nto ergonómico tapizado en cuero que ocupa la mayor parte de la sala. Logro sentarme después de arrastrarme como malamente puedo por el estrecho borde que hay libre. Intento adaptarme en el
ente en el despegue y dadas las excepcionales circunstancias del viaje se me concedió el capricho, aunque mi papel en el evento resulta ser de lo más decepcionante: el arranque manual de este armato
de los latidos de mi corazón como si este tuviese un amplificador incorporado, hasta que se paraliza cuando u
uridad de que todo ha salido según lo previsto. ¡Quisiera añadir en mí nombre, el nombre de este equipo y el resto de la población que aún continua viva
la cuen
ez
ev
ho
despegue. La última esperanza de una especie animal técnicamente extinta por culpa de un «virus letal» fabricado en un laboratorio que fue liberado por accidente al estallar la aeronave que debía alejarlo para siempre del planeta. Una esperanza vana, pues la agónica muerte de cada uno de ellos es solo cuestión de tiempo. Resulta curioso el cómo cuando ve inevitable el final, la humanidad se encomienda a las inútiles bendiciones y r
es
s.
o.
nic
parada hacia el infinito dejando tras de sí una cola de fuego y humo. Volando hac
nuestra nueva vida va a s