ista de So
ojos oscuros antes de ser rápidamente enmascarada. Se había preparado para una tempestad, para gritos y l
mi su
sa que te traiga alegría, me la trae a mí. Después de todo, tu amor es todo lo que tengo. -Me aseguré de enfatizar l
Por supuesto. Mi "docilidad" era simplemente una prueba de su poder absoluto sobre mí. Creía qu
rale a Valeria la suite del ala oeste. Se quedará allí. Asegúrate
u voz goteando una dulzura artificial. -Muchas
cara perfecta de anfitriona cortés, a
mueble caro. Me senté frente a ellos, levantando mecánicamente el tenedor a mi boca, el sabor de la comida gourmet convirtiéndose en ceniza en mi lengua. Cada risita coqueta de Valeria, cada toque po
iraban los platos-. Lunes, miércoles y viernes, estaré contigo, Sofía. Martes, jueves y
n desafío
razonable, Alejandro -r
egado. En su lugar, había una calma tan absoluta que era desconcertante, incluso para él. Esta no era la Sofía que él sabía cómo cont
ta noche, solo estaba el silencioso zumbido del aire acondicionado y el latido constante de mi propio corazón frío. El pozo de mi dolor er
sma arrogancia descarada con la que hacía todo lo demás, anunciando a la élite de la ciudad que él, Alejandro Montenegro, er
s en un mundo que ya no me concernía. Mi vida real estaba sucediendo en secreto, en correos electrónicos encriptados con mi abogado, en la transferencia de fo
icativa de las acciones de su empresa, sino también una reliquia familiar: un impresionante collar de esmeral
puesto ese mismo collar, el día de nuestra boda. Su voz había sido un susurro bajo y sincer
" había durad
cho tiempo. Presioné una mano sobre mi corazón, respirando a través del espasmo. Era solo un re
ación, se volvió hacia mí, sus ojos brillando con triunf
voz plana-. Tendré algo
no alrededor de mi cuello. Era una cosa delicada, casi invisible, con un
í el relicario con m
e poseía que no era de Alejandro. Era
erior temblando. -Oh, no seas tan tac
ceño fruncido con mole
enaron de agua. -Alejandro, solo le pedí a Sofía su collar
ejandro, su tono despectivo e impa
mi voz baja
la mano, sus dedos se engancharon bajo la delgada cadena. La arrancó de mi cuello. Lo
vuelta y presionó el relicario en la palma
¡Gracias, Alejandro! ¡Eres el mejor! -Me dio una última mirada de sufic
ía, pero la herida interior era más profunda. Había tomado la última pieza de mi antigua vida,
que me invadió. Pero debajo de ella, una rabia fr
ada, mi mente corriendo. No dejaría que se lo quedar
ia, la puerta ligeramente entreabierta. La abrí, preparada para ofrecerle cualquier cosa -joy
ue se me helara la sa
sangre no solo se heló, se convirtió en hielo. Fue una violación ta
eño poodle que Alejandro le había comprado. Y alrededor del cuello peludo del pe