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Janice, la heredera legítima olvidada hace tiempo, se abrió camino de vuelta a su familia, volcándose en ganarse sus corazones. Sin embargo, tuvo que renunciar a su propia identidad, sus credenciales académicas y sus obras creativas en favor de su hermana adoptiva. A cambio de sus sacrificios, no encontró calor, sino un mayor abandono. Decidida, Janice juró cortar todo vínculo emocional con ellos. Tras quitarse la máscara, ahora era conocida como maestra en artes marciales, experta médica y célebre diseñadora que sabe ocho idiomas. Con una nueva determinación, declaró: "A partir de hoy, nadie de esta familia se cruzará conmigo".
"¡Janice, eres muy cruel! ¿Te das cuenta de lo que le hiciste a tu hermana? ¡Hoy te daré una lección!", gruñó Laurie Edwards. Muy enfurecida, golpeó a su hija con un látigo.
El agudo chasquido resonó en la enorme mansión, silenciando a los sirvientes y dejándolos como esculturas, sin atreverse a decir nada.
Pero Janice Edwards permaneció estoica. Su delgada figura temblaba mientras apretaba los dientes y soportaba el dolor que parecía desgarrar su piel.
"Te traje de vuelta, te di todo lo que necesitabas y te ofrecí un lugar al que pertenecer. ¿Y así es como me lo agradeces?".
Laurie daba un latigazo con cada palabra que pronunciaba, marcando la espalda de Janice con profundas rayas carmesí. A pesar de que tenía el rostro pálido, su mirada permaneció firme. Tal vez ya se había vuelto insensible a esos castigos brutales.
"Ahora, pídele perdón a Delilah". Jadeando por el esfuerzo, Laurie permaneció parada con una mano en su cadera, fulminando a Janice con la mirada.
"¿Por qué debería disculparme si no hice nada malo?", preguntó ella, sosteniéndole la mirada.
La furia de Laurie explotó ante su postura inflexible. Agarrando el látigo con más fuerza, declaró: "Entonces, no me detendré hasta que te disculpes".
De repente, Delilah Edwards, la hija adoptiva de Laurie, agarró su brazo y suplicó con los ojos llenos de lágrimas: "¡Mamá! Por favor, no sigas golpeando a Janice. En realidad, fue mi culpa. Nunca le conté sobre mi alergia al mango".
"Delilah, tu corazón es demasiado bondadoso. Ella casi te mata, pero tú estás defendiéndola". Laurie suspiró y acarició la mano de la joven. "Esta chica es muy maliciosa", agregó gentilmente. "Como está tan desesperada por llamar la atención, te dio pudín de mango, sabiendo muy bien que tenías alergia. ¿No te parece una crueldad?".
"Lo diré una vez más: ¡no lo sabía!", protestó Janice con lágrimas en los ojos mientras veía a madre e hija. "¡De verdad no sabía que tenía alergia!".
"¿Sigues poniendo excusas?", espetó Laurie y le asestó otro golpe. Sus palabras fueron gélidas y mordaces mientras el dolor se expandía por la piel de Janice, provocando un escalofrío en su columna.
Desde que regresó con su familia, cualquier problema que involucrara a Delilah invariablemente terminaba con ella asumiendo la culpa. No importaba los argumentos o pruebas que presentara, siempre eran consideradas un engaño.
En una ocasión, Delilah se cayó por las escaleras y acusó a Janice de empujarla. Sus padres se pusieron del lado de Delilah sin pensarlo dos veces.
Aunque Janice tenía la misma sangre que ellos, parecía ocupar un lugar más pequeño en sus corazones que Delilah, quien era adoptada.
A sus ojos, no era más que una conspiradora, siempre dispuesta a lastimar a Delilah para obtener un poco de afecto.
Ésta última le dio una mirada comprensiva. "Mamá, entiendo a Janice. Después de todo, he sido tu hija durante más de una década. Si yo estuviera en su lugar, también sentiría resentimiento. Tal vez si me voy, ella finalmente estará tranquila y la familia podrá recuperarse".
Su dizque preocupación no era más que una hábil artimaña para arruinar a Janice, y Laurie se tragó el anzuelo.
El corazón de Janice se hundió más en la desesperación y recordó en silencio todos los agravios que había sufrido a manos de su familia.
Pero entonces un látigo afilado la devolvió a la dura realidad. Miró fijamente a Laurie, cuyos ojos estaban llenos de desprecio.
