apitados en el centro de Hamadán, solo por el deleite sadista de los extremistas que, por razones religiosas, no aceptaban que muchos de los suyos se convirtieran a
uéramos portadores de una caja invisible, donde hay herramientas y materiales de primeros auxilios. Frente a una situación inesperada, podemos abrirla y hacer uso de cualquier objeto en su interior. Así que cuando alguien nos ofende, podemos levantar el martillo de la ira o usar el bálsamo de la tolerancia. Visitados por la calumnia, podemos usar el hacha de la retaliación o la gasa de la autoconfianza. La decisión de elegir entre el Cielo o el Infierno siempre depende de nosotros. Estaba en el Paraíso carnal, pero con mi alma dirigiéndose al Infierno. Fue solo cuando me convertí al cristianismo que comencé a experimentar el Paraíso con mi alma, pero mi vida se convirtió en un Infierno carnal, gracias a Cristo y para mi felicidad. Porque solo a través de nuestra voluntad, cuya libre voluntad nos fue dada por Dios, dependerá nuestro estado interior. Es por eso que revelo aquí que crear Paraísos o
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n que estaba loco por escribir tanto sobre el rey. Curioso por todo esto, corrí hacia la prisión donde estaban los prisioneros que traicionaron a Alá y me encontré con el ciego Ibraim, iluminado por Dios y hablando en lenguas extrañas. De manera extraña, como si algo hablara dentro de mí, sentí que debía acercarme. Tan pronto como me acerqué a la celda donde lo tenían detenido e incluso sin verme, Ibraim supo que yo estaba allí, porque su rostro se volvió hacia mí. Luego, al acercarme, los ojos del ciego Ibraim se abrieron y una
ere comer y permanecer vivo, Dios, en ese momento, le dio el poder de escribir con ambas manos, porque cuando no qu
s hombres para no ser descubiertas, algunas deleitándose con carne y sangre humanas. Lo visité todos los días hasta el día de su muerte, siempre anotando todo lo que me contaba, diciéndole a los guardias que eran informes tontos de un hombre cuya mente se perturbó al luchar consigo mismo para saber a qué dios debería rendi
o y he aquí que un viento tormentoso venía del norte, trayendo consigo una gran nube de polvo que cubría la vista de todos, apartándome en medio de los persas. La nube me l
escribir. ¡Escribe, Laykos: escribe las cosas que el mundo necesita contar! Y después de escuchar esa voz estridente, un fuego comenzó a agitarse en las palabras, como si estuvieran tomando forma. Luego hubo un r
pero medía cuatro metros de altura. Una grandeza natural emanaba de su cuerpo, principalmente debido a que tenía setenta y dos alas, distribuidas en do