arse de noche. Pero Aelira no tenía elección. Los suministros en el pueblo habían disminuido, y
onido en la vasta oscuridad. Aelira apretó el cuchillo que llevaba en el cinturón, una a
que era su imaginación, pero entonces escuchó pasos. No uno, sino
una voz masculina
los pasos detrás de ella eran más rápidos, más pesados. Tropezó con una raíz y cayó al suelo, raspándose las manos. Cua
frirás -dijo el hombre,
e las sombras como un espectro. Un destello oscuro
profundos la atravesó como si pudiera ver su alma. Fina
guir viva, lev
admitía discusión. Cuando tomó su m
eres? -p
do -respondió él, antes de darse la v