dad. Por ser un vampiro (hijo de la noche) podía oír la melodía de los espectros, ver los rostros pálidos de las criaturas que eran igual a mí, sonriéndole a la inmortalidad; sin em
fácil, deslizarme bajo el amparo del sigilo, saltar hasta casi volar sin ser percibido. Nadie se hubiera atrevido a mirarme si me viera en ese instante. No era la forma en la que me elevaba por los aires lo que asustaba a los demás, sino el aspecto que tení
n asesino. Me interné en la cámara siguiendo el olor del miedo; en ese hedor pude descubrir que las cautivas eran una mujer y su pequeña hija, su terror me guio hasta donde ellas yacían. Vi a un hombre de unos 40 años de edad, de complexión robusta y de estatura elevada. El secuestrador miraba con burla a la mujer. En el pi
edador obligaba a la mujer a ver aquel espectáculo, ese detalle lo descubrí en sus ojos. La niña que tenía unos cuatro años llevaba los ojos vendados, pero, aun así, el miedo se sentía en cada poro de su cu
te lo advertí! -le gritaba el hombre furioso a su exmujer. Ella estaba envuelta en un ataque de nervios y rabia, en su mente pude ver cómo él la golpeaba brutalmen
nte la mujer para besarla en los labios, pero ella lo rechazó de inmediato, pudo volteó el rostro, ya que estaba atada a una silla, aquel gesto enfureció más a la be
la niña, desespera
ndo, pero esta vez era en mi dirección. Me situé detrás del cerdo que la torturaba, coloqué mi mano sobre su nuca y absorbí un poco de su energía, cada vez que lo hacía se podía ver una especie de estela, como la que d
o engendro, te disfrazas
mado, agarré uno de sus brazos, chupando más su energía, en
que me pidió. El hombre tiró a la niña y tomó el hacha; sin perder
o tu otro amante muere también! -. Otra vez, me miró, pero su felicidad fue efímera al ver que mi herida se
raz de Halloween. Me burlé alzando la mano y cortándole la cara
gritar de terror. De un tirón le quité los amarres, lo mismo hice con la niña, únicamente le dejé la venda de los ojos, no quería que contemplara todo aquel horror. El olor de la sangre me estaba volviendo loco, por un momento dudé de que dejarían salir con vida a las dos mujeres; caí
abes c
stó con voz a
te a ti ni a tu pequeña hija, pero no poseo control de mis actos, así que vete ya... en la carretera encontraras el auto, busca a la policía -. La mujer salió r
o -le sonreí, y me abalan
tor
ar que las palabras volvieran una y otra vez. La azafata llegó ofreciendo bebidas. Mi padre pidió dos copas de vino. Luego de q
mía. Cada quien debe lidiar con sus demonio
ue hace alusión a los defectos que lastiman y hacen daño a ot
emplé la inmensidad del mundo que nos envuelve -. No dije absolutamente nada, era mucho pedir que entendieran mis palabras. Me asomé a
te, pero era inútil. Adrián no confiaba en lo que yo era ni de lo que sentía por él -¡Estúpida mil veces! Te amo profundamente, sé que ni tu sombra me pert
Victoria -me ac
en mi esfera impregnada de Adrián. Él era todo lo que yo quería, pero se había perdido en las heridas de su pasado c
gar, no debí nacer. ¿Adrián, puedes liberarme? Cielo... no pido más que estar junto a ti y aleja
ya verás que al verte con tus abuelos y tu prima te sentirás mejor. -Mi
ri
Arturo la seguiría. Victoria no sabía que Arturo la guiaba, y a mí me costaba acepta
ma. Ese no sería el único lugar de mi pasado que pisaría, también volvería a reencontrarme con la hacienda «El Renacer» donde la había perdid
la vida la ponga a prueba" -me habían sugerido
inmensa cruz negra de prohibición ante esa posibilidad. Nadie sabía en qué iba a convertirse Victoria; ni qué vivía en su interior. Esa parte oscur
mortal de mi vida pasada, la somb
ra que corría en su ADN, aun con la marca de otro hombre. Exhalé un suspiro al recordar cada detalle