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Cuando era pequeña quería escribir un diario personal. Ya sabes, aquel cuaderno donde puedes ser tú misma sin importar los demás, aquel amigo fiel y silencioso que contiene tus secretos. Donde guardas tus problemas, tus dudas y tus más profundos pensamientos. Donde eres libre de pensar lo que quieras, donde eres libre de los juicios de los demás.
Te encontré y ¿Por qué no? Empezaré a escribir en ti, algo diferente ocurrió hoy y quiero contarlo a alguien que no me juzgue, pero como no existe tal persona en el mundo he venido a ti. Admito que mis problemas no son la gran cosa, no todos tenemos el honor de tener una gran historia que contarle a su diario. Mis problemas son típicos de una chica que le gusta husmear, pronto me entenderás.
Antes de comenzar dejaré algo claro entre nosotros: No tendrás fechas y no te diré lugares exactos porque así me sentiré más cómoda conmigo misma ¿Por qué? No lo sé, tal vez así me sienta menos yo. Ni siquiera sé lo que estoy buscando de ti, dejémoslo en que por ahora solo serás tú el contenedor de mis pensamientos, de mis preguntas y ocurrencias.
¿Estás de acuerdo?
No siendo más, empecemos...
¿Alguna vez has pasado por la mayor vergüenza de todas?
¿Lo has hecho frente al Crush* de tu vida?
Por supuesto que no, eres mi diario. Pero a mí me ocurrió el día de hoy cuando me encontraba sentada en un banco de madera casi frente a él, -o bueno, al otro lado de la calle-, observando cómo leía un libro. Siempre estaba tan inmerso en su lectura matutina que ni siquiera sentía mi impasible y perturbadora mirada a menos de veinte metros de distancia, incluso podía observarlo con un telescopio y ni se enteraría. Él era diferente a cada chico que había conocido u observado de lejos.
Y observaba a muchos.
Pero bueno, a lo que vamos ¿no?
¿Cómo desde una posición tan cómoda y agradable podía ocurrirme algo extraño?
Decidí hablarle.
Los pájaros cantaban, el sol brillaba y me sentía bonita, cosa que no era tan común. Mi cabello había hecho tregua el día de hoy y había decidió estar bien organizado. Con todo esto a mi favor me levanté directo a él. Directo hacia el Crush de mi vida.
Decidí caminar frente a él con la decisión impregnada en cada una de mis articulaciones. De verdad, sentía una emoción extraña en mi pecho: confianza. Incluso moví mis caderas un poco intentando imitar alguna comedia romántica que había visto en una aburrida tarde, pero ni siquiera levantó la vista en mi dirección, y lo que es peor, ni siquiera fue perceptible el movimiento de un solo músculo de su ser. Parecía poseído por el libro que acunaban sus manos.
Y como tú debes imaginar, seguí de largo. Mi osadía no era la suficiente como para interrumpir su lectura.
Resoplé frustrada porque si me había levantado de esa manera en su búsqueda, no podía volver a cruzar la calle y sentarme de nuevo derrotada. Compré un chocolate en la cafetería de la esquina, el mismo que él compraba de vez en cuando con la esperanza de que si me sentaba a su lado preguntara o me hablara al respecto.
Ya sabes, algo como:
''¡Hey! Yo también amo el chocolate ¿Quieres venir, sentarte conmigo y hablar sobre cualquier cosa sin sentido para hacerte feliz?''
Déjame soñar.
Desafortunadamente cuando regresé con el chocolate caliente en mis manos, no lo encontré por ningún lado. Parecía haber desaparecido, como si nunca hubiese estado allí leyendo.
«Miércoles -me dije mentalmente- ¿Cuánto me demoré en la cafetería?»
Me tomé mi chocolate caliente frustrada -ya que hacía un calor desesperante- y me dirigí a su casa negándome a perderle de vista. Sí, conocía dónde vivía porque a veces lo seguía.
