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Historia
De esposa descuidada a heredera empoderada

De esposa descuidada a heredera empoderada

Autor: Gavin
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Capítulo 1

Palabras:2727    |    Actualizado en: 04/11/2025

cariciar con ternura a otra mujer: su exnovia, Anahí. Cuando más tarde me dejó desangrándome en el asfalto después de que yo le

da. Solo me miró con asco y le dijo a ella:

ia, me reveló la verdad: César solo se casó conmigo por las con

esposa; era

él creyó que era un borrador para un amigo. Era nuestro acuerdo de divorcio. Está a punto de descubrir que no solo está solter

ítu

ia

su severa misofobia y su Trastorno Obsesivo Compulsivo. Pero esa mentira se hizo añicos hoy, en el

cipe de Hielo" de la Fiscalía de la CDMX, un hombre cuya fría precisión en los tribunales era legendaria. Yo era Kenia Pizarro, una socialité y her

onio, precedidos por tres de noviazgo, ha

ela y temporada, cada gancho a exactamente dos centímetros del otro. Mi lado era... bueno, era un clóset. Teníamos baños separados, estudio

a. Usaba guantes para manejar el correo. Nunca tocaba las perillas de las pue

jamás,

or el Bosque de Chapultepec. Nuestro beso de bodas había sido un breve y estéril roce de sus labios en mi fren

había intentado. Vaya

piel fuera hiedra venenosa. "Kenia, por favor", murmuraba, su voz tensa por una incomodidad que yo confundía con

verlo declinar educadamente, explicando que solo podía comer alimentos pr

libros. Eran aceptados con un frío "Gracias, Kenia", y luego desaparecían en un

umento finamente afinado y que sus fobias eran el desafortunado efecto secundario. Creía que debajo de las c

una

cegadora de un rayo, en

ponía que César estaba en el tribunal, presentando los argumentos finales de un caso de fraude d

estab

que parecía exigir protección. La postura de César, usualmente recta y tensa como una

risa. César se quitó de inmediato su saco de diseñador -un saco que yo sabía que costa

guantes habituales. Sus dedos desnudos, largos y elegantes, apartaron suavemente un mechón de su cabello oscu

las cámaras, sino una sonrisa genuina y suave que llegaba a sus o

inclinó so

había definido toda nuestra relación... era una mentira. O, como mínimo

enfocar. Hice zoom, la imagen pixelada pero innegable. César, mi esposo, acariciando e

l

como un disparo en la sile

devolvió a la realidad mientras se sentaba en la

emente giré mi teléfon

ana se dispararon. "Wow. ¿Ese es... César?

¿Quién era ella? ¿Quién era la mujer

susurro ronc

un segundo... me resulta familiar. Aguanta". Sacó su propio teléfono, sus pulgares volando por

joven estaba con el brazo alrededor de la misma mujer, ambos radiantes. El pie de fot

liar, un espacio en blanco en los seis añ

oz suave. "Eran... intensos. La pareja de moda de la Facul

pregunté, co

toria antigua, Kenia.

la de frío me invadió. Nunca la

ella. Hubo una vez, durante una competencia de juicios simulados, que se cortó con un papel. Una cosita de nada. César detuvo todo el proceso, la sacó en brazos de la s

e con un papel. Había tirado una bec

mi voz temblando de dolor y miedo. Él estaba en medio de una declaración. "Kenia, estoy ocupado", había dicho, su

desataba dentro de mí. "Creo que su familia se mudó. Nadie supo nunca la verdadera razón.

smo después de

n baile de caridad. Estaba solo junto a las puertas francesas, con una copa en la mano, exudando un aura de tan profunda s

gedia. Me enamoré de

s, que él rechazó. Le dejé notas en su coche, que él ignoró. Una vez lo esperé fuera de su oficina bajo un aguacero, solo para ofre

e lo hacía tan distante. Pensé que mi amor, m

a de celebración para él, invitando a todos sus colegas. Apareció, pero se quedó en un rincón, con aspecto incómodo. Cuando fui

lrededor. "¿Estás bien?", preguntó, su voz baja. Fue

giendo de la humillación pública, un movimiento calculado para preservar el dec

ión con un destello de calidez. Pensé

ca se derritió. Él explicaba que su aversión al tacto era un diagnóstico clíni

s no podía estar fingiendo. Su condición era real. Había visto la limpieza intermina

enta de que yo era el g

ble, mi paciente espera, mis interminables excusas par

ra el

la hacía reír, un sonido ligero y tintineante que el viento trajo hasta mí

ía y dura se inst

ía que t

lla raspando contra el pavime

ia, e

olor y furia. Caminé a ciegas, chocando con la gente, s

e gritos estallaron desde arriba. Miré hacia arriba para ver un andamio en un

corazón palpitante, cuando al

itó una voz fam

nahí

acudida y un gran tubo de metal se despre

é a Anahí por el brazo y la empujé con fuerza, hac

explotó en mi pierna cuando el tubo se estrell

Una figura se arrodilló, no a mi lado, sino junto a An

un terror que nunca antes había oído. La revisó frenéticamente

, señalándome con un dedo tembloroso. "

sus ojos fue reemplazado instantáneamente por una furia glacial. Se

aba bien. No se mo

en invierno. "¿Por qué la empujas

ad. Preguntaba si entendía s

lvar la vida de su verdadero amor, y todo lo que vio fue una ame

n finalmente rompiéndose en un millón de pedazos irreparables. "César", j

César, no es su culpa! ¡Me salvó! ¡Tenemo

"Lo sé, lo sé. Pero no podemos arriesgarnos a que te lastimes". Me miró, su expresión de puro asc

ridad e

tencia de muerte para los ú

xtendiéndose sobre el sucio concreto. Pero el dolor físico

, lejos de mí. Se detuvo, sacando su teléfono. No es

os sonidos de la ciudad, los gritos de los curios

la espalda de César Franco mientras se alejaba, dejándome por

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