, ven
ra como el tintineo de un cristal a punto de
elo blanco. Su piel era pálida, casi translú
pecho otra vez", se quejó, a
sin emoción. "Ya sabes
iempre llevaba consigo. Era un regalo de mi abuela, una her
spesa y de un rojo oscuro, brotó de la herida. Sabrin
ordenó
cómo mi propia energía vital se drenaba con cada gota que tomaba. Cuando terminó, se limpió lo
ole a Máximo. Luego me miró,
envolvía en un trapo. La herida se cerraría en minu
la excusa perfecta para la tortura diaria de Máximo. Sangre p
danzas rituales de mi pueblo, danzas sagradas que solo debían hacerse en nuestra tierra. Aquí, en el frío mármol de su p
o frasco de cristal, riéndose. "
r. Yo estaba en el pasillo, limpiando una mancha de vino que Sabrina hab
a dicho, tirando la copa al suelo
s, me encontró allí, de rodillas, con el trapo en
...",
unté, mi voz rota. "
o quitaste todo. Mis padres. Mi felicidad. Mi vida. Me dejaste solo con
sus ojos vi un atisbo del niño per
ximo. Tu gente...
ntorsionado por el dolor. "No ha
y me sacudió. "Dime la v
mis ojos. No podía. Se lo había prometido. Protegerlos era protege
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