Las apariencias pueden engañar Elias Arauz tenÃa que hacerse pasar por un inutil para desenmascarar las actuaciones fraudulentas de la asociación benéfica de su enemigo. En realidad, era un señorito multimillonario y fue toda una ironÃa que la asociación lo mandase a ver a una asesora de imagen, la guapa Jenny D. Jenny, una mujer hecha y derecha, sabÃa que su aventura con Elias era muy imprudente como inevitable. No solo habÃa mezclado el placer con los negocios, sino que iba a descubrir que estaba enamorada de un impostor. Pero ella también tenÃa una sorpresa para Elias, una sorpresa que podÃa cambiar la vida de Ambos.
Las apariencias pueden engañar
Elias Arauz tenÃa que hacerse pasar por un inutil para desenmascarar las actuaciones fraudulentas de la asociación benéfica de su enemigo. En realidad, era un señorito multimillonario y fue toda una ironÃa que la asociación lo mandase a ver a una asesora de imagen, la guapa Jenny D.
Jenny, una mujer hecha y derecha, sabÃa que su aventura con Elias era muy imprudente como inevitable. No solo habÃa mezclado el placer con los negocios, sino que iba a descubrir que estaba enamorada de un impostor. Pero ella también tenÃa una sorpresa para Elias, una sorpresa que podÃa cambiar la vida de
Ambos.
CapÃtulo Uno
Aquel hombre tenÃa los ojos más azules que Jenny D. habÃa visto en toda su vida.
Por no hablar de sus fuertes bÃceps, sus anchos hombros y ese aire de tipo duro que tenÃan los latinoamericanos que hacÃa derretirse a cualquier mujer. Ella incluida. Y aunque normalmente no le gustasen los hombres sin afeitar, a aquel le quedaba muy bien la barba de macho alfa. De hecho, habÃa tenido la sensación de que la temperatura de su despacho habÃa subido diez grados cuando su secretaria, Francis, lo habÃa hecho entrar.
–Jenny, este es Elias Arauz –anunció Francis–. Viene de parte de Anielka Gomez.
Jenny cerró el ordenador portátil, se alisó la parte delantera de la chaqueta y echó un vistazo a su reflejo en el portalápices de cromo que tenÃa encima del escritorio para confirmar que no se le habÃa deshecho el moño. Estaba orgullosa de su aspecto. Como asesora de imagen siempre tenÃa que estar perfecta.
Se levantó del sillón, esbozó una sonrisa profesional y cálida al mismo tiempo y alargó la mano.
–Encantada de conocerlo, señor Arauz.
Este le envolvió la mano con firmeza y cuando sus ojos azules se posaron en los de ella y sus sensuales labios le sonrieron, haciendo que le saliesen unos hoyuelos en las mejillas, Jenny estuvo a punto de olvidarse de su propio nombre. ¿Cómo podÃan gustarle tanto los hoyuelos?
Arauz tenÃa además el pelo rubio y ondulado, un poco enmarañado y lo suficientemente largo como para llegarle al cuello de la camisa. Era el tipo de pelo en el que una mujer soñaba con enterrar los dedos. VestÃa un traje azul cobalto y zapatillas café. Y era irresistible.
–El gusto es mÃo, señorita.
Cuando Anielka la directora de la fundación para la alfabetización La
Esperanza de Ganna la habÃa llamado para decirle que iba a mandarle a su mejor
alumno para que lo asesorase, lo último que habÃa esperado Jenny era que le mandase a semejante hombre.
Detrás de él, Francis se mordió el labio y se abanicó discretamente el rostro, y Jenny supo lo que estaba pensando: «¿Quién es este tipo y dónde puedo encontrar otro igual?».
–¿Quiere tomar algo, señor Arauz? –le preguntó la secretaria–. ¿Café, té, agua mineral?
Él se giró y le sonrió.
–No, gracias, señora.
También era educado. Qué bien.
Jenny le hizo un gesto para que se sentase en el sillón que habÃa delante de su escritorio.
–Por favor, siéntese.
Y él se sentó y cruzó las piernas. ParecÃa muy cómodo. Si le avergonzaba no tener estudios, no permitÃa que se le notase. ParecÃa muy seguro de sà mismo.
–Es el escritorio más ordenado que he visto en toda mi vida –comentó, apoyando los codos en los brazos del sillón y entrelazando los dedos.
–Me gusta que todo esté ordenado –le respondió ella.
Con ese tema rayaba en la obsesión. Y estaba casi segura de que, si algún dÃa iba al psicólogo, este le dirÃa que eso se debÃa a la caótica adolescencia que habÃa tenido. Pero eso formaba parte del pasado.
–Ya lo veo –comentó él.
TenÃa una manera de mirarla que hizo que Jenny se encogiese en su sillón.
–Tengo entendido que va a recibir un galardón en la fiesta que celebra la fundación este mismo mes. Felicidades.!
