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Dicen que el amor es algo hermoso, pero eso no era cierto para Gianna, que no podía entender por qué su vida perfecta de repente se convirtió en un infierno. Después de un aborto espontáneo, quedó desfigurada y su carrera y reputación se arruinaron. Como si eso no fuera suficiente, la llegada de Elliot empeoró aún más su vida. Este hombre apareció de la nada y la conquistó. Pero de repente, él desapareció, dejándola con el corazón roto y sin esperanza en la vida. ¡El amor definitivamente no era para Gianna!
"¡Felicidades, señora! ¡Tiene seis semanas de embarazo!", dijo el sonriente doctor, entregándome el resultado de la prueba.
Temblando, intenté leer las palabras en el papel. ¡Solo me había acostado una vez con ese hombre! ¿Cómo era posible que quedara embarazada?
¿Ahora qué iba a hacer?
Si le contaba a Elliott, ¿sería feliz y seguiría adelante con el matrimonio?
¡Por supuesto que no! El Elliott que yo conocía probablemente me acusaría de tratar de atraparlo con un bebé. En definitiva, no iba a cambiar de opinión sobre el divorcio.
En medio de la confusión y la tristeza, metí el informe en mi cartera y salí del hospital.
Afuera, había un Maybach negro brillante estacionado no muy lejos de la puerta, y tenía la ventana medio abierta, dejando el rostro apuesto y frío del hombre que conducía el elegante auto.
Como siempre, el sujeto llamaba la atención por su atractivo. Mujeres de todas las edades se desmayaban por él.
La verdad era que me había acostumbrado a esa escena después de tantos años. El hombre no era otro que Elliott Crawford, el responsable de mi embarazo. Entonces, haciéndome la vista gorda con las mujeres que le guiñaban el ojo, me subí al automóvil.
Allí, Elliott, que había estado descansando con los ojos cerrados, frunció el ceño y preguntó: "¿Ya terminaste?".
"Sí", asentí, ofreciéndole el documento firmado por el director del hospital. "El señor Kershaw envía sus saludos".
Al principio el plan era que yo solo fuera con el contrato, pero me encontré con Elliott en el camino, y para mi sorpresa me llevó sin que yo se lo pidiera.
"Eres la responsable de este proyecto a partir de ahora". Él no era un hombre de muchas palabras, pero cada vez que hablaba, sonaba autoritario y no dejaba lugar a discusiones ni sugerencias. Con eso, puso en marcha el motor, sin mostrar ninguna intención de agarrar el contrato.
Retirando mi mano con torpeza, simplemente me quedé callada.
El silencio había sido mi consigna cada vez que estaba con él. ¡Oh, me había costado muchísimo lograr acostumbrarme a eso! Con el tiempo, me había vuelto muy obediente mientras trabajaba para él.
Ese día Elliott no condujo de regreso a la villa, en cambio, habíamos ido al centro. Pero, ya era de noche, ¿a dónde me estaba llevando? Aunque tenía curiosidad, no me atrevía a cuestionarlo, así que permanecí en silencio como siempre lo había hecho cada vez que hacía algo fuera de lo común.
Luego, cuando mi mente fue al resultado de la prueba de embarazo, me puse nerviosa y no tenía idea de cómo darle la noticia. Echándole un vistazo, noté que sus fríos ojos estaban fijos en el camino.
"Elliot...". Finalmente rompí el silencio cuando mis manos y mi espalda habían comenzado a sudar.
"¡Habla de una vez!", soltó él con frialdad, sintiendo que yo tenía algo que decir.
Eso no era para nada sorprendente porque siempre me había tratado así. De cualquier manera, yo poco a poco me había venido acostumbrando.
Respirando profundo, murmuré: "Estoy...". Las palabras que quería decir eran simples, de hecho, eran solo dos.
Sin embargo, su teléfono sonó de la nada, haciendo que me callara y siguiera inquieta.
"¿Qué pasa, Olivia?".
Había gente que solo podía amar a una persona en su vida. Le daban a ese ser especial todo su amor mientras trataban a todos los demás como basura, y Elliott era de ese tipo de gente. Su ternura era solo para Olivia Tucker. Me había dado cuenta de eso solo por la forma en la que le contestó.
No sabía lo que Olivia le había dicho a él, pero de repente pisó el freno y dijo de manera reconfortante: "No llores, ¿de acuerdo? Estaré ahí pronto. Quédate en casa y espérame".
Al colgar, su rostro se volvió frío y severo como si hubiera accionado un interruptor, y me dijo: "¡Bájate!".
Era una orden sin margen para la negociación.
Tampoco era la primera vez que me dejaba en el medio de la carretera, así que asentí, me tragué todas las palabras, y me bajé antes de que pudiera repetirlo.
Mi matrimonio con él había sido un accidente que no tenía nada que ver con el amor, pues la mujer a la que Elliott amaba era Olivia. Yo era solo una chica que se interpuso en su camino; alguien a quien no podía esperar para tirar una vez que tuviera la oportunidad.
Hacía dos años, el abuelo de Elliott, Lorenzo Crawford, había sufrido un infarto al miocardio, y mientras yacía en su lecho de muerte, le ordenó a su nieto que se casara conmigo. Elliott no quería, pero no tuvo elección. Debido a eso, nuestro matrimonio había sido un infierno desde el primer día. Me trataba como si yo no existiera, y ahora que Lorenzo había fallecido, no veía la hora de divorciarse de mí.
Ya estaba oscuro cuando pude regresar a la villa. Esa casa grande y vacía siempre me daba escalofríos. No podía dejar de pensar en ella como una de esas mansiones embrujadas que aparecían en las películas de terror. Esa noche no tenía apetito, quizás por el embarazo. Por lo tanto, me di una ducha y me fui a la cama.
Al rato, estaba a punto de quedarme dormida cuando escuché el vago sonido de un auto estacionándose en el patio delantero.
¿Elliott había vuelto?
¿No iba a pasar la noche con su amada Olivia?
Fernando Laureti es la oveja negra de la familia; un joven alegre, creído y seductor que está acostumbrado a llevar a las mujeres que les gusta a su cama. Su padre, Demetrio Laureti cansado de su promiscuidad, decide poner a su cargo la empresa que tiene en París, con el simple propósito de alejarlos de sus mujeres y de el BDSM, pero no será nada fácil, conoce a Samantha Mercier, una mujer de carácter fuerte, hermosa y decidida que no se la pondrá nada fácil, logrando con eso que el CEO se obsesione con llevarla a su cama y convertirla en su sumisa, acto que ella no cederá, porque le gritara en la cara cuántas veces se necesario: ¡No seré tu sumisa!
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