tal, capté un movimiento por el rabillo del ojo. - No lo toques - ordené y Cleo quitó la mano de mi Rolex, colocado junto a los gemelos de plata en la mesita de noche. - S
. Casi nunca puse un pie en su agencia de "modelos". Pero tuve que venir personalmente a expresar mi descontento con la última chica. Semanas antes, Cleo había salido con Yuri, uno de los directores de mi banco. Uno de mis empleados. Es inaceptable que ahora desfiles conmigo. ¿Fue tan difícil enviarme caras nuevas? ¿Exclusivos? Como si no fuera el mejor cliente de la agencia. Con su cabello platino y sus ojos entrecerrados, la mujer se parecía aún más a la actriz Meryl Streep en "El diablo viste de Prada". Sin todo ese glamour, por supuesto. - Lo siento, señor Swartz, fue un error. Al menos ella... - Miró el contrato sobre la mesa, ajustándose sus gafas de lectura en la nariz. - ¿Te agradó Cleo? - preguntó después de comprobar los datos de la chica en el papel. Todos usaron nombres falsos para los programas. - Sí, muy bien - confirmé y me vinieron a la mente destellos de la noche anterior. - Tanto es así que le pagué el total, aunque solo cumplí la mitad del tiempo contratado. -Eso fue muy generoso de tu parte. - Cruzó sus delgados dedos sobre la mesa, luciendo anillos de escándalo. - Yo se. Soy un hombre muy generoso. Me levanté y miré alrededor de la habitación mientras me alisaba el traje y abrochaba el botón del medio. Cualquiera que acudiera al establecimiento sin saberlo no sospecharía que se trata de una agencia de prostitutas, no de modelos. La discreción estuvo en cada detalle. Desde la decoración en tonos claros hasta los marcos con fotografías de desfiles en pasarelas internacionales. Todo muy refinado. Tal como me gustó. - Por supuesto. Ten la seguridad de que la nueva chica no te decepcionará. Elegiré personalmente al candidato - aseguró. - Eso espero. - Asentí, caminando hacia la puerta. Del otro lado estaba Raúl, mi guardia de seguridad privada. - Que esté en mi casa a las 6 de la tarde. Pasar bien. Me agarré a los soportes de goma de la cinta de correr y apagué el panel electrónico después de correr 10 km. El sudor corría por mi espalda, mojando el elástico de mis pantalones cortos negros. Necesitaba darme una ducha, prepararme para más tarde. Me alegro de no haber tenido que salir de la Mansión Swartz para hacer ejercicio, corriendo el riesgo de aburrirme con el caótico tráfico de São Paulo. Las ventajas de montar un gimnasio en casa. Todavía estaba recuperando el aliento cuando Gabriel entró por la puerta, distraído, silbando alguna canción. Vistiendo sólo un par de pantalones cortos de playa, caminó tranquilamente por la habitación, mostrando su ridículo tatuaje en su pecho. Todavía no he identificado cuál era ese dibujo tan feo. Un tribal, un mandala o alguna porquería así. En una realidad paralela, Gab sería surfista. Director de Marketi