–Teniendo en cuenta que los niños de primaria ya saben mas de lo que he aprendido yo, no creo que me lo merezca, pero han insistido.
Era guapo, educado y humilde. Tres cualidades estupendas. No habÃa nada que Jenny detestase más que un hombre arrogante. Y habÃa conocido a muchos.
–¿Le ha explicado Ana qué hago yo para la fundación?
–No exactamente.
–Me encargo de la organización de eventos y soy asesora de imagen.
Él arqueó una ceja.
–¿Asesora de imagen?
–Ayudo a que las personas se sientan bien con su imagen.
–Bueno, pues no se ofenda, pero yo estoy muy contento como estoy.
Y tenÃa motivos, pero Jenny sabÃa por experiencia que todo se podÃa mejorar.
–¿Ha sido alguna vez el centro de la atención pública, señor Arauz? ¿Ha dado algún discurso en un escenario?
–No, señora –respondió él, sacudiendo la cabeza.
–Entonces, mi trabajo será darle una idea de lo que ocurrirá cuando vayan a darle el premio y prepararlo para el ambiente formal de la gala, que, además, estoy organizando yo misma.
–En otras palabras, que va a ocuparse de que no haga el ridÃculo en la gala ni ponga en ridÃculo a la fundación.
Jenny no pensaba que aquello fuese a ser un problema. Teniendo en cuenta lo guapo que era, tendrÃa muy buena presencia sobre el escenario.
Ya entendÃa por qué Ana lo habÃa elegido como alumno modelo.
–Voy a ocuparme de que se sienta cómodo.
–La verdad es que no se me dan bien las multitudes, prefiero el cara a cara. No sé si sabe lo que quiero decir –comentó él, guiñándole un ojo.
Si estaba intentando ponerla nerviosa, lo estaba consiguiendo.
Tomó un cuaderno y un bolÃgrafo del primer cajón del escritorio y le pidió: –¿Por qué no me habla un poco de usted?
Él se encogió de hombros.
–No hay mucho que contar. Nacà en California y crecà por todo el paÃs. Llevo catorce años trabajando en un rancho.
Jenny tuvo la sensación de que tenÃa mucho más que contar. Como, por ejemplo, cómo habÃa conseguido llegar adonde estaba sin saber leer. Aunque no sabÃa cómo hacerle la pregunta. La fundación era uno de sus mejores clientes y no querÃa ofender a su mejor alumno.
Asà que escogió sus siguientes palabras con cautela.
–¿Cómo llegó a la fundación, señor Arauz?
–Llámeme Elias –le dijo él, sonriéndole de oreja a oreja–. Y creo que lo que quiere saber en realidad es cómo es posible que un hombre llegue a la treintena sin saber leer.
Evidentemente, le faltarÃan estudios, pero no inteligencia.
Jenny tuvo que asentir.
–¿Cómo es posible?
–Mi madre murió cuando yo era pequeño y mi padre trabajaba en rodeos, asà que viajábamos mucho cuando yo era niño. Cuando conseguÃa apuntarme a un colegio, no nos quedábamos en la ciudad el tiempo suficiente para que me diese tiempo a aprender nada. Asà que supongo que podrÃa decirse que me fui quedando al margen del sistema.
A Jenny le dio pena pensar en lo lejos que podrÃa haber llegado si hubiese recibido la educación adecuada.
–¿Y qué te motivó a pedir ayuda?
–Mi jefe me dijo que me harÃa capataz del rancho si aprendÃa a leer, asà que aquà estoy.
–¿Estás casado?
–No.
–¿Tienes hijos?
–No que yo sepa.
Jenny lo miró y él volvió a sonreÃr. Ella se preguntó si serÃa consciente de lo guapo que era.
–Era una broma –le dijo él.
–Entonces, ¿es un no?
–No tengo hijos.
–¿Y pareja?
Elias arqueó una ceja.
–¿Por qué me lo pregunta? ¿Le interesa el puesto?
Jenny querÃa tener pareja, pero hacÃa mucho tiempo, cuando gracias al último novio vago que habÃa tenido su madre habÃan perdido la villa en la que vivÃan y habÃan tenido que irse a una casa de acogida, que se habÃa prometido a sà misma que solo saldrÃa con hombres educados y económicamente bien situados, que no le robasen el dinero del alquiler para ir a gastárselo en drogas o whisky barato, o en juegos de azar.
Aunque no tenÃa ningún motivo para pensar que Elias se pareciese en nada a los novios de su madre. De hecho, estaba segura de que era un buen hombre. Y muy guapo. Pero no era el tipo de hombre con el que saldrÃa.