"¡Mira a Delilah, siempre tan atenta y educada!", espetó. "Si fueras la mitad de considerada que ella, estaría más que encantada. Pero estás negando tus errores, como si quisieras molestarme a propósito".
Janice se mantuvo firme. "Te lo volveré a repetir, el pudín que le di no tenía mango. Si dudas de mí, solo mira la lista de las compras".
"¿Por qué me molestaría en comprobarlo? No es como si Delilah fuera capaz de engañarnos con esas cosas". Laurie confiaba plenamente en ésta última, así que no veía la necesidad de confirmar los artículos comprados.
"Mamá...", susurró Delilah con voz temblorosa, fingiendo vulnerabilidad. "Si eso tranquiliza a Janice, entonces asumiré que me equivoqué".
"Delilah, por favor, no llores. No mereces sufrir así. Me aseguraré de que esta malagradecida pague las consecuencias". La mirada de Laurie se volvió más severa y agarró el látigo con autoridad. "Si no quieres disculparte, es tu problema. En tres días, Efrery celebrará su primer concurso de diseño de moda. Si le das tu borrador de diseño a Delilah, te perdonaré esta ofensa".
¿De nuevo?
Esas palabras gélidas perforaron el corazón de Janice, provocándole un profundo escalofrío.
A lo largo de ese año, había cedido incansablemente, desesperada por un poco de reconocimiento y elogio de su familia.
Desde el principio, el dormitorio había sido suyo por derecho, pero la convencieron para que se lo entregara a Delilah, alegando que ella se había encariñado con sus comodidades.
Incluso habían ocultado su legítima identidad como hija de la familia Edwards para salvaguardar el orgullo de Delilah.
La lista de sacrificios era interminable.
Para quedarse con ellos y ganarse su favor, Janice había renunciado a más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Pero ahora Laurie quería obligarla a renunciar a su borrador de diseño para el concurso de moda, haciendo que su futuro pendiera de un hilo.
"Di algo", insistió Laurie al verla en silencio. "¿Te quedaste sin voz?".
"Mamá, por favor", intervino Delilah, agarrando el brazo de Laurie mientras sacudía la cabeza. "Janice también es parte de la competencia. ¿Qué hará si me entrega su diseño? Aunque estoy segura de que ganaré...". Hizo una pausa y tosió débilmente. Su cuerpo tembló como si fuera a desmayarse. "No creo que mi salud me lo permita".
"Ella te hizo daño, así que lo justo es que haga concesiones". Laurie le dio una mirada penetrante a Janice. "Te lo preguntaré por última vez: ¿renunciarás al borrador o no?".
El pecho de Janice se apretó mientras respiraba profundamente. "Mamá, ¿no soy tu hija también?", preguntó con la voz ligeramente quebrada.
"Afirmas ser mi hija, ¿pero ignoras mis deseos?".
Ese evidente favoritismo rompió completamente el corazón de Janice. Con los ojos cerrados, murmuró: "Le daré el borrador".
Una sonrisa maliciosa se extendió por el rostro de Delilah. Aunque Janice era demasiado complaciente, tenía unas excepcionales habilidades de diseño. Con su borrador, el primer puesto estaba prácticamente garantizado.
"Después de todo, tienes conciencia", comentó Laurie con una ceja arqueada. Luego, arrojó el látigo y le dio una cálida sonrisa a Delilah. "Con el borrador de Janice, puedes dejar de estresarte por la competencia. Solo relájate y disfruta el premio cuando llegue".
"Gracias, mamá", respondió Delilah con una sonrisa alegre. Sin embargo, luego miró tímidamente a Janice. "Pero ¿Janice no se resentirá conmigo por utilizar su borrador?".
"¿Se atrevería siquiera?", espetó Laurie, dándole una mirada severa a ésta última. "Si se resiente contigo, acabará en la calle. La familia Edwards no quiere a malagradecidos, sean familia o no".
"¿Y si ella me acusa de robar su diseño?", insistió Delilah ansiosamente.
"Me aseguraré de que cada parte de su participación sea eliminada, y te daré el crédito solo a ti".
Janice se quedó atónita mientras su corazón se hundía más en la desesperación.
¿Su año de resistencia y compromiso había sido en vano?
"¡Ja!". Janice soltó una risa amarga cuando los últimos restos de sus esperanzas se desintegraron. Estaba completamente desilusionada de su familia.
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