La relación entre un CEO obsesivo del control y su talentosa diseñadora se convierte en un épico juego de poder, placer, secretos familiares y traiciones que pondrá a prueba los límites del amor, la sumisión y la redención.
La relación entre un CEO obsesivo del control y su talentosa diseñadora se convierte en un épico juego de poder, placer, secretos familiares y traiciones que pondrá a prueba los límites del amor, la sumisión y la redención.
El vestíbulo de Thorn Games era un monumento al poder y al control. Líneas perfectas, acero pulido y paredes de un blanco inmaculado que reflejaban la luz fría de las lámparas de diseño. Un silencio sepulcral, roto solo por el leve zumbido de la climatización, envolvía todo. Valeria Rossi ajustó la solapa de su blazer negro, sintiendo la fina capa de sudor en sus palmas. No era el miedo a la entrevista lo que le aceleraba el pulso, sino la fiera y humillante expectativa de verlo de nuevo. Elías Thorn.
Tres meses. Ochenta y seis días, para ser exactos. Desde la Gala Anual de Innovación, donde su proyecto, "Aethelgard", un mundo de fantasía que había cultivado con la sangre de sus venas y el insomnio de sus noches, había sido desmantelado frente a doscientas personas por el hombre que ahora esperaba tras las pesadas puertas de roble de su oficina.
"La estructura de mundo abierto carece de lógica interna, señorita Rossi. Es un derroche de recursos en escenarios bonitos pero vacíos. Un capricho, no un producto."
Sus palabras, dichas con una calma glacial, le habían taladrado el alma. Pero peor que eso, justo antes de subir al escenario, junto a la barra de champán, sus miradas se habían encontrado. Los ojos grises de Thorn, del color de una tormenta sobre el mar, habían descendido por su cuerpo, envuelto en un sencillo vestido verde esmeralda, con una lentitud deliberada, casi física. No había sido la mirada de un CEO evaluando a una subalterna. Había sido la de un hombre midiendo a una mujer. Una chispa de puro, incontestable deseo que había calado más hondo que cualquier crítica. La humillación y aquella atracción repentina y prohibida formaban ahora un cóctel venenoso en su estómago.
-Señorita Rossi -la voz metálica de la recepcionista la sacó de su ensoñación-. El señor Thorn la recibirá ahora.
Al empujar la puerta, el aire se espesó, cargado con el aroma a cuero caro, café recién hecho y una colonia amaderada y profunda que reconoció al instante. Era él.
Elías Thorn no estaba sentado detrás de su imponente escritorio de ébano. Estaba de pie, de espaldas a ella, contemplando la ciudad a través de un ventanal panorámico que abarcaba toda la pared. Su silueta, recortada contra el cielo plomizo de la metrópoli, era tan afilada y poderosa como ella recordaba. Anchura de hombros que llenaban la chaqueta de su traje a la medida, cintura estrecha, una postura que gritaba autoridad incluso en silencio.
Se volvió con una lentitud calculada. Como un depredador que conoce el valor de cada movimiento. Su rostro era una obra de ángulos duros y belleza austera: pómulos marcados, mandíbula fuerte y rastros de una barba de varios días que añadía un aura de peligro. Y esos ojos. Grises, penetrantes, sin rastro de calidez.
-Valeria Rossi -su voz era un bajo susurrante que le erizó la piel del brazo-. Debo admitir mi sorpresa. No muchos tendrían el... valor de presentarse aquí después de nuestro último intercambio.
Valeria respiró hondo, recordándose a sí misma la rabia que la había traído hasta aquí.
-Un buen diseñador no huye de la crítica, señor Thorn. La usa como combustible -respondió, manteniendo la voz lo más firme que pudo. Caminó hacia el centro de la habitación, sintiendo el peso de su mirada como una caricia tangible.
Una esquina de sus labios, finos y expresivos, se curvó en lo que no llegaba a ser una sonrisa. Era un gesto de curiosidad lúbrica.
-¿Combustible? -repitió, saboreando la palabra-. Su portafolio es, sin duda, creativo. Salvaje. Apasionado. Pero Thorn Games se construyó sobre los pilares de la disciplina y el control absoluto. La pasión, sin dirección, es caos.
-A veces, es el caos controlado lo que atrapa al jugador -replicó ella, acercándose inconscientemente al escritorio-. Lo que lo hace sentir verdaderamente vivo, fuera de las reglas predecibles. Lo que lo lleva al borde del abismo y le hace querer saltar.
Elías cerró la distancia restante. Ahora solo la amplia superficie pulida del escritorio los separaba. Su aroma, una mezcla embriagadora de sándalo, pachulí y algo primario, como el aire después de una tormenta, la envolvió, nublándole ligeramente los sentidos.
