mblorosa, se ajustó la blusa sobre sus hombros, la tela rozando su piel hipersensible como un recordatorio de cada lugar que sus manos habían reclamado. El aire, estático y frío por el ai
perfectamente doblada sobre un sillón, pero su camisa blanca, aunque abotonada, carecía de la corbata. Era una concesión mínima a l
izo estremecer. Bebió, evitando su mirada, sintiendo el peso de sus ojos grises escaneando cada d
oz un eco ronco de los gemidos
ial. -Hizo una pausa, dejando que el símil, tan propio de su mundo, calara hondo-. Fuera de esta habitación, la fachada es innegociable. Usted es la diseñadora jefe. Yo soy el CEO. Nada ha cambiado. -Su mirad
po era un testigo demasiado elocuente de la nueva verdad. Cada músculo le dolía con una d
pitió, como un mantra, una afir
o. Dio un sorbo a su agua y luego señaló con la cabeza hacia una puerta
que sentía, fue casi más violenta que el acto mismo. La estaba gestionando, limpiando
l baño, se apoyó contra la puerta, jadeando. Su reflejo en el espejo era el de una extraña. Los labios, hinchados y sensibles. Las mejillas, sonrojadas. Y en el cuello, la marca, un óvalo violáceo que se oscurecía min
icina estaba en orden. El escritorio, limpio. El aire, renovado. Él no estaba. Por un momento, todo parec
cisos, no daban pie a ninguna complicidad. Ni una mirada de más, ni un tono que sugiriera el conocimiento íntimo que ahora poseía de ella. Valeria, por su parte, luchaba por mantener la
uzaron frente a la máquina de
vel tres, señorita Rossi? -preguntó él
ñor Thorn -respondió ella, con u
, pero suficiente para posarse en el moretón que su blusa no lograba ocultar del todo-. Ase
rtó la respiración. Antes de que pudiera articular respuesta, é
tarde. Un correo electrónico escueto: "
n espacio de trabajo; era el escenario de su rendición. Él estaba sen
la puert
ue la puerta se cerraba era un
isos-. Han ganado en profundidad. Hay una textura emocional que antes faltaba.
ajo sus pies. ¿Estaba evaluando su des
ió, clavando la mirada en un
e un depredador que sabe que su presa no tiene escapatoria-. Usted ofreció
No la tocó, pero el esp
logró decir, con una chis
Usted me da el control, y yo le doy a cambio... ¿qué, Valeria?
centro del moretón en su cuello. Fue una caricia eléctrica, un
más hondo de ella- es un recordatorio. De que
ás profundo, más devastador porque conocía ya el territorio de su boca. Y ella, para su propia y aterrada fascinación, respondió. Se in
ías brillaban con la satisfacción oscura de un
voz ronca-. Mañana. 7
eseo. Y lo más aterrador, mientras caminaba por el pasillo vacío, era descubrir que una parte de ella, la parte que había gritado su nombre contra el ébano pu

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