ciendo con Hilda. Tal vez ella, ofuscada de ira como siempre era con nosotros si
quello tan atroz que había visualizado, ella no hizo más que caerme a golpes e introducirme a empujones al antiquísimo armario que era lo único medio decente que habí
llí a pesar que ella misma me había empujado tan fuerte que me había incrustado en medio de aquellos zapatos llenos de sabañones y vestidos aun oliendo a perfume barato. Los excesos la habían secuestrado como siempre. Cuando ella abrió de casualidad el armario, caí yo completamente empapado de sudores y pesares a sus pies. Ifigenia, apartándose un poco, como si yo fuese algún perol que caía desde dentro del bargueño, permitió que me de
lor que había sentido de ella hacía apenas unas horas, pensé que estaría muy adolorida, puesto que yo aún lo estaba y eso que solo fui testigo presencial. Pero no, era ella alabada por nuestra madre, por Ifigenia, a quien tiempo después dejé de llamar madre. Ella decía "Así es que se hace una mujer, caramba" e Hilda, quien tenía u
de madrugada que era cuando las mujeres de la casa, es decir, mi mamá y mi hermana terminaban de "trabajar", Wilfredo siempre me llevaba algo que yo devoraba con mucha apetencia. Cuando mi hermano estaba preso o en brazos de alguna de sus chicas, yo pasaba mucha hambre; pero como desde siempre había sido así, ya estaba acostumbrado. No era fácil tener hambre de manera