ar por la lluvia artificial. El agua caliente me relajó. Disfruté, cada minuto, de la caricia agradable en mi piel. Cuando concluí el ritual comencé a vestirme, dispuesta
ó Isabel, cuando me coloq
ndome a los golpes, aún visibles, ocas
ndió la joven con una
la conducta cruel e inhumana del desgraciado. Mis ojos se cristalizaron, ella pareció notarlo y, sin tocarme, me brindó un apoyo, que llenó mi corazón de ternura. Jerry apareció en el recinto y sonrió ant
aba exasperada y molesta. Sentada en mi escritorio, en la soledad de la habitación, la tarea me parecía titánica. De repente, sentí unos deseos incontrolables
ir – le dije – quiero
debían ser plenamente justificadas, pero, con un movimiento, lo incité a abortar el regaño.
de mi seguridad. Me dejé caer en el banco, respirando pausadamente. El olor de la
dos tomados de las manos y apresurados trabajadores, dirigiéndose a su respectiv
. Forcejeé, intentando zafarme, pero fue en vano. Percibí un brusco movimiento, mi guardián había derribado al intruso con un solo golpe. Los demás hombres me rodearon
– chillaba – lo juro, a mí
reguntó Jerry, con voz
era un hombre alto y de mediana edad. Me d
olvieron frustrados. Se había escapado, quizás aprovechando el alboroto del momento. Supe, casi desde el primer instante, que Rans
te. ¡Cuánta agonía! El ángel rubio me abrazó, tratando de transmit
un poco, de su cuerpo – yo sé q
mpió, acerc
xpresó tranquilizador
ar, en ese estado, Isabel se alarmó y, el joven, le relató rápidamente lo sucedido, luego me condujo a la habita
ijo tierno – te sentirás
– supliqué, percibiéndome intranquila
ostro en su pecho y pude percibir extasiada las caricias que le prodigaba, suavemente a mi
é inundada de paz. Toqué la cama y solo noté el vacío generado por su a
l comedor, para desayunar. Estaba hambrien
– exclamó – nada como una bu
lusión a la noche anterior y a mi cercanía con Jerry. D
er esas salidas injustificadas. En un terreno abierto e
o afirmativo, con la cabeza, q
ar a mi guardián y el corazón
mi lado y s
en? – susurró c
, el despertar, no fue agradab
ndida y acusadora de mi joven empleada. Inmediatamente cambié el tema de convers
aban de mi despacho. Aprovecharía la jornada, escribiendo, enajenándome. Al principio me concentré en la nueva e impresionante trama de una mujer que intentaba en
dije en
con algo de desesperación y vergüenza.
ijo con firmeza - ¿con qué nombre
omencé a sentir ansiedad. ¿Sería posible, para mí, mantener una relaci
ero, en ese instante, todo se aclaró. L
– pero te pido que me tengas paciencia
guardián buscaron, desesperadamente, los míos, sedi
oso, pero difícil, lleno de obstáculos y vicisitudes