o también una lección brutalmente clara. Mi error no fue solo enamorarme de Ricardo, mi error fue creer que mi valor como persona dependía de
lta porque a él le daba pereza, le hice resúmenes, le resolví los problemas de matemáticas. Él pasó el examen y se fue a la ciudad a es
ez, la que iría a la
i vida anterior. Pronto, el gobierno anunciaría la reapertura masiva de las universidades y
ayudar a mi familia. Al abrir los libros de matemáticas y física, me di cuenta de que había olvidado muchas cosas. Podía recordar los
su afán de impresionar a Sofía del Campo, la hija del director de la escuela, pasaba las tardes c
rminado la preparatoria con las mejores calificaciones y todos decían que era un genio. En mi vida ante
esante mientras leía un poema en voz alta. Sofía, a unos metros, fingía desinterés, pero no dejaba de
tuoso. Sofía era una calculadora, buscando al mejor postor. Y Mateo... Mateo
orgullo, forjado en una vida de autosuficiencia forzada, se resistía. Pero la visión de mi f
nza. Con pasos firmes, caminé directamente hacia la banca donde es