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La esposa del Jeque.

La esposa del Jeque.

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Leila, una joven de 16 años turca que vive en la extremada pobreza, en la tribu de los Khattab, toma la drástica decisión de acabar con su vida, saltando de un acantilado, luego de que sus padres, arreglaran un matrimonio por conveniencia con un hombre de 50 años, pero al llegar se da cuenta que no es la única. Farid de 20 años y futuro jeque de la familia Khattab, también está allí para acabar con su vida. Es así como Leila sabrá el secreto del joven y Farid la desgracia de ella, de pronto ambos pactan salvarse mutuamente, él de la muerte y deshonra, si su padre se entera de cómo es en realidad y ella de casarse con un anciano, comienzan una vida juntos, llena de amistad, felicidad y proyectos, toda la tribu los ve como la pareja perfecta, que se profesan un gran amor, sin saber que nunca consumaron realmente su matrimonio. Pero no todo es color de rosas, Marwan Khattab, le sede el lugar de jeque a Farid y con ello la responsabilidad de traer un nuevo integrante a la familia, por su parte Zayane comienza a hostigar a su nuera, ya que para la mujer de nada sirve el amor que se demuestran si los nietos no llegan, por tres años logran evadir sus responsabilidades, hasta que viajan a la ciudad para que Leila se realice una inseminación artificial, pero algo sucede con Farid y es entonces cuando aparece Hafid, su hermano gemelo. Leila no solo descubrirá el secreto mejor guardado de la familia Khattab, también se verá atada a una de las tantas tradiciones que allí aún se practican. ¿Podrá Leila superar todo lo que el destino le tiene preparado? ¿Hafid podrá continuar con la falsa que lo obligan a llevar haciéndose pasar por Farid? en un lugar donde las mujeres casi no tienen derechos, ¿podrá nacer un amor verdadero?

Capítulo 1 Sálvate.

Leila Assad caminaba por las calles de tierra y piedra de su pueblo bajo el sol abrazador, ese mismo que la vio nacer hace poco más de 16 años, el destino la hizo turca, la suerte la ubicó en la tribu del Jeque Khattab, y la desgracia la quiso en una de las tantas familias de campesinos pobres que allí viven.

Leila jamás se quejó de su suerte, ella creció sabiendo que en aquel lugar, las mujeres tenían pocos derechos y más cuando se era tan pobre como ella; el jefe de la tribu era quien decidía la mayoría de las cosas allí, en especial que se cumplieran con las leyes y tradiciones que regían su cultura, para suerte de las jóvenes de la tribu Khabattb, su jeque era un hombre piadoso, mucho más que la mayoría de los que poseían ese cargo, una de las grandes cosas que muchas mujeres le agradecían al jeque Khattab Marwan, era que había prohibido los casamientos de niñas menores de 16 años; ese día Leila festejo con su madre, un avance en los derechos de las jóvenes, un alivio para muchas, pero había algo que el jeque Marwan no podía evitar, y era que a partir de los 16 años siempre y cuando se tuviera la autorización de sus padres, las jóvenes podían contraer matrimonio, esto no sería malo para las que estén enamoradas, pero este no era el caso de Leila.

- Leila - dijo su madre el día que nació. - Mujer hermosa como la noche.

Leila se preguntaba ¿que tenia de hermosa la noche? quizás para los enamorados seria maravillosa, pero para ella solo era oscuridad, como toda su vida. Siguió con su camino, mientras pensaba, en todo y en nada a la vez. Sus pasos eran lentos, pero decididos, estaba disfrutando de su ultimo paseo, sintiendo el polvo acariciar sus dedos a través de las sandalias, ya rotas y desgastadas de tanto usarlas, y sí que las usaba, la joven no paraba en todo el día, ser la hija de Said Assad, era lo mismo que estar maldita, el hombre no apreciaba ni a su esposa, Misha, solo su hijo Jamil valía algo para el patriarca de la familia, después de todo era hombre; Leila vio con dolor, como su madre se marchitaba día a día, mientras ella crecía y comenzaba a tomar el lugar que según su padre, a todas las mujeres les correspondía, el hogar, lavar, limpiar, cocinar, atender a los hombres como si de reyes se trataran, claro que Laila no se quejaba, ya había aprendido lo que sucedía con su madre cuando lo hacía. Misha trato de darle amor a su hija, hizo todo lo que estuvo en sus manos, para que quizás su Leila tenga una oportunidad de tener una mejor vida, fue por eso por lo que, a escondidas, le enseñó a leer y escribir, algo que para Said no era importante para las mujeres, mucho menos para su hija.

