Escocés –
Altas de E
o si se hallara en la caleta sobre la que se alzaba el castillo Balhaire. Los ventanales del antiguo castillo estaban abiertos de pa
escocés enriquecido con el comercio marítimo. El jefe en cuestión, el barón de Balhaire, Arran Mackenzie, estaba repantigado en
go Donald Thane. Dos sgillin no era precisamente una fortuna para un guardia de Balhaire, gracias a la generosidad que Mackenzie prodigaba a los que le eran leales, pero, en cualquier caso, cuando Seamus se llevó otros dos más, Dona
pelearan, pero un ruido extraño llegó hasta sus oídos, con lo que se levantó tam
para acallarlos
s cuellos, escuchando. El ruido de un carruaje acercánd
a la furia que había sentido contra Donald
pegándose a su espalda-. ¿
acudió l
s un
rras Mackenzie -corrían tiempos relativamente tranquilos en Balhaire, pero u
Munro -dec
etes a la cola y otros dos a los laterales. El postillón portaba una pértiga
presentarse aquí tan entra
o el catalejo, entrecerró los ojos y volvió a m
urmuró,
ros intercambia
n -dijo, con la voz convertida casi en un murmullo, ref
kenzie -dijo Seamu
se giró en redondo, recogió su arma y corrió a advertir
tio del castillo, el coche ya había atravesado las puertas de la muralla. La portezuela del carruaje se abrió, desp
*
riz, sobre todo con el dorado calor de la buena cerveza arropándolo en sus líquidos brazos. Había dado buena cuenta del l
te la espalda de la mujer mientras se esforzaba morosament
ackenzie! -g
enzie, uno de sus mejores soldados, le estaba gritando desde el fondo del salón. El pobre hombre se apretaba el pecho como si
a un borracho que tenía al l
, cuando estaba nervioso, tenía tendencia a tartamudear como cuando los dos eran niñ
Sentándose derecho en su sillón, indicó al hombre que
rigió apresur
to -logró pronuncia
ció el ceñ
Qu
bios y la lengua de Sweene
e intentó sol
Arran, levantándose-. Tran
Ma... Ma..
maginado Arran, o de repente todo el salón se había quedado quieto, paralizado? Tenía qu
te hacia Sweeney, di
hombre. Tienes qu
tá equ
o que luz y el espacio se hallaba en sombras. No consiguió distinguir a nadie en particular, pero el rumor de alarma que se alzó entre las dos decenas de alm
e se le ocurrían tres posibles razones para que su esposa pudiera estar allí en aquel momento: una, que su padre hubiera muerto y ella no tuviera n
hubiera muerto, él se habría enterado. Tenía a un agente des
año rojizo se deslizaba por el salón como un esbelto galeón, seg
o con ella. Demasiado, en opinión de Jock. Y quizá tuviera razón, pero nadie
omento para deambular por el pasillo despejado y dejarse caer justo allí, con la cabeza entre las patas sobre el frío su
ldones de la capa y pasó por encima del ani
o allí para pedirle el divorcio, una anulación... lo que fuera con tal de liberarse de él. Y sin embargo se le antojaba bastante improbable que hu
tamente detrás de ella, escrutando desconfiados el salón, con las manos apoyadas en la empuñadura de sus espadines. ¿Temerían verse obligados a combatir para salir de a
que no podía descartar era el divorcio, pero, por la razón que fuera, A
situado en el estrado,
infierno? -le preguntó
ó a su a
de nieve -repuso al tiempo
por mar? ¿O mont
estrado solt
norando la pulla. Ladeando la cabeza, recorrió su cuer
y temía que cualquier cosa que hiciera desatara un torrente
resado por aquel inmenso salón, el corazón de Balhaire desde hacía siglos. Siempre había aspirado a algo más delicado: una habitación elegante, el salón de baile de un Londres o un París. Pero, para Arran, aquella habitación era de lo más funcional.