le de su nueva realidad. El moretón en su cuello, ahora un óvalo violáceo bien definido, era un sello de propiedad que llevaba oculto bajo la seda de un blazer. Esa mañana, se vistió con una
bajo la fachada del CEO. Pero él era impecable, un muro de profesionalidad gélida. Cuando sus miradas se cruzaban por un instante fugaz en la larga mesa de conferencias, sus ojos g
llo del ojo, cómo los empleados se despedían, cómo las luces se apagaban en secciones distantes, sumiendo el espacio abierto en una penumbra azulada. El latido de su corazón era un tambor sor
s. Se aplicó una capa discreta de brillo labial y se arregló una mecha rebelde. No quería parecer que se había preparado en exceso, pero l
la conocería), se detuvo frente a la pesada puerta de roble de su oficina. Respiró hondo, contenie
su voz, grave y s
la iluminaban. Elías no estaba sentado. Estaba de pie junto a la barra, con una botella de vino tinto ya abierta, respirando en dos copas de cristal fino. Llevaba los puños de su
rse. No era un regaño, era una ob
ella, cerrando la puerta tras de sí. El clic del p
ue un escaneo lento, deliberado, que empezó en la punta de sus tacones negros, subió por la línea de sus pantimedias, se detuvo en la curva de sus cader
eta -ordenó, su v
o. Él se acercó, sosteniendo las dos copas. Le entregó una. Sus dedo
a curiosamente neutral, como un c
o de vino. Era intenso, complejo y s
media sonrisa-. Su pulso acelera el ritmo de la arteria en s
bía estado estudiando, analizando, diseccio
r mis reacciones fisiológicas? -preguntó,
ndo un sorbo a su vino-. La pregunta es si usted
los separaba. Su aroma, sándalo y piel cali
le erizó la piel- fue una rendición forzada por la lujuria. Una capitulació
de su blusa de seda. Lo hizo con una lentitud exasperante, sus nudillos rozand
jaban en el tercer botón-. No lo que cree que yo quiero oír. La verdad desnuda que esconde aquí -sus d
encaje negro de su sostén y la piel de palidez marfil de su torso. Un rubor cali
más expuesta que cuando estaba completamente desnuda
rva de su hombro desnudo-. Dígalo. Es la única moneda
ban más que sus manos, la palabra surgió de lo más profundo
me de sus hombros-. Quiero... que usted tenga el
e profunda, auténtica satisfacción. Era la llave que había estado b
ron a un milímetro de los de ella-. Eso, Valeria, es el p
. Sus manos se deslizaron por su espalda desnuda, encontrando el cierre de su falda. Con un leve clic, la prenda cedió y se arremolinó a sus pies, dejándola en
denó contra sus labio
bano. La madera pulida era un shock gélido contra su espalda. Él se situó e
io cinturón con manos seguras-, vam
e arrancó un gemido largo y tembloroso. No había prisa, solo la certeza brutal de su unión. Sus caderas comenzaron a moverse con un ritmo impla
, sus músculos tensos-. Cuando deja de p
o, su vulnerabilidad. La otra mano se deslizó entre sus cuerpos unidos, encontrando el núcleo sensible de su placer. Sus dedos,
ayendo su vientre, arrancándole un grito desgarrado que resonó en la oficina silenciosa. Su cuerpo se arqueó violentamente contra el e
. Su posesión se volvió más salvaje, más primaria, hasta que con un rugido ahogado, él también se vino
or frío en sus pieles y el peso de su cuerpo sobre el de ella. Él se separó lentamente
se acercó y con un gesto inesperadamente tierno, le p
mpostura, pero con un deje ronco que delata
ue ya no había vuelta atrás. Había entregado su voluntad, y en ese acto aterra

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