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" No permitas que nadie determine tu valor, o te mire como una baratija con descuento". Gabriel al casarse con Catalina, se casó con un seguro de vida. Luego de cinco años, inició la cacería. Catalina valía más muerta que viva para él. Los primeros golpes le indicaron el peligro en el que vivía, al reunir valor, comenzó su huida.
Al caminar hacia su trabajo; Catalina lleva puesto los audífonos dónde va escuchando la lista de sus canciones favoritas. Al doblar en la esquina de la calle con la principal avenida se encuentra frente a frente con Gabriel, su esposo; aún no se ha divorciado de él, no ha tenido la valentía de pedirlo. Su cuerpo le tiembla, sus piernas y pies le pesan, sin poder dar un paso se paraliza, sudando de miedo al estar frente al hombre que constantemente le amenaza con matarla.
Cómo de costumbre comienzan los insultos, las amenazas y los reclamos, la culpa del fracaso de su matrimonio, sin poder emitir palabra, respira entrecortado, en silencio se aconseja que tenga calma, que nada sucederá, que él no se atreverá a dañarla frente al escaso público que se desplaza en esos momentos, tanto de a pie como en vehículo.
-Al fin te encuentro, te ves más delgada, al parecer no te dan descanso, dime ¿cómo te lo hace, mejor que yo?
-Lo siento, debo continuar-dijo al fin cuando pudo sacar la voz. Se escuchó a sí misma temblorosa, trató de mantener su voz con enojo, así, él, no notará el miedo que le provoca.
-Imagino que vas a ver a tu amante, ¿o atiendes a domicilio ahora?, Yo te pago, ¿cuánto me cobras?
-Por favor, quítate-dijo tragando saliva junto con su miedo.
-Como quieras, espera, te debo un deseo, ojalá te mueras sola-dijo Gabriel, y en su voz había odio y despecho.
Rodeo a Gabriel para continuar con su camino, tragando cada lágrima junto con el temor que aquel hombre le provoca. Por un momento se sintió desvanecer.
Sin entender que había hecho para que la tratara de esa forma. Como se podía amar y al mismo tiempo destruir.
Caminó lo más rápido que pudo, tomó el autobús que la lleva hasta su trabajo de recepcionista de un hotel en el corazón de Etruria.
Al llegar y antes de ingresar, se recomendó que se calmara. Le espera su compañero de trabajo y amigo Sebastián.
-Hola guapa, ¿por qué traes los ojos rojos? ¿estuviste llorando o no has dormido durante la noche?
-Me acabo de encontrar a Gabriel.
Al abrazar Sebastián a Catalina; aquel acto fue involuntario. Notó que estaba temblando, la apretó con más fuerza contra su pecho al tiempo que le daba un largo beso en la cabeza.
-Tranquila, todo estará bien, ya pasó, no te encontrará aquí, y si lo hace yo te defenderé.
Sebastián sabía solo una parte de todo lo que ha vivido.
Él no sabe las muchas veces que la forzó a tener sexo o las veces que la empujó con ira, o las veces que la tiró puerta afuera al enviarla con un amante inexistente, o las veces que hizo burla de su físico, la que terminaba excusándose; que aquello era solo una broma.
Con el abrazo de Sebastián, sus ojos derramaron lágrimas, como si se le hubiesen abiertos dos llaves de agua en ellos, que rápidamente controló; se había acostumbrado a sofocar las emociones, los sentimientos, y las lágrimas. Aquello le resultaba fácil; la práctica convierte en experta a cualquier amateur. Había dejado de ser una aprendiz, y ella llevaba algunos años reprimiendo sus sentimientos.
-Siempre estaré para ti, ahora a secarse las lágrimas que el trabajo espera.
-Te quiero-le dijo Catalina, se puso en puntillas para darle un beso en la cara a Sebastián.
Él se había convertido en el hombro donde ella descargaba su tristeza, su dolor, y sus miedos.
Su amigo, solo sonrió dejando ver su hermosa sonrisa, mostrando sus perfectos dientes blanco, dejando ver su hoyuelo que se le hace en la mejilla derecha al sonreír. Catalina le dice que parece galán de telenovela con su estatura de 1,80 centímetros, sus ojos verdes, su cabello de color castaño claro y su tez siempre dorada por el sol de aquel lugar.
