s limpias. Esta noche celebrábamos la recuperación total de Mateo Barrera, el niño prodigi
ra de la alberca mojó su vestido, Mateo me empujó a un lado para prote
llorar. Él no me defendió cuando ella afirmó que éramos "solo amigos". Luego, su madre, Estela Cantú, me
per la preciada caja de madera de su padre. Él le creyó, obligándome a beber la sopa
astimaría después de todo lo que había hecho. ¿Por qué
ños, Mateo. Me voy. No me busques. Adiós". Apagué mi celula
ítu
ntemente iluminado. Yo estaba de pie, justo afuera de las puertas de cristal del patio, sosteniendo una ba
aba de nuevo en pie, y sus amigos estaban aquí para darle la bienvenida. Debería haber estado
vez -escuché decir a Javier Fernández, uno de l
o una palmada en l
es la verdadera campeona. Tres añ
ho. Ellos lo veían. Veían todo lo que había h
tó su botell
esoro. Así que, ahora que está
oír era el suave murmullo del agua en la alberca. Contuve la respiración
Era un sonido que conocía
l-. Es una gran amiga. La mejor fisio
omando un sorbo l
es
ó la respiración, y la bandeja de toallas de repente se sintió cien kilos más pesada. E
su voz teñida de confusión-. Carla Macías te botó en el
ensombreció al mencion
les de
as, así que se largó. Armida fue la que te cambiaba los vendajes, la que te ayudaba a
. Las escenas de los últimos tres años
rozó sus piernas y su mundo. Quedó confinado a una silla de ruedas, su carrera en pausa, su futuro inc
convirtió en mucho más. Lo empujé cuando quería rendirse. Lo abracé cuando lloraba de frustración. Celebré cada peq
una necesidad. Sus amigos me trataban como a una más de la familia. Y yo me había permitido cree
bre carismático que solía ser. Y yo era solo la fisioterap
abrirla, forzando un
tán las
da de palabras no dichas. Mateo no me miraba a los o
una nueva voz cortó
eo, c
n estudiado y delicado contoneo, estaba Carla Macías. Llevaba un
rtos con incredulidad y algo más... al
lla, su voz un suave ronroneo-. Te
ía. Recordaban cómo lo había abandonado. Pero M
s increíble
, una imagen
e ext
de agua en la alberca. Una salpicadu
ó un pequ
mi v
ibrio y manoteó, golpeando accidentalmente un flo
uidado! -g
n una fuerza brutal a un lado para llegar a ella. Envolvió sus
eó el duro borde de concreto de la alberca con un crujido espan
al a
acunando a Carla en sus brazos, su rostro una máscara de preocupación
a, torciéndome gravemente la muñeca para amortiguar su caída. Él había sostenido mi man
en mi mente, un so
cuperado. Ya no
celular, que estaba en una mesa cercana, vib
rabajo. Aquí tienes un cheque por cincuenta millones de
i cabeza no era nada comparad
. Me