a Castillo olía a
rígido. Un charco de sangre se extendía bajo nosotros sobre las baldosas de
hijastra, mirándome con una sonrisa torcida. Sus ojos azules, t
no correspondía a sus dieciséis años. "Un Castillo no pue
e mi origen humilde, mi pasado en los tablaos
susurré, el dolor
ella. "Eres solo la gitana que mi
golpe. Mi esposo, Máximo Castillo, entró corrien
sin vida de nuestro hijo, sino en mí
itó Máximo, corriendo hacia su hija, revi
ecio. "Siempre supe que no eras más que una sa
a de un crimen que no cometí, mientras el asesino era cons
i vientre, y una voz resonó en mi cabeza, clara
tísima Virgen, y tus hijos nacerán como
Scarlett, a Máximo, a su madre. Ya
ría herederos. Herederos q