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Sofía y Daniel son una joven pareja recién casada que lucha por salir adelante a pesar de las dificultades económicas. Su amor parecía ser suficiente hasta que un préstamo de emergencia cambió sus vidas. Daniel pidió dinero a su jefe, Ramírez, con la esperanza de mejorar su situación, pero antes de llegar a casa, fue asaltado y perdió todo el efectivo. La deuda no desapareció, sino que creció con intereses desorbitantes. Los meses pasaron y la presión aumentó. Ramírez, al principio comprensivo, pronto mostró su verdadero rostro, exigiendo pagos imposibles y acechando a Sofía con intenciones ocultas. Desesperada, ella tomó una decisión que la marcaría para siempre. Pero cuando creyó que todo había terminado, descubrió que su peor error no fue ceder, sino creer que podía alejarse de él. Ahora, con su esposo sin saber la verdad, Sofía está atrapada en una red de mentiras y chantaje. Ramírez no está dispuesto a dejarla ir... y está listo para destruirlo todo si ella se niega a seguir jugando su juego.
El pequeño apartamento de Daniel y Sofía era modesto, con muebles de segunda mano y paredes apenas decoradas con fotografías de su boda y algunos dibujos que Sofía hacía en sus ratos libres. Llevaban seis meses de casados y, aunque su situación económica no era la mejor, estaban felices de tenerse el uno al otro.
Daniel trabajaba como asistente en una empresa de logística, un empleo que, aunque estable, no les proporcionaba más que lo justo para pagar el alquiler y cubrir sus necesidades básicas. Sofía, por su parte, había dejado su empleo en una cafetería para concentrarse en un pequeño emprendimiento de repostería desde casa, esperando que con el tiempo pudiera convertirse en algo más grande. Pero los meses pasaban y las cuentas se acumulaban.
Una mañana, mientras revisaban las facturas sobre la mesa del comedor, Daniel soltó un suspiro y miró a su esposa con una mezcla de preocupación y determinación.
-Hablé con el señor Ramírez, mi jefe. Me dijo que puede prestarme tres mil dólares. No es mucho, pero nos ayudará a ponernos al día con las cuentas y comprar algunos insumos para tu negocio.
Sofía le tomó la mano con suavidad, sintiendo el peso de la responsabilidad que Daniel cargaba sobre sus hombros.
-¿Estás seguro? No quiero que te endeudes por esto.
-Es la única opción que tenemos ahora. Puedo ir pagando poco a poco con mi sueldo -respondió él con una sonrisa cansada, queriendo transmitir tranquilidad.
Esa tarde, después de terminar su jornada laboral, Daniel fue a la oficina del señor Ramírez. El hombre, un empresario de mediana edad con expresión seria pero condescendiente, le entregó el dinero en efectivo dentro de un sobre amarillo.
-No quiero que haya retrasos en los pagos, Daniel. Confío en que cumplirás con el acuerdo.
-Por supuesto, señor Ramírez. No le fallaré -dijo Daniel con firmeza mientras guardaba el sobre en el bolsillo interno de su chaqueta.
Al salir del edificio, la noche ya había caído y las calles estaban menos transitadas. Caminó hasta la estación de autobuses, sosteniendo con fuerza su chaqueta cerrada sobre el pecho, sintiendo el bulto del dinero como un peso enorme. Era consciente del peligro de llevar efectivo a esa hora, pero no tenía otra opción.
Al doblar por una calle menos iluminada, dos sombras emergieron de un callejón. Daniel apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando una de ellas lo empujó con fuerza contra la pared. El golpe le sacudió el cuerpo y, antes de poder gritar, sintió el frío de una navaja contra su costado.
-No hagas ruido y entréganos todo lo que tengas -gruñó una voz ronca.
El corazón de Daniel se aceleró. Sabía que no debía resistirse, que lo más importante era salir con vida de allí. Con las manos temblorosas, sacó el sobre del bolsillo y se lo entregó al hombre de la navaja.
-Por favor... es dinero prestado, lo necesito...
