las r

es para interesarme y que la l

or, Tòni se acercó á él con aire misterios

de popa, el segundo habló en v

inventar nada mejor. De ella iba sacando los canturreos con que animaba sus largas permanencias en el puente. Además, había el coro femenil, brillantemente vestido y con las piernas libres; las

asesinarle. Creyó ver gentes que se ocultaban detrás de un montón de mercancías al oír sus pas

buque, casi junto á la proa. Sólo tuve que dar unos cuantos saltos

palidecido, pero de sorpresa y de cólera.

trarse temerario y despreciador del

a mí. ?Qué enemigos tengo yo? ?Quién puede querer mal á un pobre piloto que no ve á

osa guardada como un secreto, relacionándolo todo con la nocturna agresión. Pero ni su voz ni s

guien lo

aba furiosamente. El hombre de guardia había oído los tiros, imaginándose que eran de una pelea de marinero

o parte á la

eos, que nunca se acuerdan de la autoridad en momentos de peligro y sólo con

das horas mientras estuviese en Barcelona. ?Ay del que tirase sobre él, si es que no

tado. Amaba el golpe en silencio, el arma blanca, prolongación de la mano, con un cari?o anc

oca en que era patrón de barca: una hoja brillante que reproducía los rostros

s anteriores paseaban lentamente por el muelle examinando el buque, espiando á los que entraban

nó Ferragut-. Yo me

ecieron alemanes. Se unió á la acometividad de su carácter una indignación de propietario que se ve atropellado dentro de su c

ongado y metálico. Esperaba el anochecer para realizar cierta idea que se le había fijado

hagas locuras, Ferragut; no busques al ene

n buques destinados al naufragio y le empujaba hacia el pelig

Querer asesinarme cuando estoy en mi tierr

esca y vagabundos del puerto. Un gramófono sonaba continuamente, lanzando cánticos chillones que los concurrentes coreaban á gritos. Cuando se recibían noticias de la guerra favorables á los Imperios germánicos, redoblaban las canciones y el copeo hasta media noche y la caj

Hindenburg debajo de su mostrador... Quería ver este est

l bar, con un impulso irresistible que se b

que manejaba el picaporte con demasiada fuerza, y el capitán acabó

ras eléctricas que acababan de encenderse, y hombres que estaban de espaldas ó frente á él en torno de varias mesas. El gramófono gangueaba como

capitán Uli

uentos orientales, que dejan en suspenso la vida de una ciudad entera, quedando

ban enfrente permanecieron con los ojos fijos en el que entraba: unos ojos agrandados por la sorpresa, como si no pudiesen creer lo que veían. El gram

un andaluz peque?o y vivaracho, que sus andanzas habían traído á Barcelona. Servía con indiferencia á la clientela, sin que le interesasen sus palabras y sus himnos. ?El no se metí

aban frecuentemente y eran muchos los que deseaban verle. Podía darle

ará-dijo

trayéndole al poco rato

Unos permanecían inmóviles, presentándole el dorso; otros tenía

cida la primera sorpresa, parecían dispuestos á levantarse, cayendo sobre el recién llegado. Pero alguien que estaba de espalda

dirigirse en un local donde todos rehuían sus miradas y su contacto. En la mesa inmediata había un periódico con ilu

abertura del bolsillo, pronta á armarse en caso de ataque. Al poco rato estaba arrepentido de esta postura excesivamente confiada. Iba

lgo que provocaba sus burlas. Aún le pareció poco esto, y levantó sus ojos p

os húmedos, que bebían con fruición, preocupándose únicamente del contenido de sus vasos. Hindenburg, volviendo el fuerte dorso á su clientela, leía en el mostrador un periódico de la noche. El andaluz, se

espantado á toda aquella gente que inspiraba terror á

arcadas de los antiguos edificios vecinos al puerto desfilaban grupos de trabajadores de los establecimientos marítimos. Barcelona, deslu

os de los fugitivos del cafetucho podían estar cerca de él, dispuestos á seguirle. En vano esparció sus mi

ventura del bar. Además, le pareció un digno final de su haza?a ofrecer á los enemigos, si es que le seguían, la ocasión favora

largos almacenes, metiéndose entre monta?as de mercancías. Primeramente encontró peque?os grupos que

barcos y otras callejones de fardos, colinas de carbón. El agua negra reflejaba las serpientes rojas y verdes de las luces de los buques. Un trasatlántico

verbero, brillando el ca?ón de su fusil. Otros estaban como en acecho en

egado á un montón de fardos, y vió á unos hombres que avanzaban en su misma dirección, pasando rá

esar de ello, tuvo la certeza de que

más desierto á aquellas horas. ?Has h

udad se hallaba más lejos que el vapor, y sus enemigos caerían sobre él tan pro

?adelante!?, gr

mientos y prudencias de la vida civilizada. La noche le envolvía con todas las asechanzas de una selva virgen, mientras brill

les. ??Adelante! Sólo las mujeres deben pedir apoyo...? Además, tal vez

epción del jabalí que presiente la jauría intentando cerrarle el paso. A su derecha tenía el agua; á su izquierda trotaban hom

lanzarían en su persecución. Una cacería humana iba á desarrollarse en la noche, y él, Ferragut, sería el gamo acosado por la canalla del bar. ??Ah, n

e en esta zona del puerto obstruída por montones de fardos, temiendo que se ocultase. Le e

e-. Si he de morir, que sea

. En este momento el perro de á bordo empezó á ladrar furiosamente

o por un terreno descubierto. Concentraba toda su vo

lados del muelle, seguidas de estampidos. Fué un tiroteo de combate; á sus espaldas tiraron igualmente. Sintió var

sos. Y sin saber por qué lo hacía, cediendo al ins

Luego se hizo el silencio. únicamente en e

e sus enemigos, destacado del grupo para examinarle de cerca. Dejó qu

arada fugaz le hizo ver un rostro conocido... ?Era verdaderamente Karl, el dependiente de la doctora?... La segunda explosión ayudó á su memoria. Sí que era K

él, y se levantó de un salto. Después corrió y corrió, enco

erseguidores dudaron unos segundos, desorientados por la obscurida

agut pasó entre las balas, por el borde del muelle, á lo largo del Mare nostrum. Su salvación era obr

bre que avanzaba sobre él con algo reluciente en una mano. Era

temió una e

on voz sofocada por la

buque recobró instantán

voces de alarma, ruido de carreras. Los carabineros y guardianes se llamaban y agrupaban p

la plancha!-o

de acudir, retirando apresuradamente la pasarela

en brazos. Un resto de su cólera le hizo levantar la diestra, armada todavía, apuntando al grupo. Luego volvió á

e popa jadeando tod

derramaba sobre la mesa una lámpara colg

ngre

rasgu?o. La prueba es q

dificultad, sintiendo la pesad

ido esto... Creo que no les

sativo un

onto de este puerto... Ve á ver á nuestra ge

orosa del cocinero. Venía al salón sin que nadie le llamase, ansio

esperación se expresó co

correr á la cocina en busca de algodones y vendas. El

ptaba sus servicios,

remente-. Me contentaré con lo que

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