o envuelto en una trenza que se movía de un lado a otro, dando a entender sus bruscos movimientos. Mechones jugu
anchada de sangre y ceniza y, sin siquiera reparar en ello, Darah saltó por encima de sus soldados quienes ya
y gritos de odio, o, en su defecto, alaridos
r su parte, Darah se lanzó por los aires con un único objetivo: matar al general Badal. Él era el causante de todas esas pequeñas guerras en las afueras de Andaluz, grac
iferó al ver a aquel misil con
nstante, una gran explosión cegó la vida de casi todos ellos. Pese a que sus hombres estaban acostumbrados a las
mbres ya saboreaban la victoria y hasta dejaron de esforzarse; sin embargo, la osada y ter
on para evitar que lograse su objetivo. Ella sonrió de forma juguetona mientras revisaba el filo de su espada. Según se dice, aquella arma era diez veces más filosa que las
guerreros enemigos que, formaban un escudo humano par
l insolente yacía en el suelo con el estómago cortado, bañado en su propia sangre. El espanto y la incr
or un pequeño viento era la evidencia de un ataque sigiloso, tan rápido que fue difícil de ser percibido
ntando, merecían morir por ingenuos. Debe saber, princesa, que yo no soy un simple soldado
a joven miró su espada ensangrentada con malicia, entonces sacó un pañuelo bla
sangre con la de esos novatos. La suya es repu
vaneció, siendo transformado su r
ña insolente? ¿Cómo es que osas poner a esos buenos par
inito. El choque de espadas desprendía chispas por la fuerza y rapidez aplicadas. Ambos se movían por
do al hombre en el acto. Él se incorporó de aquel sutil golpe con rapidez y atinó contra ella con
cción a su cuello, pero este usó su espada para proteger el área, la cual f
una mucho más poderosa y pesada, capaz de partir en dos a un hombre robusto y con armadura. Él se abalanzó hacia ella con la ira y frustración controlando su razón; ya era momento de dejar el juego y ponerse serio. Si mata
lograba su objetivo, este sería el fin de la princesa, independientemente de si ella usaba su espada como escudo o no, debido a la fuerza con la que él había atacado. Jafer, el amigo de Darah y comandante del ejérc
l peso y filo de aquella poderosa espada, era obvio que la princesa había llegado a su fin. Una vez las chispas se desvanecieron en el aire y el humodo a su ataque especial, donde él dejaba libre toda su energía para acabar con su contrincante. Le era difícil de asimilar que su imponente y poderosa espada, aque
y tierna que provocaba ganas de acariciarlo; aquella sonrisa que se ensanchaba en ella era tenebrosa. No
*
o, quienes habían hecho un buen trabajo en mantener a salvo a Andaluz y sus habitantes. El coronel Jerom, un moreno de cabello gris y crespo, ojos del mismo color y cuerpo fornido, levant
la ciudad, siendo rodeada por todos, quienes la observaban a la expectativa. Con esa calma que la caracterizaba ella abrió la bolsa y sacó la pesada cabe
*
, se mantenía en la recámara real y ya no recibía a sus concubinas. Darah se acercó a él con timidez, postrándose frente a la cama
ndo efecto. -Su voz llena de esperanza afectó a su p
a el sufrimiento, más no es una cura. Mi enfermedad está avanzada y puedo morir en cualquier momento. No te preocupes, me iré en paz y con muchos años de felicidad, al haber disfrutado a mi familia y bien utilizad
ceó ocultando su rost
, por eso no dudé en hacerte general de mi ejército y confío en que Andaluz estará en buenas manos. No te preocupes, dejaré todo listo antes de mi partida. Solo espero que algún día ab
Andaluz. No permitiré que lo que has constru
e ella lo haría, entendía también, que esta le estaba desviando el tema y ese era su
*
ses des
castillo de Andaluz. La música que sonaba en la ciudad era melancólica