aliera la pena. A sus cinco años, la idea de sorprender a su papá en el trabajo era la aventura más grande de su vida. Apretó mi
ran cortas, siempre cansado, siempre ocupado. Lo extrañaba, y sabía que Camila lo extrañab
era bullicioso y elegante. Le pedí a la recepcionista que no lo anunciara, quería que
se congeló
un uniforme de asistente, estaba de pie muy cerca de él, demasiado cerca. Ricardo le pa
ón se me
mezcla de lástima y vergüenza en sus rostros. Nadie dijo nada, pero su silencio fue un grito que con
e dedicaba a la otra mujer se transformó en una máscara de s
qué... qué h
ntó recomponerse, forzando una
ila, princesa! ¡
vimientos eran torpes, su mirada seguía fija en mí
a todo, lo abr
trañamos
casi idénticas, un molde perfecto. Siempre me había encantado ese parecido, pero ahora,
ovió. Se quedó ahí, con una sonrisa apena
r a Camila, me o
sería una lin
onó huec
tó, todavía sost
mi amor. Es la m
ban que no dijera nada,
hacer conversación, preguntando por el viaje, por la casa. Yo solo miraba por la ventana, incapaz de formar una sola palabra. Cada pregunta suya se sentía com