La joven levanto el rostro y cerró los ojos, dejando que el brillante sol la dejara solo ver el rojo de sus parpados. Alguien la saludo, y ella le sonrió, para luego continuar con su camino, en su rostro no había lágrimas, esas no servían, no importaban, tampoco se la veía desesperada corriendo hacia su destino, no, claro que no, apenas tenía un poco más de 16 años, pero aun así la serenidad que trasmitía con cada paso demostraba que tan segura se sentía de la decisión que había tomado.

Cuando al fin llego a su destino, recreo la vista una vez más, o mejor dicho, por última vez, las rocas rojizas se mostraban a ella, con un color quizás más brillante que el que poseían siempre, bajo un poco su mirada y al final del acantilado pudo ver el rio que se movía a sus pies, se veía tan pequeño, pero Leila sabía que era el efecto de la altura que lo hacía ver así, respiro una vez más, lento y profundo, quizás pidiendo perdón por lo que pensaba hacer, o agradeciendo tener la fortaleza para hacerlo.

- Perdóname.

El corazón de la joven dio un brinco, al escuchar una voz masculina tan cerca de ella, giro su rostro a un lado, pero solo el desierto era visible, lo giro al lado contrario y solo vio un arbusto, o mejor dicho la copa de uno, por un momento la curiosidad de Leila pudo más, rodeo el arbusto que estaba burlándose de la gravedad, permaneciendo casi colgado en el aire de aquel peñasco, por un segundo su mente quedo en la cosa verde aquella, debía admitir que el arbusto era valiente y resistente, parte de sus raíces estaban expuestas a decenas de metros, flotando en el aire, mientras que unas pocas se aferraban a la roca del acantilado, definitivamente era un arbusto valiente que no estaba dispuesto a caer y dejar de existir. Cuando al fin quito su vista de esa distracción, se encontró con el responsable de la ronca voz que había escuchado, por un momento tuvo la necesidad de salir corriendo en dirección contraria, frente a ella estaba el hombre más guapo que sus inocentes ojos pudieron haber visto alguna vez, su cabello negro brillaba bajo el fuerte sol, su barba recortada le brindaba un aire de seriedad y su altura lo hacía ver imponente, dejo de ver las cualidades de aquel hombre al descubrir que era el hijo de Jeque Marwan, Farid Khattab, ¿Qué hacia el futuro jeque a la orilla de un acantilado? Su pregunta fue contestada en ese preciso momento, cuando el joven dio un paso adelante, donde solo el vacío lo recibiría, Leila no lo pensó demasiado, no tenía por qué hacerlo, toda la tranquilidad que tuvo hasta ese momento se esfumo, y sus músculos adoloridos hicieron un último esfuerzo, cuando tomaron la mano del hombre y lo jalo a su lado, ¿de dónde saco la fuerza para hacer aquello? Ni siquiera ella lo sabía, todo lo que podía saber era que el hijo del jeque estaba sobre ella y ambos en el suelo rocoso del risco.

- ¿Qué? - dijo sorprendido el hombre al tiempo que se ponía de pie rápidamente.

- Lo siento, por favor, perdone mi insolencia. - dijo de forma atropellada la joven.

Farid sonrió por un momento, jamás se acostumbraría a ver el miedo en los demás cuando lo tocaban sin su permiso, era algo que le parecía ridículo.

- Discúlpame tu, permite que te ayude, gracias por salvarme, no sé cómo resbale. - dijo mientras extendía su mano y Leila la tomaba con mano temblorosa.

- Disculpé Señor, pero... yo lo vi, usted no resbalo, solo las personas que desean terminar con su vida vienen aquí. - termino diciendo con voz suave, casi susurrando.

- No sé de qué hablas, yo solo vine a observar el paisaje, no sé qué es lo que crees... - el futuro jeque reparo en lo último que la joven dijo, ella tenía razón, solo los que desean morir, iban al acantilado, entonces ¿Qué hacia ella allí?

- ¿Qué hace una niña como tu aquí? - la vergüenza recorrió el rostro de Leila, había hablado de más, tarde se dio cuenta. - Te ordeno que me digas la verdad. - el rostro de Farid no demostraba vergüenza, duda, o incomodidad, él se veía como un Jeque, preocupado por su gente y en ese momento, preocupado por Leila.