El ladrón se rio con desdén y, sin perder tiempo, arrancó el sobre de sus manos. Antes de huir, el segundo hombre le propinó un golpe en el estómago que lo hizo doblarse de dolor y caer de rodillas al suelo.
Cuando Daniel levantó la vista, los hombres ya habían desaparecido en la oscuridad. El aire frío de la noche le quemaba los pulmones mientras trataba de recuperar la respiración. Se apoyó en la pared y sintió cómo el pánico y la impotencia lo invadían.
Había perdido todo el dinero antes de siquiera llegar a casa.
Con el cuerpo adolorido y la mente nublada por la desesperación, Daniel logró regresar al apartamento. Al abrir la puerta, encontró a Sofía esperándolo con una expresión ansiosa. Apenas lo vio, se levantó de inmediato.
-¡Daniel! ¿Qué pasó? ¡Estás pálido! -exclamó, acercándose para sostenerlo.
Él bajó la mirada, incapaz de sostener su expresión. Un nudo se formó en su garganta y, con un hilo de voz, soltó las palabras que más temía pronunciar.
-Nos asaltaron, Sofía... Perdí el dinero...
El rostro de su esposa se descompuso. Al principio, pareció no comprender, pero cuando la realidad la golpeó, se llevó las manos a la boca, ahogando un sollozo.
-No... no puede ser... -murmuró, sintiendo cómo el suelo se desvanecía bajo sus pies.
Daniel se dejó caer en el sofá, apoyando los codos sobre las rodillas y sujetándose la cabeza con ambas manos.
-No solo estamos sumidos en más deudas, Sofía... Ahora tu negocio tampoco podrá crecer, y los intereses del préstamo son altos... Trabajaré el doble si es necesario, pero... lo veo todo perdido.
Sofía se arrodilló frente a él, tomando sus manos con fuerza.
-No podemos rendirnos, Daniel. Encontraremos una solución... Lo importante es que estás bien.
Pero en su interior, ambos sentían que el mundo se cerraba sobre ellos.
Sofía sintió que el aire le faltaba, pero se obligó a mantenerse firme. No podía derrumbarse, no cuando Daniel la necesitaba más que nunca. Se sentó a su lado y le acarició el cabello con suavidad, tratando de calmarlo mientras él hundía el rostro en sus manos.
-Daniel... -susurró-. Esto es horrible, pero tenemos que pensar en qué hacer. No podemos quedarnos aquí sin hacer nada.
Él levantó la cabeza, sus ojos enrojecidos por la angustia.
-No sé qué hacer, Sofía. Todo este esfuerzo... Todo lo que planeamos... Se esfumó en cuestión de segundos.
Sofía tragó saliva y respiró hondo.
-Lo primero es hablar con el señor Ramírez. No podemos escondernos, tenemos que explicarle lo que pasó.
Daniel soltó una amarga carcajada.
-¿Y qué le voy a decir? "Perdón, señor Ramírez, me asaltaron y me quitaron el dinero que me prestó. Pero confíe en mí, lo pagaré de alguna manera."
-Quizás nos dé más tiempo -insistió ella-. Y si no... encontraremos otra forma.
Daniel la miró con incredulidad.
-¿Otra forma? Apenas podemos con los gastos del mes, Sofía. Ahora tenemos una deuda más grande y ningún plan.
Ella sintió el peso de sus palabras, pero se negó a dejar que el miedo la paralizara.
-Podría intentar hacer más pedidos, vender más repostería. Tú podrías... buscar un segundo trabajo.
-¿Trabajar más de doce horas al día?
-Si es necesario, sí -dijo Sofía, aunque su voz tembló un poco.
Daniel pasó una mano por su rostro, sintiendo la desesperación aferrarse a su pecho. Pero entonces vio la determinación en los ojos de su esposa, el amor y la confianza con la que lo miraba.
-No sé cómo saldremos de esto -admitió-. Pero lo intentaremos.
Sofía le tomó la mano y la apretó con fuerza.
-Juntos, Daniel. Lo haremos juntos.
A pesar de la incertidumbre, en ese momento entendieron que mientras se tuvieran el uno al otro, aún había una pequeña esperanza.
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