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Sandra vive en un pequeño pueblo de Italia junto a sus padres y hermanos. Ella lleva una vida normal hasta que un conocido de su hermana, Peter, en nombre de una broma pesada, se ofrece a pagarle un viaje a una ciudad más céntrica de Italia, en compañía de su hermana. Sin embargo, ambas son secuestradas por una red de trata de blancas. Luego son separadas y se hacen la promesa de reencontrarse una vez más, dispuestas a hacer todo lo posible para aguantar cualquier infierno. En el camino, Sandra es salvada por el mafioso más poderoso del momento, el líder de la mafia, quien cambia el destino no solo de las dos chicas, sino también del de la hermana de Sandra.
¡Mmmmhh!
¡Qué bien se siente!, un poco más suave.
Eran palabras que salían de la boca de Sandra Hill, una adolescente que hoy cumplía su mayoría de edad: 18 años. Su hora de nacimiento fue a las 7 a. m., y nació en su casa porque su madre no tenía los recursos para pagar un buen hospital, ya que el que le asignaron le había dado una fecha de parto mucho después del verdadero día en que nació.
Esa pequeña ahora era legalmente una adulta, la cual se había desarrollado muy bien.
Sandra agarraba con fuerza las sábanas blancas mientras apretaba con intensidad sus piernas. Su postura no era recta; dormía profundamente de lado, justo sobre el izquierdo, siendo la mano derecha la que sostenía la sábana.
Cualquier cosa que estuviera soñando no sería apta para menores de edad. Lo curioso es que, en su sueño, no había un hombre acariciándola, sino ella misma viéndose en un espejo y tocándose delicadamente con sus dedos delgados.
Para mala suerte de la chica, sus gemidos fueron escuchados por su compañera de cuarto, que no era otra que su hermana mayor de 20 años. Se levantó lentamente de su cama, haciendo a un lado su sábana. Al descubrir su cuerpo, salió a relucir su figura delgada y atlética.
-¡Esto tengo que compartirlo sí o sí! -dijo mientras sonreía.
La mujer de sonrisa bella y seductora se llamaba Amanda Hill; era la hermana mayor de Sandra.
Eran dos hermanas con cierto parentesco, pero también con sus diferencias. Amanda tenía el cabello castaño oscuro, corto hasta los hombros, a diferencia de Sandra, que lo tenía rubio oscuro y ondulado. En cuanto a su cuerpo, eran similares en medidas, aunque la menor superaba a la mayor en tamaño de senos.
El parentesco más destacado entre ellas eran sus grandes ojos verdes y expresivos.
En cuanto a sus personalidades, eran, por decirlo así, opuestas: una era tímida y la otra muy sociable.
Amanda quitó lentamente la sábana blanca con la que Sandra se cubría.
Al destaparla por completo, se veía claramente el conjunto de dormir de la recién adulta, quien aún se encontraba en su profundo sueño húmedo.
Llevaba una braga blanca clásica de algodón, caracterizada por su diseño simple y cómodo. No tenía una estructura compleja, por lo que era lisa. La braga era muy corta, lo que hacía resaltar sus grandes caderas. En su pecho, había un sujetador de un color diferente: gris, lo que no combinaba con su braga.
El pecho de Sandra era muy voluptuoso, pero no en un nivel extremo. Su piel morena era suave y radiante. Cualquier hombre que se encontrara con semejante mujer sentiría ansiedad con solo estar a su lado. Hablarle les causaría pánico, sintiendo que cualquier palabra usada podría ser su perdición ante la presión que esa mujer generaba en los hombres.
-¡Esto no puede ser! ¿Con quién estará soñando? -dijo Amanda con voz burlona y juguetona.
Al mismo tiempo, usaba una mano para sostener su boca en señal de impresión e incredulidad, mientras con la otra sostenía su teléfono para grabar a su hermana menor.
La respiración de Sandra se estaba acelerando aún más, al igual que su cuerpo, que se retorcía de placer. Sus senos se ensanchaban, al igual que su sensual trasero.
Sus músculos se relajaban, y al mismo tiempo su mano, que sostenía la sábana, se abrió paso entre su entrepierna.
-¡Aaah!
La aceleración de su respiración se convirtió en gemidos placenteros nunca antes emitidos por ella. Sentía tanto placer que comenzó a despertarse. De pronto, fue consciente a medias de que su mano estaba rozando su parte íntima a través de su ropa interior.
Esto no hizo que se detuviera; más bien, comenzó a hacerlo un poco más rápido, sintiendo aún más placer. Estaba en una fase de sueño casi despierta, pero aún dormida.
Esta vez no era ella tocándose en el espejo, sino en la cama, mientras mentalizaba la imagen de un hombre al que inconscientemente asociaba con el placer.
-Florentino, acércate. Mira mi figura y tócame... -exclamó Sandra pausadamente.
Al instante, escuchó una frase que la sacó de su última fase de sueño:
-¿Qué Florentino? -preguntó Amanda, con sorpresa en el rostro.
Sandra lo había dicho inconscientemente, sin esperar una respuesta.
Sin embargo, ahora estaba completamente despierta. Acababa de entender lo que estaba haciendo, quién la estaba viendo, lo que había dicho y, por último, pero no menos importante... ¡su queridísima hermana la estaba grabando!
Se levantó de un salto de la cama, gritando con furia en sus ojos verdes:
-¡Dame el teléfono!
Amanda se asustó, pues no pensó que estuviera despierta, y mucho menos que se abalanzara hacia ella con tal velocidad. No obstante, reaccionó a tiempo, haciéndose espacio y corriendo en círculos por el cuarto, pasando por encima de las camas para fugarse.
-¡Borra eso! Si te atreves a publicarlo en redes sociales, ¡te voy a matar!
-No tiene nada de malo. Solo verán a mi hermanita virgen teniendo su primer final feliz... ¡aunque solo sea un sueño!
Sandra no podía creer cuán estúpida y cruel era su hermana. ¿Cómo puede ser tan cínica?, pensó.
Al salir del cuarto, Amanda cerró la puerta con fuerza. Sandra no tardó en abrirla y perseguirla por toda la casa hasta la salida. Sin embargo, al llegar allí, se dio cuenta de que aún estaba en ropa interior.
No puedo salir así, pensó.
En cambio, Amanda sí llevaba puesta una pijama y, además, no le importaría salir en ropa interior. Esa era una de las diferencias más marcadas entre ellas.
-¡Me las vas a pagar! -gritó Sandra, con gran impotencia en su voz.
Un rato después, tras regresar a su habitación, vestirse, bañarse y cepillarse, bajó al comedor. Al llegar, encontró a sus padres y su hermano sentados en la mesa.
-¡Feliz cumpleaños! -dijeron los tres al unísono.
Adicionalmente, se levantaron para darle un abrazo. Su padre, un hombre alto y fuerte, la apretó tanto que sintió que no podía respirar, mientras que su madre lo hizo con más delicadeza. Por otro lado, su hermano, de solo 10 años, terminó siendo cargado por ella en el abrazo.
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