ista de El
de mí. La rabia era algo frío y desconocido, a diferencia de la ira calie
o de entrada, las llantas chirriando. Salió, su rostro com
ó, caminando hacia nosotros, su voz teñid
e preocupes, Damián. No soñaría con ponerle una mano encima a tu pr
"No juegues conmigo, Elisa. Sabes lo sensible que es Kai. Es solo un joven,
había visto innumerables veces. "Es joven, Elisa. Tan
firme. "No lo haría. Y no lo haré. H
ca, extendiendo la mano como para tocar mi brazo, un gesto familiar de apaciguamiento. P
er difícil? ¿Quieres alejarme? ¿Es eso? ¿Estás tratando de forzar mi mano? Porque te
as había oído? ¿Cuántas veces había cedido, temiendo el final, temiendo la soledad? Cada vez,
ya no
onando con una extraña y liberado
sí mismo, ahora mostraban un shock desconcertado. Había esperado lágrimas, súplicas, u
ró, como si no me hubi
hora, una marea creciente de resolución. "He terminad
¿Conmigo? ¿Con tus patéticos proyectitos de arte? ¡No eres nada sin mí, Elisa! ¡No podr
sentían como ecos distantes, impotentes. Estaba gritando a un
rcido", gruñó, su voz teñida de desesperación. "¿Tratan
se había ido en gran medida, reemplazada por un dolor sordo de agotamiento. "No, Damián", dije, mi v
papeles. Estaré fuera de la casa para el final de la semana". Mis ojos se dirigieron a Kai, que ahora nos observaba con una mezcla de m
dejándolos allí de pie, desconcerta
el humo acre un amargo consuelo. Contemplé las volutas de humo enroscándose en el cielo crepuscular, reflexionando sobre los siete años que
o de arte en vidrio en Italia. La que casi había olvidado, apartada por el peso aplas
a Herrera la prestigiosa Bec
marme a mí misma. Acepté, el clic del correo electrónico en

GOOGLE PLAY