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ajo. Aunque pensándolo bien, creo que nunca en mi v
a demasiado tímida para conversar tanto con extraños como con los que vi
los pequeños matones que pensaban que era div
oblemas, me tocaba ir al i
de pequeña habitación. No tan pequeña como para llama
r castigo, nos orinábamos encima, y eso, si éramos afortunados p
ida de rodillas sobre granos de arroz, pidiéndole a Dios, que me perdonara por haber pecado. Y de haber hecho cosa
o en la mira de la directora y que me cambió para siempre. Al inicio todo iba bien, o eso creía. Era raro que gatito que llegaba, gatito que
é un gato, cerca de mis seis años, por cierto, y a pesar de q
ujer se acercó a mi furiosa, sacó la fusta-similar a la que usan con caballos-
ortar si solo era hablar a un volumen alto, to
ante la agonía de una de las monjas-pues me mantengo monitoreando el lugar, atenta a que ningún otro n
os como un policía llegaba, alertado por el gobierno ya que, a la revisión del día anterio