ista de So
tan baja y tensa de fur
tendiera por su rostro. Sostuvo al poodle, moviendo su pequeño cuerpo. -¿No es adorable Fifi?
a de rabia al rojo vivo a través de mí. Di un paso adelante, mis
ó, acariciando el pelaje del perro-. Alejandrs una razón. Desabroché el brazalete de diamantes de mi muñeca, una monstruosidad de siete quilates que Alejandro me había re
Quiero esto. -Deliberadamente colgó al perro justo fuera de m
adelante, tratando de agarrar al perro, mi relicario. Valeria chilló y retrocedió, alej
pánico genuino mientras su cuerpo se inclinaba hacia atrás, sus brazos agitándose. Se cayó
os subiendo las escaleras. Alejandr
po para ver la figura de Valeria de
e, sus brazos extendidos, y atrapó a Valeria justo cuando estaba a punto de caer al patio de piedr
ió, su voz espesa de pánico mientras sus ma
alcón, mi corazón martille
andro, su cuerpo sacudido por sollozos teatrales. -¡Alejandro! ¡Oh
haberte devuelto el collar! ¡No sabía que me odiabas tanto! Por favor, no te enojes conmigo. Fue un accidente que
ura audacia de sus mentiras.
a ido, reemplazada por una frialdad ártica que me heló la sangre. -Le diste el collar -di
uebrándose-. ¡Era de mi abuela! ¡Tú lo sa
n de segundo, vi un destello de algo en sus ojos, ¿culpa?
ión-. Valeria está viva. A ella le gusta, deberías habérselo
elicario de mi abuela, y aun así me lo había arrancado del cuello y se lo había dado a s
repetí, mi voz
ser obediente. Has lastimado a Valeria. Esta vez, una simple disculpa no s
-Bajarás. Te arrodillarás en la entrada principal y lustrarás los zapatos de cada
-¿Quieres que me arrodille? ¿Qu
prueba, Sofía -gruñó, dando un paso más cerca-. ¿O pref
inundó mi mente. Un escalofrío de puro terror me recorrió. Mi l
voz ronca-. No.
un ancla distante en un mar de desesperación. Lo ha
fue colocada a mi lado. Los pocos invitados que quedaban, junto con el personal de la
e a mí. Trabajé mecánicamente, mis manos moviéndose sin pensamiento consciente, el olor a cera y cuero llenando mis sentidos. Cada pasada del trap
vanté la vista, hacia un rostro contorsionado por una alegría maliciosa. Bárbara de la Torre. Su familia era rival de los Monte
Miren lo que tenemos aquí. La altiva y poderosa señora
nición se desliz
n la lista negra a la empresa de mi padre durante un mes
ue sucediera. Levantó el pie, el tacón afilado de
una grotesca máscara de triunfo-, parece que
acón con una f
a atravesó el dorso de mi mano, clavándola en el frío suelo de mármol.
y cruel, y hundió su tacón
rada desesperada, buscando. Lo vi. Alejandro estaba de pie en el balcón d
etuvo el corazón, pensé que lo vi inclinarse hacia adelante, como para intervenir. Una pequeña
lla. El movimiento de Alejandro se detuvo. La miró, y cuando volvió a mira
n mis oídos, escuché su voz bajar,
e que aprenda una
sesperación absoluta. No solo lo estaba permitiendo. Lo estaba sancionand
a que desgarró mi alma. Fue la traición final, el último clav
oscuridad. Lo último que vi fue la sonrisa tri
do se vol