-¿Y usted, Valeria? -pronunció su nombre con una cadencia íntima, como si fuera un secreto compartido-. ¿Busca sentirse viva? ¿Es eso lo que la trae aquí? ¿Dar un salto al abismo?
El corazón le martilleaba contra las costillas. La pregunta traspasaba todos los límites de lo profesional, pero la electricidad que generaba era adictiva. El juego había comenzado, y las reglas ya estaban cambiando.
-Busco un desafío -declaró, sosteniendo su mirada gris. No iba a ceder.
-Yo -murmuró él, apoyando las palmas de sus manos grandes y de nudillos marcados sobre el ébano, inclinando su cuerpo hacia adelante hasta que su aliento, cálido, le rozó la cara-. Yo soy el desafío definitivo. El puesto es para el Diseñador Jefe del "Proyecto Minotauro". Un laberinto de deseos oscuros y tentaciones. Un mundo donde la moral es un concepto flexible. Necesito a alguien que no tema mancharse las manos, ni el alma, en la oscuridad. Alguien con... pasión para quemar.
Valeria contuvo la respiración. El "Proyecto Minotauro" era la leyenda dorada de la industria, el juego que todos codiciaban y del que nadie sabía nada. Un proyecto que había devorado a tres diseñadores jefe antes de tiempo.
-¿Por qué yo? -preguntó, su voz apenas un hilo de voz.
-Porque en sus diseños veo una chispa de genuino desenfreno -respondió, y su tono bajó hasta convertirse en una vibración sensual que le recorrió la columna-. Y porque, desde aquella noche en la gala, no he podido dejar de preguntarme cómo sería canalizar toda esa... fogosidad creativa. Cómo sería esa pasión desatada, sin límites, fuera de un escenario.
La declaración fue tan cruda, tan audazmente sexual, que una oleada de calor le subió desde el vientre hasta el escote, tiñéndole las mejillas de un rubor que esperaba que él no notara. Sentía un pulso acelerado y húmedo entre sus piernas. Era una locura. Un suicidio profesional. Pero la promesa velada en sus palabras, la tensión carnal que vibraba en el escaso espacio que los separaba, era el narcótico más potente que había probado.
-¿Y cuáles son las reglas de este... juego particular? -logró articular, desafiante, aunque por dentro temblaba.
-Regla número uno -susurró, y su mirada se fijó en sus labios con una intensidad devoradora-: Lo que suceda entre estas cuatro paredes, en el contexto de este proyecto, queda entre nosotros. No es asunto de Recursos Humanos. No es asunto de nadie. Es nuestro. Un acuerdo privado.
-¿Y la regla número dos? -preguntó Valeria, sintiendo cómo se le secaba la garganta.
-La establezco yo -dijo él, y por primera vez, una chispa de algo indomable brilló en sus ojos grises-. Y puedo cambiarla o romperla cuando me plazca. El Minotauro no perdona a los que ignoran las reglas del laberinto.
Era una advertencia y una invitación a un territorio peligrosísimo. Un juego donde él era el maestro y el tablero al mismo tiempo. Valeria miró esos ojos, esa boca que prometía una ruina deliciosa, y supo que aceptar significaba vender su alma profesional, y quizá algo más, al diablo más seductor que podría imaginarse.
Pero el desafío, la posibilidad de demostrarle su valía y la atracción brutal que sentía por él eran un canto de sirena imposible de ignorar.
-De acuerdo -dijo, y extendió la mano con una seguridad prestada, sintiendo cómo le temblaban levemente los dedos-. Acepto el desafío.
Elías observó su mano extendida durante un instante eterno, una sombra de satisfacción cruzándole por la mirada. Luego, en un movimiento fluidamente lento, tomó su mano. Pero en lugar del apretón profesional que ella esperaba, giró suavemente su muñeca y llevó sus dedos a sus labios.
El contacto fue una descarga. Sus labios, increíblemente suaves y cálidos, se posaron sobre su piel con una presión deliberada. No fue un beso de cortesía. Fue una posesión. Una marca. El calor se propagó desde su mano por todo su cuerpo, encendiéndola por dentro, haciendo que un estremecimiento incontrolable le recorriera la espalda.
-Bienvenida al laberinto, Valeria -murmuró contra sus nudillos, su aliento caliente acariciando su piel-. Espero que esté preparada para perderse. Porque una vez que se entra, no hay vuelta atrás.
Y cuando por fin liberó su mano, Valeria supo, con una certeza que le partía el alma en dos, que ya estaba perdida. Había cruzado la puerta, y ahora solo quedaba adentrarse en las sombras, guiada por la voz del hombre que prometía ser su perdición y su éxtasis.
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