ista de Ay
ada me había descartado, una evaluación fugaz que me relegó a ser solo otra cara bonita en un mar de ellas
gua para su baño. Se hizo añicos, la porcelana esparciéndose por los impecables azulejos blancos. Mi corazón dio un vuelco. Est
paldas a mí, recortado contra el oscuro horizonte de la ciudad. No estaba mirando la vista, sino mirando fijamente hacia adelante, su postura rígida, los ho
cía más oscuro ahora, más prominente. Todavía llevaba puesto el saco de su traje, la tela cara pegándose ligeramente por la humedad. Se pa
o había un abismo insalvable entre nosotros. Él era Andrés Montero, un titán nacido en la cuna de oro, el nombre de su familia sinónimo
lles vagos, fragmentos captados de las conversaciones susurradas de sus socios o de los informes sin aliento en las noticias financieras. Imponía respeto y miedo, una fuerza silenci
mis pensamientos. No era una pregunta, era una orden, desprovist
, dejando ca
colchando suavemente el frío suelo de mármol. Mi compostu
con una fuerza que me dejó un moretón. Me atrajo bruscamen
cia que rayaba en la ira, un filo crudo que rara vez escuchaba. No
, pero siempre me sobresaltaba. Mantuve mi rostro cuidadosamente en blanco, mis labios
stro, con los oj
? Usualmente eres tan... solícita. -Había una burl
na sonrisa, mi voz
abes que solo me importa tu bienestar. -Las palabras sabían a ceniza, pero eran el guion que había perfeccionado.
n destello de algo ind
fría como siempre, un crudo recordatorio de que mis esfuerzos eran
intentos de entenderlo, podrían realmente romper el hielo. Pero esa ilusión se había hecho añicos rápidamente. La primera vez que había
timaste
ido entregada con un
es volver a poner un pie en el Tec. -Sus palabras no eran una amenaza; eran u
esgarlo todo por un momento de orgullo. Así que aprendí. Aprendí a ceder, a aceptar, a convertirme en la compañera perfectamente dó
ía desechar a voluntad. Mi contrato estaba a punto de terminar, y sabía, co
esta noche, era un escudo. Las lágrimas, calientes e inesperadas, me picaron en los ojos. Las contuve parpadeando, negándome a dejarlas caer, negándome a darle ni
silencio en el departamento era ensordecedor, un compañero familiar. Alcancé mi celular, la pantalla se iluminó con una docena de notific
stacó, una sola palabra: «Mira». Debajo, un enlace
emoción cruda y desesperada que nunca había visto dirigida hacia mí. Y frente a él, Esperanza. Su cabello dorado estaba despeinado, su elegante vestido de noche ligeramente torcido. Él ext
en un beso rudo y urgente. Fue profundo, consumidor, un beso que hablaba de años de de

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