del auto. Una canción de John Lennon suena en la radio y mi padre la tararea
mis ojos y los distintos escenarios aparecer frente a mi como la portada de un libro tentándome a que me adentre en ellos, me resulta cautivador. Este vi
tado sosteniendo desde que subimos al auto: lo
llamado River'Hills, en la olvidada West Virginia. El lugar no tiene más de 4000 habitantes, dos semáforos, una biblioteca, una escuela preparatoria, una iglesia y una est
e fundada por Jean Pier Laver, un francés ex director de una orquesta filarmónica en París, que ahora mismo se encuentra jubilado y pasando sus últimos años
bría podido soportar un semestre más en ese lugar donde todo me recuerda a él. Donde los monstruo
o está, mi padre ya no pinta, o al menos no como antes, y yo, yo estoy agotada. Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que capturé al
―La voz de mi padre me hac
o. Al notar mi mirada, gira por un momento sus ojos hacia mí antes de sonreír y volver a mirar la carretera. Mi padre es ese hombre
ados por una bruma de tristeza que logra disimular bastante bien y me regala una gran sonrisa antes de que ambos comencemos a cantar a todo pulmón en el vehículo
mento; después de unas horas más, el sueño y el cansancio me golpean de frente, y justo cuando mis oj
hombros ¿Les ha pasado alguna vez que mientras están soñando sienten todo lo que sucede a su alrededor? Bueno, yo me encue
el carro. La mantiene abierta para que salga y cuando lo
o cual no es muy buena idea, pues todos los músculos de mi cuerpo gritan en protesta por las ocho horas que llevo metida en el auto; dudo que en este pueblo pueda encontrar un lugar donde hacerme u
n sus pies, lo que me demuestra que s
ada y un hermoso jardín que cubre la parte delantera. Tiene dos plantas y lo que parece ser un altillo. Las ventanas del primer nivel van del piso al techo totalmente en vi
r y me doy cuenta que aún no he contestado la pregunta
lviendo a dirigir la mirada
re decir qu
os dientes y me acerco hasta d
decir que
observando lo que será nuestro nuevo hogar. Por un instante puedo sentir una punzada de dolor y arrepentimiento atravesarme el pecho
, y nos giramos para ver el camión de la mudanza qu
quedaban en la camioneta para llevarla hasta mi nueva habitación; la blusa que traía se ha adherido por comple
palda sudada. El viento que entra por la ventana besa mi piel haciendo que sienta el rostro frío debido al sudor. Los brazos me tiemblan por la fuerza
nzo la más cercana y al abrirla, cientos de instantáneas me dan la bienvenida de inmedi
y tú lo harías sin rechistar; yo por otro lado nunca he sido muy dada con las palabras, parezco nunca encontrar las indicadas y ciert
ncias éramos pe
a cuando siento el golpe suave en la puerta de la habitac
rvando el desastre que es ahora mismo mi
o del que debería me levanto de la cama para bajar hasta la sala.
mesa de la cocina, realmente no sé cómo co
pasó el número ―dice mi padre como
s de tomar un trozo de pizza y acercarlo a mi
ncantos ―bromeo, elevando mis cejas y dando
en el pecho ― Hace mucho que no lo escucho reír así― antes de poder deci
que encuentro frente a mis ojos es peor que cualquier cosa que pude imaginar. Afuera, justo al lado de mi casa, tres chicos con pinta d
alistas, tres chicos que se ven como la versión masculina de la barbie no pueden
l momento en que uno de los chicos, un rubio con el cabello en punta, fija su mirada en mí. Sus ojos se anclan a los míos ante
a ser un mazacote de masa desagradable; sacudo mi rostro para dejarlo pasar, pero no puedo evitar pen
er que tratar con ninguno de mis