Continuó su turno sin contratiempo, había cambiado el número de su teléfono para evitar las constantes amenazas de muerte de parte de Gabriel. Se vio obligada a cambiar de lugar, al ser amenazada por él.
"Sé de tu nueva dirección, o te vienes de vuelta conmigo o voy e incendio aquel lugar junto contigo"
Aquel correo la dejó atónita, temblando. Había olvidado bloquear a Gabriel en sus emails. Llamó nuevamente a la policía, sin ningún resultado a su favor, muy por el contrario, le recomendaron volver a la casa de su esposo, para cumplir con su obligación de esposa. Guardó silencio, a lo que el policía se excusó por la poca ayuda que podían brindarle "si no la ha lastimado quitándole un brazo, o dejándola a punto de morir, no podemos ayudarle señora".
Se sentía sola, lejos de sus padres, lejos de sus hermanos, sin poder recurrir por protección ni siquiera a la policía.
Su llanto lo ahoga en las largas duchas que se da por las noches antes de dormir.
-Buenos días, usted habla al hotel del sur de la ciudad de Etruria, quien habla es Catalina-contestó al llamado, lo hizo lo más serena, como si su vida estuviera exenta de amenazas, de preocupaciones, y de decepciones.
-Buenos días señorita, le habla Julián, hice una reserva y quería confirmar,-la voz al otro lado del teléfono, sonó grave, pero amable a la vez.
-Espere un momento señor. Su reserva está hecha para mañana y es la habitación 401, cuarto piso.
-Muy amable señorita, hasta pronto.
Finalizó su turno a las 17 horas. Al salir a la calle mira hacia todos lados en busca de Gabriel, aquel acto lo hace de forma automática, involuntaria. Vive a salto. Las únicas partes en las que se siente a salvo es en el autobús, ahí nunca lo encontrará, para él viajar en autobús es para perdedores y mediocres. Menosprecia a todos los que no viven como él o piensan como él. A punta de amenaza retuvo a Catalina a su lado por un tiempo. Victimizándose la hizo sentir culpa hacia ella y compasión por él.
Al llegar a casa como siempre se da una ducha se pone ropa cómoda, acaricia a su gato Odín y se prepara un jugo de naranja.
Su mayor temor radica en su estatura, con apenas un metro sesenta, ¿cómo podría defenderse de Gabriel?, si él con su metro setenta y ocho y su cuerpo musculoso la habían obligado hacer cosas que no quería hacer. Temblaba y lloraba al recordar aquel enorme cuerpo sobre el de ella tan pequeño y diminuto comparado con el de él. Por lo único que agradecía era que no había hijos, no porque ella no hubiera querido, a él no le gustaban los niños.
Acarició sus brazos al recordar la vez en la cual Gabriel le dio golpes de puño en su hombro derecho, una y otra vez, nunca supo cuánto golpes recibió, tal vez diez o más, como haya sido, el asunto es que aún resiente aquellos golpes propinados por él, con aquel brazo no puede cargar pesos que sobrepasan los tres kilos, y solo fue castigada por sentir compasión por un hombre en la calle, al cual se acercó ayudar para luego decirle a Gabriel " pobrecito hombre", fue su pecado, fue su error, solo bastó aquel pequeño acto de compasión, para que desatará su ira sobre ella, luego de golpear, vino el abuso físico, ¿Como podría olvidar o no sentir temor a todo hombre que le hablara de sus sentimientos?, La duda se había enraizado en ella, se negó al amor, se negó a cualquier tipo de compañía fuera de su trabajo.
Todos los planes que hicieron juntos antes de casarse, Gabriel, con apenas un manotazo los destruyó.
Aún recuerda aquellas noches de soledad durmiendo junto a él, escuchando mientras ronca sin preocupación o sin inmutarse por lo que había hecho.
Su mejor amiga le dio la espalda al comentarle de los abusos de Gabriel. Dejó de hablarle, dudó de su historia de maltrato psicológico, de constantes amenazas. Finalmente se alejó de ella, se aisló, dejó de hablar con todos los conocidos. Creó un mundo, dónde solo existía ella.