- Creo que lo acabo de decir jefe, usted y yo no estamos aquí por error.

El viento movió la gastada tela del vestido de Leila, al tiempo que su cabello también bailaba con la brisa, Farid observo a la joven en silencio, era muy delgada, parecía un alambre, aunque no era alta, su cabello estaba opaco, se notaba que no lo cuidaba, aunque era largo, los callos en sus manos delataban que era alguien muy trabajadora, pero, sobre todo, vio lo joven que era, casi una niña.

- ¿Qué edad tienes? ¿Cuál es tu nombre?

- Leila Assad y tengo 15 años. - respondió al tiempo que llevaba la vista a sus delgadas y maltratadas manos, el escrutinio de Farid la ponía nerviosa.

- Soy Farid Khattab, aunque eso ya lo sabes, ¿verdad?

- Lo sé, usted es el jefe después del jeque Marwan.

- Bien, eso es bueno, no debes decir que me viste aquí. - quiso sonar con firmeza, como un jeque, pero su voz parecía más un pedido que una orden.

- No se preocupe jefe, yo no me iré de aquí. - la sonrisa que la joven le mostro le erizo la piel, se veía tan... miserable.

- No lo estas comprendiendo Leila Assad, no dejare que saltes, tú me salvaste, yo te salvo. - Farid solo veía a una joven carente de emociones, y eso lo asustaba, su padre hacia lo que podía para salvar a tantas como podía, cambiaba las leyes poco a poco, pero la tradición era fuerte, demasiado.

- Usted no puede salvarme. - contradijo sin perder su dolorosa sonrisa.

- ¿Qué es lo que te sucedió Leila? - Farid no comprendía como podía hablar con tanta tranquilidad, era una niña, él tenía 20 años y estuvo dos horas llorando en silencio a la orilla del precipicio antes de tomar coraje para saltar, en cambio la joven frente a él se veía decidida, rendida, derrotada.

- En menos de una semana, Mashal Rahz, ira a pedir mi mano y mis padres se la darán. - Farid vio como apretó sus manos, hasta que sus nudillos quedaron blancos, la impotencia de quienes no podía decidir, lo único que podían hacer las que se mantenían en silencio.

- Mashal Rahz ¿el dueño del mercado? - Leila solo movió su cabeza afirmando y Farid lo comprendió, conocía a Mashal, era un hombre de 50 años, viudo, con un hijo de 30 años y otro de 25 años, incluso ya tenía nietos, su estómago se retorció de solo pensar en ello.

- No es motivo para quitarse la vida. - trato de persuadir a la joven.

- ¿Y usted si tiene motivos? ¿Por qué deberían sus problemas ser mayores que los míos? - respondió con osadía, pues la muerte la esperaba y no tenía tiempo para perder con sutilezas.

- Lo son Leila, mi existencia es un problema, traeré la deshonra a mi hogar, a mi familia y a la tribu, lo único que me queda es saltar por ese acantilado o esperar a que mi padre me mate. - la honestidad bailaba con cada palabra, pero Leila había escuchado miles de veces que tan bueno era el futuro jeque de la tribu, no podía imaginar que él hiciera algo que trajera deshonra a su familia.

- Está mintiendo. - dijo, pero sabía que no era así, los ojos negros como el carbón del hombre así se lo hacían ver. Farid respiro profundo y exhalo lento.

- Bien, si, de todas formas, ni tú, ni yo saldremos de este lugar, creo que es justo decir mi verdad...soy gay Leila. - la joven pestaño con asombro un par de veces, tratando de comprender aquello, no podía estar bromeando con algo así.

- Comprendo. - se limitó a decir, Leila conocía las leyes y tradiciones, y por más que él fuera el hijo de jeque o el mismo jeque, algo así no sería permitido, lo matarían y expulsarían a su familia de la tribu. - Pero no es necesario morir, tampoco revelar la verdad. - trato de persuadirlo una vez más, no quería que el joven muriera a su lado, eso se podía tomar como el suicidio de enamorados, ya se imaginaba a todo el pueblo hablando de ello y maldiciendo su alma por llevarse al futuro jeque a otra vida.

