osos papiros y paneles blanquecinos que burlan los siglos. Jamás conocí a mi madre y mi padre tampoco conoció a la suya. En realidad presiento que jamás tuve familia, ya que no encontré eviden
héroes, bestias, villanos y enemigos desconocidos. Historias heredadas me persuaden de que las escrituras sagradas deben conservar calor para que perdure
destruyera. Permítanme avivar las eternas llamas de la lámpara; en mi pequeña morada tantas repisas atestadas de pliegos no dejan espacio para postigo alguno. Sumémosles que me la legaron en lo más remoto de las montañas heladas y comprenderán que en este ambiente jamás he conta
de las ensenadas posee una playa de oscura y fina arena, en la que se refugian las lamerias de gran tamaño buscando depositar allí sus huevos. Para llegar a la playa desde el bosque más cercano
s en la mar. La embarcación encalló dócilmente acariciando la caliente arena; los hombres saltaron y lo alejaron del agua y aseguraron junto a otros ya amarrados a los pilotes que sobresalían en la orilla. U
e así se llam
prisa, pront
sa de otro,
dentro del fardo, se vienen
la, salen a la superficie. Casi una hora después sobre la arena más de un centenar de pescados brillaban con los primeros claros del día; algunos inertes, otros aun aleteando en sus últimos intentos por sobrevivir. La captura compuesta por gran cantidad de pequeños s
álito con olor a esencias divinas, enormes olas se elevaron desde la calma pegando contra los botes, ha
ido en silencio, mirando dete
es, Gurall
iendo entre la espuma, y a la cabeza de la increíble manada sobresalían tres ejemplares muy parecidos a corceles de pura raza; pero diferentes de las castas de caba
levantaban chispas de fuego celestial con sus dorados cascos. Se cuenta que podían correr diez veces más rápido que la más veloz de las bestias y que eran la admiración del dios Supremus, quien bajó a la tierra para capturar una y entregársela a Velarón, el hijo condenado a vivir con los humanos; pero tal fue la bravura de los gel
de legua
cación de madera y piedras se yergue amenazante ante la vista, ocupada por los despiadados gobernantes, brutales y sanguinarios conquistadores de las tierras altas, que se asent
año, y pese a diferencias entre ellos, todos -por lo general de gran estatura, fornidos y velludos como
ya más de quince días que llueve a cántaros. Cientos de guerreros -hombres y mujeres-, agrupados en clanes, formaban un enorme círculo. Provenían de algunas de las sectas del desierto que por turnos fr
es contra prisioneros y los sacrificios de animales y humanos a Yombar,
ria uno de los contendi
a jarra de vino al gr
, y a pesar de contar con más de sesenta años, la enorme figura hace temblar a los presentes. Con sus casi dos metros de alto, larga cabellera y barbas plateadas, pecho como el tronco de un milenario árbol, brazos largos y musculosos forjados en mil batallas. Venerado porque se sab