había sido severa, dejándome débil y vacía. Yací allí durante días, prisionera en mi propio cuerpo, el sil
n diez días. Luego nueve. Ocho. El número era un mantra,
perté sobresaltada por el sonido de la puerta de mi habitación abriéndo
resonando en la habitación
los efectos persistentes de la
, sus ojos llameantes. "¡La pulsera de zafiros de mi
s más que una ladrona común! Lo llevas en la sangre, ¿no? Todo el mundo en la
ocimiento en los ojos de Javier cuando apareció detrás de ella. Recordaba la apuesta. El precio de cien millones de pes
lvela", dijo,
tí, mi voz temblando. "No he
ola. "¡Registren su habi
sentir a los dos guardias que se había
ropa al suelo. Volcaron mi joyero, esparciendo los pocos objetos preciosos que poseía. Arrancaron páginas de mis libros
osidad morbosa. Estaba siendo humillada públicamente, desnudada en mi propia
o, no encon
ás feo con la frustración. "¡Deb
pendida en el aire
de algo, ¿vergüenza? ¿duda?, antes de que fuera extinguido por
más alejado de la cama, tirando de las sábana
el otro me agarraba de los brazos, inmovilizándome contra la cabecera. Mi camisón fue arrancado de mi cuerpo, dejándo
un asalto lento y deliberado a mi dignidad, a mi humanidad. Cerré los ojos, una única lágrima calie
ontrar
ra aguda de molestia. "¿Qué? ... ¿Lo encontraste dónde? ... ¿En el bolsillo de mi abrigo
y salió de la habitación, con la cabeza en
ó, sus susurros siguié
a, sin mirarme, su rostro una máscara de emocione
có su cartera y sacó un fajo de billetes de doscientos pesos, colo
dolor. Por mi dignidad robada. Le estaba poniendo un pr
No era más que una transacción para

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