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r nuestra casa de playa en Los Cabos. Lograron que me declararan loca y usaron un po
ompían sistemáticamente, ellos me robar
queza que me habían arrebatado. Karla, mi hermana, incluso llevaba el
pasó cada momento de vigilia planeando meticulosamen
toria, Karla levantó un collar de
zura venenosa-, y podrás rec
que era mi humillación final y apl
ítu
escuchado mientras la casa de playa en Los Cabos explotaba a mis esp
caro chamuscado, su rostro contorsionado en una máscara de incredulidad y dolor. Karla Klein, mi hermana adoptiva, estaba justo detrás de él, su vestido
a el infierno. Sus chillidos se mezclaban con el rugido del fuego, una sinfonía de caos que se adaptaba per
hiciste? -chilló,
es. El aire salado llenó mis pulmones, trayendo el olor a mader
je, mi voz apenas un susurr
ndiéndose como para agarrarme. Su rostro era un
un dedo tembloroso el fuego embravecido. Las llamas i
voz, un sonido agudo y penetr
mezcladas con una falsa preocupación que reconocí de inmediato. Era el mismo tono que u
ado en lo profundo de mí. Mi corazón martilleaba, no por miedo, sino por una feroz y estimulant
a cambiando de marcha, su miedo rápidam
acia los horrorizados invitados, algunos de los cuales sacaban sus celulares, lis
unidad, sus ojos brillando con una luz familiar y depredadora. Gesticuló salvajemente hacia la mansión en llamas, luego de
iento! -gritó, su voz quebrándose con emoción fin
e ellos, ni uno solo, vio la verdad. Solo vieron a la hija del Grupo Norton, rodeada d
víctima afligida. Sostenía a Karla cerca, susurrándole frenéticamente al oído. Ella a
voz goteando tristeza-. Un trauma profundo. Mi corazón se rompe por ella,
sillo interior de su saco, milag
e... antes de que las cosas se pusieran realmente
istina Norton, era claramente visible en los papeles. El oficial volvió a mirar a Elías, l
e castigo. El mundo se desdibujó a mi alrededor, las luces intermitentes de los vehículos de emergencia, los susurros d
en lo profundo del bosque, lejos de miradas indiscretas. Lo llamaban un santuario, un lugar para sanar. Era u
mente. Me dijeron que estaba rota, que mis recuerdos eran delirios, que mi ira era un síntoma de mi enferme
fríos de Elías cuando me dijo que nunca me amó, de la sonrisa de Karla cuando confesó haber robado tod
a interpretar el papel de la paciente sumisa. Cuatro años de planifica
daba holgada, mi piel estaba pálida y mis ojos, antes brillantes de ambición y alegría, ahora eran opac
to a una elegante limusina negra, un emblema de la vida que me habían robado. Elías, con un aspecto aún más pulcr
zos abiertos. Sus palabras eran una melodía enfermizamente dulce d
mujer despojada de su voluntad. No devolví su abrazo, solo me que
entrelazado con el de él, su mirada
usurró con dulzura, su voz sacarina-.
lar izquierdo, brillando como una estrella robada, estaba mi anillo de compromiso. El que Elías me hab
clínica realmente hizo maravillas. ¿Recuerdas todos esos... episodios que solías tener? ¿Toda esa ira? -Hi
los ojos de Karla. Vi el triunfo, la presunción, la certeza de su victoria. Pensó que hab
. Se habían llevado todo. Mi empresa, mi reputación, mi cordura. Me habían descuartizado y me h
tando una tormenta, fría y precisa. Cada insulto, cada hora de medicación forzada, cada lágrima que no pude derram
aría que su traición pareciera una broma de niños. Este no era el final de mi sufrimiento; era
uave, casi infantil. Era una mentira.

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