- Me quieren casa con la hija de jeque Ryad, quedare al descubierto, el tiempo se me termino. - no, Leila volvió a pensar, Farid Khattab no podía morir el mismo día y en el mismo lugar que ella o todo sería un malentendido... aunque, pensándolo mejor, eso era algo que ellos podían aprovechar.

- ¡Nos podemos salvar! - dijo con la voz cargada de esperanza y los ojos brillando de alivio.

- ¿Qué?

- Sálvame Farid, Sálvame y sálvate, pide mi mano. - Farid dio un paso hacia atrás y Leila lo volvió a sujetar, ya que casi cae accidentalmente por el precipicio. - Creo que lo mejor es que te alejes de ahí. - la cara de la joven lo hizo sonreír de manera inconsciente.

- Bien Leila Assad, dime ¿Qué estás pensando?

- Puedes pedir mi mano, mi padre no se negará a ti y a cambio el jefe Marwan no podrá casarte con la hija de Ryad, por favor, Farid, sálvame de morir hoy, porque si mi destino es casarme con ese hombre tan anciano, realmente prefiero morir.

Farid la observo en silencio, era una buena idea, lo tenía que reconocer, no solo por poder salvarse, también podía salvarla a ella, se veía tan frágil y él sabía muy bien cuál era el destino que le esperaba si no saltaba de aquel precipicio, pero, aun así, era una adolescente que quizás no era consciente de lo que pedía realmente.

- Leila, ¿sabes lo que es una persona gay? - pregunto con vergüenza, crecer en esas tierras no era fácil, había temas que aun en este tiempo eran tabúes.

- Mataron a una de mis amigas por ello, se lo que es Farid. - Leila recordó cómo la gente gritaba y aplaudía al padre de su amiga, luego de que la asesinara, "Has traído honra a tu casa" "Muy bien, has hecho lo correcto" y por un segundo Leila se preguntó, ¿Qué tan correcto era matar a tu propia sangre?

- Leila si nos casamos, jamás podrás divorciarte de mí, y yo... nunca te tocare... como esposo. - dijo cada palabra mirando sus ojos color caramelo, debía saber si ella lo comprendía.

- Jamás te exigiré nada Farid, nunca te engañare por más que nuestro matrimonio sea solo en un papel, tú me salvaras y por ello te estaré agradecida por siempre.

- Tú me has salvado, Leila Assad, mañana a esta hora te esperare fuera del jardín de té, si no llegas me daré por enterado que te has arrepentido.

- ¿Qué te diré cuando llegue? - dijo segura de lo que haría.

- Me dirás que día me esperan tus padres.

- Así será Farid, hasta mañana.

Leila corría por las calles de tierra y piedra, su corazón latía debocado, y las ganas de gritar se agolpaban en su garganta, era la primera vez en la vida que Leila se sentía feliz, con esperanzas, con vida.

El jeque Marwan Khattab se encontraba en su hogar, en una habitación que funcionaba como oficina, aunque él la usaba más para pensar.

Desde que había asumido como jeque, poco a poco, como una vez le juro a su hermana, él estaba cambiando las leyes, aunque luchar contra las tradiciones era aún más difícil, ya algunas de sus normas le habían generado ganar enemigos, pero debía continuar y confiar que su hijo seguiría con su legado, ese que buscaba salvar a las mujeres, algo que no pudo hacer con su hermana, ¿Cuál fue el pecado de Leila Khattab? Enamorarse de un hombre pobre, un campesino, ¿Cuál fue la solución que encontró la pareja? Ambos escaparon ¿Cuáles fueron las consecuencias? fueron perseguidos y asesinados por la tribu, por su propio padre, 25 años habían pasado de aquel día, y Marwan aún seguía tratando de cumplir lo que le prometió a su hermana sobre su tumba. Pero habían tradiciones de las cuales ni el jeque podía escapar, ni su familia, y su hijo era el que ocupaba la mente del mayor en este momento, como se reusaba a casarse, sin importar a la joven que se le mostrara, los rumores comenzaban a circular, esos que aseguraban que algo estaba mal con Farid, y el hombre se pregunta si llegado el caso de que sean verídicos aquellos dichos, si su corazón soportaría aplicar las leyes y tradiciones en su propia sangre, ¿Cuántos pecados más tendría que cargar en su alma vieja y cansada? No lo sabía.

- Señor. - lo llamo un empleado de suma confianza que tenía Marwan.

