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Melissa podía tolerar ser engañada y humillada; pero si la acusaban de algo injustamente, sería una historia diferente. A los ojos de su esposo, tres años de matrimonio eran menos importantes que una simple lágrima de su amante Arielle. Y finalmente, él la abandonó sin piedad en un día lluvioso. Cinco años después, Melissa reapareció con sus adorables gemelos; esta vez, se convertió en una médica de fama mundial. Fue entonces cuando su exmarido, Everett, le pidió que ayudara a Arielle... "Abuelo, si quieres hablar con mamá, primero tienes que pasar una prueba". El hijo pequeño de Melissa, Merrick, levantó con orgullo la barbilla. "¿Abuelo?". Everett se preguntó si parecía tan viejo. "Papá, sí eres muy viejo... ", dijo Lindsey, la hermana gemela de Merrick con un puchero.
El dormitorio apenas estaba iluminado y emanaba un aura deprimente. Melissa Sherman cayó al suelo, apretándose el estómago.
Su embarazo le causaba malestar. Los calambres estomacales eran insoportables y tenía la cara tan pálida como el papel. Estaba empapada en sudor frío.
En ese momento, la puerta de la habitación se abrió de golpe y un hombre entró.
Melissa extendió la mano, suplicando en voz débil: "Cariño, ayúdame...".
Sin embargo, un escalofrío le recorrió la espalda cuando se encontró con la mirada fría y distante del hombre.
"Melissa, ¿es esto lo que quieres?", la voz del hombre destilaba repulsión, "Me engañaste para que me acostara contigo. ¿Crees que eso hará que me enamore de ti?".
Melissa y Everett Mayfield estuvieron comprometidos desde la infancia. Finalmente, se casaron por acuerdo de sus padres. Sin embargo, ella no le gustaba a Everett.
Llevaban tres años casados, pero todos sabían que él no sentía nada por ella y que Melissa solo era la señora Mayfield de nombre, pero nada más. Por lo tanto, la ridiculizaron durante todos estos años.
Hacía dos meses, el Grupo Mayfield celebró un banquete, y ella asistió como la mujer de Everett. De forma inesperada, esa noche tuvieron relaciones sexuales.
Por mucho que ella se lo hubiera explicado, Everett pensaba que había sido su complot.
Melissa negó frenéticamente con la cabeza. "No, no fui yo. Aquel día estaba borracha. No sé qué pasó... Por favor, confía en mí...".
Sentía un dolor punzante en el estómago. Estiró la mano y se aferró a los pantalones de Everett con desesperación. "Me duele el estómago. ¿Podrías llevarme al hospital, por favor?".
"¡Cielos! ¿Sigues actuando?", el rostro de Everett se ensombreció ante la mención del hospital, "¿Crees que puedes salir impune de haber empujado a Arielle escaleras abajo y haberle provocado un aborto fingiendo de esta manera?".
Sus palabras fueron como un rayo caído del cielo. Los ojos de Melissa se abrieron de par en par, horrorizada.
No podía creer que Arielle Sherman estuviera embarazada. Eso significaba que el padre del bebé era...
La mandíbula de Everett se tensó. La tenue luz le daba un aspecto regio y majestuoso.
Se puso en cuclillas y agarró a Melissa por la garganta. "¡Melissa Sherman, eres la mujer más repugnante que he conocido!", siseó, enfatizando cada palabra.
Ella apenas podía respirar. Le dio unas palmaditas en la mano y luchó por recuperar el aliento. "Suéltame... Suéltame...", lágrimas corrían por sus mejillas, "Cariño, yo no la empujé. Ella se cayó sola. De hecho, yo también... Yo... Yo también estoy embarazada... El bebé es nuestro...".
Everett se quedó un momento aturdido. Sin embargo, pronto salió de sus cavilaciones y la fulminó con la mirada.
¡No era posible! Tras aquella noche, había comprobado personalmente que Melissa tomaba anticonceptivos. Era imposible que hubiera quedado embarazada.
Supuso que le estaba mintiendo de nuevo.
"Aunque eso fuera cierto, ¿crees que...?", se burló y le lanzó una mirada despectiva. Su voz estaba cargada de sarcasmo cuando prosiguió: "¿Crees que querría a ese bastardo en tu vientre?".
Melissa se quedó de piedra. Lo miró con incredulidad al tiempo que se le helaba la sangre.
Antes de que pudiera reaccionar, Everett la tiró al suelo y ordenó: "¡Saquen de aquí a esta mujer! Ya no forma parte de nuestra familia y no puede continuar en la ciudad de Andeport".
Los guardaespaldas sujetaron inmediatamente a Melissa y la pusieron en pie. Llovía a cántaros, pero no tuvieron piedad. En un abrir y cerrar de ojos, la arrojaron fuera de la villa.
Melissa vestía una pijama holgada. El viento frío y la lluvia intensificaron el dolor en su estómago.
Se protegió de los vendavales y contempló la gigantesca villa que tenía ante sí.
El hombre al que había amado con todo su corazón durante tantos años la había expulsado a patadas de su vida, dejándola en la calle.
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