Independientemente de su situación económica, era demasiado... algo. Demasiado sexy y encantador. Y ella no querÃa que la sedujesen. Solo querÃa encontrar a un hombre responsable, en quien pudiese confiar. Un hombre centrado en su carrera como ella en la suya. Alguien a su altura. Que pudiese cuidarla si fuese necesario. Aunque, hasta entonces, no le hubiese hecho falta. Siempre se habÃa cuidado sola, pero siempre estaba bien tener un plan alternativo.
–Solo querÃa saber si ibas a necesitar otra invitación para la gala –le dijo.
–No señora, no me hace falta.
Respondió él, sin contestarle a la pregunta de si tenÃa pareja. Aunque tal vez fuese mejor para Jenny no saberlo.
–Imagino que no tendrá otro traje –le dijo.
Elias se echó a reÃr.
–No, señora.
Jenny estaba empezando a cansarse de que la llamase señora. Dejó el bolÃgrafo.
–Puedes llamarme Jenny.
–De acuerdo... Jenny.
Algo en su manera de decir su nombre hizo que se sonrojase. De hecho, se habÃa puesto a sudar. Tal vez se hubiese estropeado el termostato del despacho.
O su termostato interior.
Contuvo las ganas de abanicarse el rostro.
–Dado que falta menos de un mes para la gala, lo primero será alquilar un mejor traje.
–Con el debido respeto, no creo que eso entre en mi presupuesto.
–Seguro que la fundación puede cubrir ese gasto.
Él frunció el ceño.
–No necesito limosnas.
–La fundación es una organización benéfica que se dedica a ayudar a la gente.
–Pues a mà no me parece ético que una fundación para la alfabetización se gaste el dinero el alquilar trajes.
Jenny nunca lo habÃa visto asÃ, pero imaginaba que no habrÃa ningún problema.
–Hablaré con Ana al respecto. Seguro que lo solucionamos.
Él pareció aceptar la respuesta y, aunque su comportamiento fuese un poco... extraño, Jenny se imaginó que se debÃa seguramente a su orgullo masculino.
Esperaba que aceptase la ayuda de la fundación, ya que serÃa una pena no verlo vestido con un buen traje de gala.
DebÃa de estar impresionante.
Aunque seguro que como mejor estaba era sin ropa. Se imaginó las cosas que podrÃa hacer con ese cuerpo...
–De acuerdo, hagámoslo.
¿Hagámoslo? Jenny se quedó sin respiración. ¿No habrÃa pensado en voz alta? No, no era posible.
–¿Pe-perdón?
–Que podemos ir a alquilar ese traje.
–Ah, sÃ. Por supuesto.
–¿A qué pensaba que me referÃa?
Ella se negó a responder a aquello.
–A nada. Es solo... que no hay que hacerlo ahora mismo.
Elias se inclinó hacia delante en el sillón.
–No hay nada como el presente, ¿no?
–Bueno, no, pero...
Con el ceño fruncido, Jenny abrió el ordenador para ver si tenÃa algo más apuntado en la agenda.
–Tengo que comprobar mi agenda. Esta tarde tengo que hacer unas llamadas.
Él frunció el ceño.
–A ver si lo adivino, es de las que planea hasta el último momento de su jornada laboral.
Lo dijo como si fuese una rara. Dado que él llevaba una vida tan espontánea y... desinhibida, no podÃa entender las presiones del sector empresarial. Normalmente, Jenny habrÃa necesitado un par de dÃas de antelación para una actividad asÃ, pero podÃa cambiar un par de cosas y quedarse a trabajar una hora más esa tarde.
De todos modos, no la esperaba nadie en casa, ni siquiera una mascota. Era alérgica a los gatos y, teniendo en cuenta lo mucho que trabajaba, un perro era una responsabilidad para la que no tenÃa tiempo.
–Supongo que podrÃa hacerte un tiempo en mi agenda –le dijo–, pero antes tengo que hablar un momento con Francis.
–¿Espero fuera?
–De acuerdo. Será solo un momento.
Se levantaron los dos al mismo tiempo.
A pesar de llevar puestos sus tacones, él seguÃa siendo mucho más alto.
Normalmente no le intimidaban los hombres altos, no le intimidaba nadie, pero habÃa algo en aquel hombre que la ponÃa nerviosa.
Se preguntó si serÃa capaz de agarrarla al pasar por su lado y darle un apasionado beso.
«Ojalá».
Tener a un hombre tan sexy cerca le hacÃa acordarse de todo el tiempo que llevaba sola. HabÃa trabajado tanto últimamente que no habÃa tenido tiempo para salir con nadie.
Por no hablar del sexo.
Ya no se acordaba ni de cuándo habÃa sido la última vez.
Seguro que el señor Arauz podÃa solucionarle ese problema, pero no parecÃa ser de los que tenÃan relaciones largas y a ella no le gustaban las aventuras de una noche. Además, nunca mezclaba los negocios con el placer.
Asà que lo mejor que podÃa hacer era hacer su trabajo y mantenerse lo más alejada posible de Elias Arauz.
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