iempo en medio de la mayor ventura, la cual
es, Sigifredo y Paloma se hallaban conversando alegremente en la estancia en que tenían por costumbre p
suce
cuentro de su escudero que, en aquel instan
ra! ¡G
uso
. Acaban de llegar en este momento dos caballeros que traen órdenes del rey, y es preciso que, a ser
r, con objeto de recibir dignamente a sus huéspedes,
rio para dar de comer a los recién llegados, porque en aquella época las principales señoras se pre
salir a campaña, enviar mensajeros a sus tropas y dictar disp
acompañarle en su expedición, y sólo se oían el estruendo de las ar
cudían nuevos huéspedes, a quienes había que atender, tenía que sacar y empa
rededor del conde en el patio de honor; Sigifredo iba asimismo armado con todas sus armas, con él yelmo coronad
n tan sólo el t
en aquellos tiempos caballerescos, presentó
a; sirvan ellas en tus manos sólo para proteger al inoc
, más blanca, que el pañuelo que te
le para lo porvenir crueles sufrimientos, vagos e i
¡Acaso no te vuel
anco pañuelo, que empapaba e
seguros estamos en medio de los más sangrientos combates como en nuestro propio castillo. He aquí, amada mía, por qué me hallas tan tranquilo. Confío, además, en la fidelidad de mi intendente, el cual quedará al cuidado de cuanto a ti se refiere, así como del se
en pos de ella todos los caballeros, y a los pocos instantes abríase la puerta del castillo para darles acceso a la gran plaza; una vez En ella vibraron
ra ocultar el llanto que bañaba sus ojos, y partió
eguimiento del conde, y cruzaron velozmente el puente levadizo
no quiso abandonar aquel sitio hasta que dejó de ver el último soldado. Luego corrió a encerrarse en su apos