Tal vez pienses que estaba loca y sí, tal vez todos en algún momento lo estamos por alguien. Sus ojos eran como el océano, o como el cielo, con ese azul intenso poco antes del anochecer. Me detenía a pensarlo y de seguro un zafiro envidiaría el hermoso color de sus ojos. Pero por supuesto no me quiero desviar del tema y parecer más demente de lo que ya parezco, quiero contarte mi triste historia de hoy y no puedo si ando vagando en pensamientos extraños.
Te lo cuento todo a ti, porque me es imposible contárselo a alguien más. Ya sabes, serás como mi mejor amiga o... amigo.
Frente a su casa, observé como la luz de su ventana se encendía en el segundo piso. Me preguntaba qué se encontraba haciendo aquel chico misterioso; si observaba una película, si seguía leyendo el mismo libro o si se preparaba para la cena...
¡Cómo quería ir tras su ventana y saber!
No se encontraba tan lejos, solo tendría que escalar unos cuantos ladrillos para llegar hasta su ventana.
Miré la hora y apunté que mi mamá ni de lejos se encontraba en mi roto hogar. Me dispuse a hacer algo que jamás había pasado por mi mente: Corrí hacia la casa de mi Crush a prisa, escalé con dificultad aquellos ladrillos y miré un poco, tan solo un poco por su ventana.
El nerviosismo se tomaba todo mi interior y sentía que estaba haciendo algo muy, muy malo. Sin embargo me aventuré a escanear su habitación rápidamente. Lo encontré leyendo, ¡Lo sabía! Ni siquiera tenía un televisor en su habitación, y esta parecía tan enigmática como él. Me percaté de que giró su cabeza hacia la ventana y bajé la mía tan pronto pude hacerlo, era imposible que me hubiera visto, estaba oscureciendo ya y la luz se agotaba a mi espalda.
¡Su cama se veía tan cálida y fuera hacía tanto frío!
Ahí mal colgada podía sentir los principios de la hipotermia, o tal vez estaba exagerando, es lo que siempre hago.
Levanté mi vista de nuevo hacia su habitación cuando sentí que era seguro, no sabía cuánto tiempo había transcurrido hasta que me decidí hacerlo. Esta vez el chico estaba recostado sobre la cama, tomando una siesta.
Pobrecillo, apostaba que llegaba tan cansado todos los días que se echaba a su cama a dormir como un koala. Aunque no dormía en mi dirección podía imaginar sus ojos cerrados, o su piel aceituna y delicada sobre la almohada.
«Por Dios, soy una jodida enferma»
Mis pies y mis manos empezaron a desistir después de un rato. Antes de que pudiera tan siquiera prevenirlo me caí en un fuerte golpe sobre el suelo de su jardín. Y ni siquiera caí sobre el pasto, tuve que caer sobre el áspero asfalto.
Cuando terminé de sobar mi dolorido cuerpo, caí en cuenta de que tal vez había hecho mucho ruido, a mi lado encontré una pequeña maceta rota.
«Mierda»
Por suerte no contenía planta alguna por lo que no me podía llamar una asesina. Intenté recoger aquel desastre con una vaga idea de que podía arreglarse, empecé a unir las piezas de terracota e intenté meter la tierra en ella, pero toda esta buscaba la manera de escaparse.
Después de unos segundos, empecé a desesperarme de verdad.
En menos de lo que cantaba un gallo estaba llena de tierra, mis manos se hallaban manchadas, mi pantalón azul y mi ropa en general estaban hechos un desastre.
Yo era un desastre.
Escuché un pequeño murmullo sobre mi cabeza. La peor de mis ideas me pasó por la mente en un segundo al escucharlo. Incliné mi rostro mirando al suelo realmente avergonzada.
Aunque esa voz nunca me hubiera dedicado una palabra a mí, podía reconocerla... porque la soñaba.
-¿Necesitas ayuda?
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