as. Era la fiesta de cumpleaños de Victoria Monet, y la opulencia del evento reflejaba el poderío de su familia. Los Monet no escatimaban en nada cuando se trataba de celebraciones, y esa no
, se ceñía perfectamente a su cuerpo, resaltando cada curva con elegancia. El escote moderado y la abertura lateral que dejaba ver su pierna larga y estilizada solo servían para acentuar su belleza imponente. Se movía
admiración y envidia. La manera en que Victoria caminaba entre ellos, sin una pizca de duda o temor, la hacía parecer intocable, una figura que
ión. Los brindis se sucedían, y la atmósfera estaba impregnada de una euforia momentánea.
os Drakov, siempre vestidos de manera impecable, entraron en el salón con paso firme y silencioso, como si fueran sombras que despojaban la luz de su alrededor. No hubo palabras, solo acción. En un abrir
imas de la brutalidad inesperada. Su corazón latía con fuerza, y un escalofrío recorrió su espalda. No era la primer
n que cortaba el aire. No hubo tiempo para palabras, solo unas manos firmes que la agarraron por el
ería la misma. Los Drakov la llevaban consigo, y aunque su mente gritaba que debía resistir, una pequ
ie junto a la chimenea, observaba las llamas con una copa de vino en la mano. El fuego iluminaba su rostro, pero sus ojos permanecían oscuros, llenos de una fur
so rápido y serio. Sin necesidad de palabras, el hombre se inclin
la hija de
amas, como si el calor del fuego pudiera calmar la creciente violencia en su interior. Pero, en cuanto las palabras se asentaro
on un mensaje claro: ojo por ojo. Una sonrisa cruel curvó sus labios, pero en cuanto pen
a reconoció de inmediato. Era ella, la mujer que había conocido aquella noche en el restaurante. La misma que había conquistado su mente, la misma que había buscado sin desca
ander no pudo evitar sonreír. Había algo en esa mirada, una valentía tan pura que despertaba su interés más que cualquier otra cosa. Esa seguridad, esa forma en que ella se enfrentaba a
or. El deseo de parecer fuerte, de no ceder ante él, la quemaba por dentro, pero al ver a Alexander de nuevo, casi se le escapa un suspir
de su padre? -pensó Victoria, mie
la mujer que debía destruir? Pero algo en sus entrañas le decía que este jueg
dían sentir la tensión entre los dos. Nadie se atrevió a deci
antó la mano y, con el dorso de los dedos, acarició suavemente su hombro. La suavidad de su toque recorrió la piel de Victoria, provocándole un estremecimiento involuntario. Quiso alejarse, pero las atadu
hombres, que observaban expectantes, como si esperaran que su líder tomara la decisión final. Todos estaban pre
rcer piso -ordenó con una voz firme, aunqu
n a conducirla fuera de la habitación. La joven, por más que luchara en su interior, sabía que el juego entre ella y Alexand