- Pasa, ven, cuéntame ¿Qué has averiguado? - el jeque hizo una seña con su mano y el empleado ingreso en la oficina cerrando la puerta tras él.

- Vieron al joven Farid en el acantilado del norte. - el mayor respiro con fuerza, al tiempo que su piel se ponía de gallina, ¿sería que no tendría que matar a su hijo? ¿Farid era tan buen hijo que incluso le quitaría ese peso de encima?

- Él... - el jeque no podía decir aquellas palabras, no sin demostrar lo mucho que le dolía.

- El joven Farid se encontró con una joven, el empleado dice que ambos estaban dispuestos a saltar, pero luego hablaron y ella se fue... muy alegre, al igual que el joven Farid.

Marwan estaba confundido, muchos le habían asegurado que su hijo tenía algo mal, que no era "normal", pero ahora no comprendía que era lo que sucedía, hasta que unos golpes en la puesta le devolvieron la calma.

- Padre, ¿estas ocupado? Necesito hablar contigo. - dijo de forma agitada su hijo y Marwan le hizo un gesto con la mano al empleado para que se retirara.

- Para ti nunca estaré lo suficientemente ocupado hijo. - el corazón de Farid se agito y sintió vergüenza una vez más por traerle preocupación y problemas a su padre.

- No me casare con la hija de Ryad. - dijo con voz firme.

- Farid... no puedo despreciar la oferte del jeque Ryad... - Farid cerro sus ojos y recordó los ojos de Leila, la valentía en ellos, y como pasaron de estar opacos a brillar como si fueran caramelo derretido.

- Estoy enamorado y solo me casare con la mujer que amo. - sus palabras salieron tan seguras que sonaron a verdad todo en ellas, Farid no solo salvaría su vida, también salvaría a Leila.

Marwan observo sorprendido a su hijo, ¿acaso seria la joven con la que estuvo en el acantilado? ¿su hijo estuvo a punto de suicidarse por amor?

- ¿Quién es? - preguntó el mayor con verdadero interés.

- Leila Assad, la hija del campesino Assad.

Marwan guardo silencio, hacia 25 años que no escuchaba ese nombre, Leila, ¿acaso era una señal? Que su hijo se fijara en la hija de un campesino no era bueno, por lo menos no para la tribu, ¿Qué podía ofrecer una joven analfabeta al futuro jeque? Pero también estaba el hecho de que su hijo jamás había mostrado interés por una mujer.

- Leila Assad, ¿de dónde la conoces? ¿cómo sabes que la amas? ¿hace cuánto se ven? - Marwan no sabía que sería peor, que las especulaciones sobre la orientación sexual de su hijo sean ciertas o que su hijo haya deshonrado a una joven.

- No sabía que la amaba, la había visto a lo lejos, no sabía qué era lo que me llamaba la atención de ella, creo que es su alegría, pero era una niña, hace poco la volví a ver, tiene 16 años y sé que aún es una joven, pero cuando hoy me informaste que me casarían con la hija de Ryad, yo lo único que veía era su rostro, tanto que salí decidido a terminar con mi vida. - Farid bajo su cabeza por la vergüenza que sentía, no solo por mentirle a su padre, también por decirle que estuvo a punto de matarse.

- Y si es así... ¿Por qué aun estas aquí? - Marwan no pudo evitar ser duro con sus palabras, pero el dolor y el enfado le provocaba querer golpear a su mal agradecido hijo, la vida era el regalo más preciado que tenían y Marwan creía a verle explicado aquello.

- Por ella, Leila llego, pensaba matarse... por mí, ella me ha amado en silencio durante el último año y como sabe que nadie nos apoyara, no quería continuar. - Farid hizo una nota mental de informarle de esa mentira a Leila, cuando la encontrara en el jardín de té.

Marwan decidió ver aquello como una señal, que la joven tenga el mismo nombre que su hermana, que sea pobre, era repetir aquella trágica historia de hace 25 años atrás pero ahora el poderoso y rico era su hijo y la pobre y marginal era la joven.

- Si es así... debemos prepararnos para pedir su mano. - Farid miro con asombro a su padre, no creyó que aceptará aquello tan rápido.

- ¿Me das tu bendición padre? - pregunto aun incrédulo.

- Lo hago.

Farid respiro con alivio, con esa seguridad que le decía que viviría un día más, gracias a Leila, ella lo había salvado.

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