Luego, inclinó la cabeza de ella y la besó profundamente.
Más tarde esa noche, Joanna Powell fue despertada de golpe por el estridente timbre de su teléfono.
Le palpitaba la cabeza por la resaca y se frotó las sienes, sintiendo una oleada de vergüenza.
En su sueño, se había acostado con su novio, Mathew Higgins.
En el sueño, Mathew había sido contundente y dominante. Ella solo lo había besado, pero él había tomado el control, inmovilizándola contra la cama; nada parecido al chico educado y respetuoso que conocía.
No cabía duda de que esa faceta de él tenía una atracción magnética.
Joanna sonrió con timidez, encendió la lámpara de la mesita de noche y estiró la mano para contestar la llamada. Pero entonces se quedó paralizada: ¡estaba completamente desnuda!
Unos chupones rosados marcaban su piel, cada uno contando la historia de la noche anterior.
Bajó la mirada y notó que el brazo de un hombre la rodeaba firmemente por la cintura.
La mente se le quedó en blanco.
No era el brazo de Mathew.
Giró la cabeza lentamente y luego cayó de espaldas sobre la cama.
El hombre que estaba a su lado no era Mathew.
Era un extraño, alguien a quien nunca antes había visto.
El color abandonó su rostro, dejándola pálida y conmocionada.
¿Cómo había sucedido eso?
La noche anterior había habido un evento de la escuela y todos habían reservado habitaciones en el hotel para descansar.
Pero, ¿por qué había un extraño en su habitación?
"Señorita, ¿sigue ahí?". La voz de la enfermera sonó entrecortada a través del teléfono.
Joanna, aún aturdida, no estaba segura de cómo había logrado siquiera llevarse el teléfono a la oreja. "Sí, aquí estoy".
La enfermera continuó: "Usted es pariente de Martha Russell, ¿verdad? Sufrió un infarto repentino y acaba de ser traída al hospital. Necesitamos que venga de inmediato".
Los ojos de Joanna se abrieron como platos por el pánico, y su voz temblaba. "¿Un infarto?".
"Sí, su estado es crítico. Está esperando para entrar a cirugía, ¡y necesita firmar los papeles cuanto antes!". La enfermera le dio la dirección del hospital antes de colgar.
Semejantes golpes dejaron a Joanna aturdida. Se pellizcó el muslo con fuerza, y el dolor agudo le demostró que no era solo un sueño.
No podía permitirse esperar más. Rápidamente, saltó de la cama y se vistió.
Antes de irse, le echó un último vistazo al hombre que aún dormía en la cama, con los ojos cargados de amargura.
Agarró una pluma y un papel, escribió una nota rápida y salió apresuradamente de la habitación.
No mucho después de que ella se fuera, el hombre en la cama se despertó lentamente. Extendió la mano, pero solo encontró las sábanas tibias y vacías.
Hizo una pausa y luego se quitó las cobijas de encima.
La cama estaba vacía.
Si no hubiera sido por la mancha roja en las sábanas, podría haber pensado que la mujer de la noche anterior no era más que un producto de su imaginación.
Había regresado al país la noche anterior, borracho tras una larga noche de copas. Cuando se desplomó en la cama, encontró a una mujer ya acostada allí.
Se había topado con innumerables mujeres que se le lanzaban encima, pero ¿una lo suficientemente audaz como para meterse en su cama sin ser invitada? Esa era la primera vez.
Normalmente, la habría echado sin pensarlo dos veces.
Pero cuando ella se le aferró, quizás fue el alcohol que le nubló el juicio, pero no la apartó.
Para su sorpresa, había sido virgen.
Pero eso realmente no le importaba.
Una aventura fugaz nunca era algo que se molestara en recordar.
Con pereza, sacó las piernas de la cama y su alta figura se encaminó hacia el baño. Fue entonces cuando notó un trozo de papel en el suelo.
Lo recogió y, en el momento en que lo leyó, su rostro se ensombreció.