Cómo su amiga iba a creer que aquel hombre tan amable y atractivo iba a ser capaz de cometer tal atrocidad.
Sus conocidas solo la llamaban para saber cómo estaba él, si seguía tan guapo como de costumbre. O si había vuelto con él o si había conocido a alguien con el cual salir. Aquélla última pregunta es una forma de eufemismo de preguntar si te ves desnuda con alguien. Lo que más les importaba, era si Catalina salía con alguien. Poco a poco fue enterándose. Él les había contado a todos los demás, que ella se había ido con alguien, que lo había abandonado por un nuevo amor. Todos ellos la juzgaron y condenaron sólo por las mentiras que él desparramó.
Así se fue sintiendo cada vez más sola y se aisló por sanidad mental.
Su soledad siempre la acompañó, ya sea que estuviera casada o no.
Odín llegó para alegrarle con sus ronroneos.
Al salir de la ducha miró la hora en su reloj de pulsera que tenía en el velador, camino hacia el ropero y extrajo unos jeans clásicos de color negro, blusa roja de seda, zapatos de tacón color café y extrajo al mismo tiempo una casaca de cuero del color de los zapatos.
Se vistió rápidamente y salió aprisa hacia la parada del autobús, miró hacia todos lados como de costumbre.
-Buenos días a todos-dijo al llegar al puesto de trabajo.
-Hola cariño-saludó Sebastián, brindándole una sonrisa,-espero que hayas descansado, hoy tenemos una comitiva de pasajeros de las empresas de seguridad más grande del país- le aseguró
-Entonces, manos a la obra-dijo con entusiasmo Catalina.
-Me alegra ver qué amaneciste de buen ánimo.
-Debo superar mis miedos, mi pasado y todo lo malo. Quiero que este día sea un nuevo comienzo.
Al terminar de hablar hace su entrada un señor bien vestido, con traje echo a la medida, cabello color castaño claro, tez blanca y enormes ojos de color celeste, lo primero que llegó a ella, fue el exquisito aroma a buen perfume, del atractivo hombre.
-Buenos días señorita, soy Julián-dijo con voz grave.
-Buenos días señor, yo le atendí ayer, tenga -dijo entregando la llave de la habitación-le ayudarán de inmediato con su equipaje, mientras lo registro.
-Muy amable, gracias, -luego de que se registrara, se retiró, mientras se dirige al ascensor se va desabrochando su chaqueta.
Luego empiezan a llegar los demás pasajeros del hotel. Cada uno va retirando sus llaves y comienzan a subir a sus habitaciones.
Aquel día pasó rápido. Sonreía a cada pasajero que entraba o salía. Su sonrisa la mantuvo de forma involuntaria, venía de su interior, aquella parte que retuvo su tristeza y que ahora la estaba ahogando para darle paso a la alegría. Nació un sentimiento; que ella no se explicaba a qué se debía, lo único cierto, era que se sentía feliz por algún motivo. Hasta pensó, en que tal vez, Gabriel, la dejaría tranquila al fin. Buscó los motivos por lo que su interior estaba en paz y felicidad.
Al finalizar su turno camina a la salida junto a Sebastián, a la playa.
De pronto recuerda las amenazas de Gabriel.
-¿Podemos dejar el paseo para otro día?,-fue su pregunta con algo de desazón en su garganta.
-¿Qué pasa?, Si aparece Gabriel, yo te defiendo-dijo inocentemente Sebastián.
-Lo sé, es solo que tengo que hacer otras cosas-dijo, ahogando un suspiro.
-Como quieras-dijo con desilusión Seba; como ella le llama con cariño-te acompaño a tu departamento-sentenció.
-No te preocupes, debo pasar por la casa de una amiga a buscar algo que me tiene guardado-la mentira que acababa de decir, la hizo sonrojar por el nerviosismo.
-Está bien, nos vemos mañana-luego le dio un beso en la frente. Se la quedó mirando con ternura, mientras ella camina hacia la parada del autobús. Catalina se dio media vuelta y agitó su mano como despedida. Sebastián solo levantó una de sus manos al tiempo que sonreía, luego puso sus manos en los bolsillos de su pantalón y caminó a coger el autobús que lo llevaría hasta su casa.
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