álidos y las n
mismo al pensamiento pero era a
las noches turbias. ¿Q
n necesitado de esa banca como yo– ¿Podemos compartir asiento?– le pregunté y él asintió secamente desviando la mirada al suelo. Me senté a su lado, a lo lejos viend
o de unos minutos e incluso
– respondí como si nada– Ningún chico viene a p
a mi corta edad significaba que lo estaba logrando, saca
n– No era una pregunta, son
an trist
a dos de mis tíos lejanos ayudarlo a pone
n la barbilla y él m
alzó el dedo índice para explicar y no tardé demasiado e
er– Lo lamento, papá dice que mis chistes son malísimos– a
que le preguntaran nada y yo asentí pensativa. Se suponía que debía decirle mi desgracia, ¿no? Aunque no se lo hubiera pedido era una r
de coches– decirlo en voz alt
No? Yo no fui capaz de verlo– sonaba culpable
dó devastado co
asin
esas mujeres tristes era su mamá– Los calmantes la mantienen de p
o no se negó a mi toque. Y mientras los adultos despedían rindiendo homenaje a quienes partían con palabras de despid
os minutos alg
la mano con rapidez y
aunque ambos sabíamos que no no
uestros pies llenos de tierra– ¿Puedes decir
rió un poco y estir
amiga de tristeza–
eza? –repetí y asi
comparten el uno al otro su tristeza, ¿A que no nos describ
dijo su tía luciendo ans
irección de mi email para la escuela. Le entre
on los ojos muy abiertos– Espero que sea pronto– agregué y
reja antes de irse corriend
preguntaba y Edgar se volvió a mirarme y
– le oí decir y eso
r supuesto, cuando recordé
adre. Él no dejaba de hablarle a la lápida entre lágrimas ahogadas, como si se tratara de ella y mientras de el cielo caía una fue
, aunque papá casi la rechaza mientras se sentaba en el so
enté consolarle y él me miró con tristeza. Sus ojos se
aseguró y en lugar de calmarlo m
milia nos donó, encendí el computador, papá se había acostado a dormir y eso me puso un poco más tranquila, sin embargo,
de entrada y mi corazón lati
DE TRI
a mis labios con vergüenza. Er
aba al instante por lo que entablamos una conve