era una cazafortunas. Era extraño hablar con alguien que conoció a mi madre en el pasado, porque mi vieja intentaba ocultármelo cada vez que le preguntaba sobre lo que vivió antes de casarse con mi
margado, salí de la cocina después de poner mi mano en el hombro de Clarisse a modo de despedida. Caminé hacia el portón y, indignada por la situación en la que me encontraba, sentí que mis ojos ardían con las lágrimas que estaba conteniendo para no caer. No iba a darle a ese hombre el placer de hacerme llorar. ¿Quién se creía que era? Ni siquiera sabía su nombre, así que para mí no era nadie. El título de barón ya no existía. Era un fraude mayor que yo. Cuando pasé las paredes, abrí mi auto, pero estaba abierto. Probablemente me olvidé de frenar. Uno de los guardias de seguridad intentó decirme algo, pero no lo escuché y me subí al vehículo. En un último intento de poner en marcha el auto, arrancó y pensé que por una vez Dios tenía misericordia de mí. Me fui, sin mirar atrás y jurando no volver a poner un pie en esa casa ni volver a mirar la cara de ese estúpido. Capítulo cuatro Ítalo - No deberías haber hablado así. - Clarisse estaba visiblemente irritada conmigo. - Y no deberías haber dejado entrar a un extraño en mi casa. Salí de la cocina y me dirigí a la sala, acompañada por mi criada. -Ella era completamente inofensiva. Y... la conocía. Conocí a vuestra madre. -Que no es lo mismo. No quiero extraños en mi casa. Empecé a subir a la oficina a buscar el documento que había olvidado. - Papá, ¿por qué peleaste con la niña? - Sólo entonces me di cuenta de que Luara estaba a mi alrededor. - Negocios para adultos, Luara. Ve a jugar afuera. -Pero ella me gustaba. - Me detuve en medio de las escaleras y encaré a la chica que parecía demasiado necesitada y fue mi culpa que no le di el cariño que necesitaba. - Ni siquiera la conoces, no te puede gustar alguien sólo porque te sonrió. - Me gusta cuando la gente sonríe, tú nunca sonríes. - ¡Luara! - La regañé con voz alterada y cerré los ojos, irritandome conmigo mismo por dejar que un extraño arruinara mi rutina y mi vida de esa manera. Inmediatamente me arrepentí porque me prometí que mejoraría como padre. - Yo sonrío. - Forcé una sonrisa y me volví hacia la criada. - Clarisse, a partir de hoy tienes prohibido invitar a nadie a esta casa. - Está bien, lo siento. Como siempre recibía