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En las sombras de un mundo que desconoce su existencia, las manadas de hombres lobo han protegido su secreto durante siglos. Sin embargo, cuando un brutal asesinato rompe el frágil equilibrio entre humanos y lobos, el pacto sagrado entre las manadas comienza a desmoronarse. Ethan Varela, un detective con un pasado que él mismo ha intentado olvidar, se ve arrastrado a la cacería de un asesino que parece no ser humano. Mientras más profundiza en el caso, más se acerca a la verdad sobre su propia sangre... y a un destino del que no podrá escapar. Con la luna llena acercándose y una guerra entre manadas en el horizonte, Ethan deberá decidir a quién es leal: a la humanidad que juró proteger o a la bestia que siempre ha vivido dentro de él.
La lluvia caía sobre la ciudad como una cortina gris, cubriendo las calles vacías con un reflejo espectral de las luces de neón. Ethan Varela encendió un cigarro, ignorando el frío que se filtraba por su abrigo empapado. Su teléfono vibró en el bolsillo de su chaqueta.
-¿Qué tienes para mí? -preguntó sin preámbulos al responder.
La voz del forense, Ramírez, sonó tensa al otro lado de la línea.
-Otro cuerpo. Y este... este es peor que el anterior.
Ethan cerró los ojos por un instante. Llevaban dos semanas encontrando cadáveres en las afueras de la ciudad, todos mutilados de una forma que no encajaba con ningún depredador conocido. Pero lo que más lo inquietaba eran las marcas. Siempre las mismas. Cortes profundos en la piel, formando símbolos que solo había visto en viejos libros que nunca debió leer.
-¿Ubicación? -preguntó, caminando hacia su auto.
-Bosque de Hollow Creek. Y, Ethan... -la voz del forense bajó un tono-. Esta vez hay testigos.
La lluvia golpeaba con más fuerza cuando Ethan llegó al bosque. La zona estaba acordonada, y las luces intermitentes de las patrullas teñían el follaje de rojo y azul. Caminó hacia el perímetro, pasando de largo a los oficiales hasta llegar al forense, quien estaba encorvado junto al cadáver.
-¿Qué tenemos?
Ramírez se enderezó, apartándose para dejarle ver el cuerpo. Ethan sintió un nudo en el estómago.
Era un hombre, o lo que quedaba de él. Sus ropas estaban hechas jirones, la piel destrozada por algo que no parecían garras comunes. Pero lo peor era su expresión: ojos abiertos, boca desencajada en un grito que nunca pudo terminar.
Y entonces lo vio.
A un par de metros, en la roca húmeda, estaba la marca. Un símbolo tallado en la piedra, la misma que había encontrado en los otros cuerpos.
-Los testigos... -murmuró Ethan.
Ramírez asintió con el ceño fruncido y señaló con la cabeza hacia una patrulla cercana.
Dentro, una niña temblaba bajo una manta. No tendría más de diez años. Sus manos, manchadas de sangre seca, se aferraban a los bordes de la tela como si eso fuera lo único que la mantenía en pie.
Ethan suspiró y se inclinó frente a la puerta abierta.
-Hola, pequeña. Soy Ethan.
La niña levantó la vista. Sus ojos reflejaban algo más que miedo. Algo que él conocía demasiado bien.
Puro terror.
-Lo vi -susurró ella con voz quebrada-. Vi al monstruo.
Ethan sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
No era el primero que había oído esa palabra. Y sabía que no sería el último.
Ethan se quedó en silencio unos segundos, dejando que la niña respirara. Sabía que no podía presionarla demasiado, no con el estado en el que estaba.
-¿Qué viste, pequeña? -preguntó con suavidad, apoyando un brazo en la puerta de la patrulla.
La niña tembló y apretó los labios con fuerza, sus ojos saltando de un lado a otro como si aún estuviera viendo lo que había sucedido.
-Era... era grande -susurró, apenas audible-. Caminaba como un hombre, pero... no era un hombre.
Ethan sintió un nudo en el estómago. No era la primera vez que escuchaba esa descripción.
-¿Puedes decirme algo más? -insistió, con cautela.
Ella negó con la cabeza, pero luego murmuró algo más.
-Tenía ojos brillantes. Amarillos.
Eso hizo que Ethan se pusiera tenso.
Los ojos. Siempre hablaban de los ojos.
Antes de que pudiera seguir interrogándola, la oficial que estaba a cargo de la menor se acercó con gesto firme.
-Creo que ya es suficiente por hoy, detective. La niña necesita descansar.
Ethan asintió, aunque sabía que el descanso no le serviría de mucho. Nadie que viera lo que ella había visto volvía a dormir igual.
Se alejó de la patrulla, encendiendo otro cigarro mientras miraba el bosque. Su instinto le gritaba que algo estaba muy mal.
-No crees en coincidencias, ¿verdad?
La voz de Ramírez lo sacó de sus pensamientos.
-No -respondió sin apartar la vista de los árboles-. Nunca.
El forense suspiró y se cruzó de brazos.
-Este es el cuarto asesinato en dos semanas, Ethan. Si seguimos a este ritmo, los medios van a volver esto un espectáculo. Y si la gente empieza a hablar de monstruos...
-No pueden tapar esto con explicaciones racionales -Ethan soltó el humo lentamente-. No cuando hay testigos.
Ramírez hizo una mueca.
-Lo sé, pero a nadie le conviene que cunda el pánico. ¿Qué vas a hacer?
Ethan tiró la colilla al suelo y la apagó con la suela de su bota.
-Voy a investigar. Y voy a encontrar lo que sea que está cazando en esta ciudad.
◆◆◆
Horas más tarde, Ethan estaba en su apartamento, sumido en documentos esparcidos sobre la mesa. Fotos de los cuerpos, informes forenses, recortes de noticias antiguas.
Pero lo más importante era el libro.
Lo había encontrado años atrás, cuando todavía intentaba convencerse de que el mundo era un lugar lógico.
Lo abrió con cuidado, pasando las páginas envejecidas hasta que encontró lo que buscaba: un dibujo rústico, una criatura de garras largas y ojos brillantes.
Hombres lobo.
Sabía que no eran solo cuentos.
Había pasado demasiado tiempo negando la verdad, pero los cuerpos no mentían. Las marcas en la piel de las víctimas no mentían.
Y ahora, la niña tampoco.
Ethan cerró los ojos por un momento, recordando algo que su abuelo le había dicho cuando era niño.
"Algún día tendrás que aceptar lo que eres, Ethan."
Apretó la mandíbula. No tenía tiempo para viejos recuerdos.
Porque en ese momento, sintió algo extraño.
Un escalofrío recorrió su espalda.
Como si alguien lo estuviera observando.
Lentamente, giró la cabeza hacia la ventana.
Y entonces los vio.
Dos ojos amarillos, observándolo desde la oscuridad.
Y antes de que pudiera reaccionar... desaparecieron.
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